A qui li importa Burundi?

“Vam veure molts homes carregant de manera exagerada el fruit de la palma d'oli en les seves bicicletes, com si arrosseguessin el seu destí, seva penitència. Sobre les xancletes semblaven empènyer un càstig de guerres i genocidis.”

“Los grupos rebeldes hutus irrumpían en la universidad y preguntaban quiénes eran tutsis. Los estudiantes se negaban a idenficarlos. No querían condenar a sus compañeros y amigos… o no querían morir. A més, muchos de ellos eran mezcla de ambas razas. Pero al final, apartaban a aquellos que decidían que eran tutsis y los mataban. Los supervivientes tenían que huir, porque sabían que antes o después llegarían las fuerzas tutsis y se vengarían, aniquilando a los que quedaban allí.”

Nos lo contaba Hypolite, nuestro guía turístico en un país sin turismo. “Se hicieron atrocidades por ambos bandos –proseguía- ahora ya hemos aprendido a olvidar el genocidio.” Él pertenece a la etnia tutsi, pero condena la guerra en ambas direcciones. Nadie presume de raza, nadie saca pecho en un país que perdió el corazón.

Nadie presume de raza, nadie saca pecho en un país que perdió el corazón.

Están demasiado cansados para abrir debates y la corrupción les impide combatir la ruina que se instaló en Burundi hace más de lo que pueden recordar. Algunos países africanos se han precipitado al caos de la libertad que supuso su independencia. Burundi se separó de Bélgica en 1962 y en ese momento comenzó a despedazarse. Alentados por el odio creciente que reinaba en el país vecino -Ruanda- los burundeses se señalaron entre ellos, aceptaron con avidez la propaganda excluyente de ambos lados y se entregaron a la actividad insaciable del exterminio. En 2005 terminó la guerra civil. Y cuando llegamos nosotros, en l'estiu de 2018, no quedaba nada, ni parcs naturals, ni postales de danzas africanas, ni zapatos para los niños.

Tardé dos meses en cumplimentar los requisitos que el país exige para entrar y ver que no hay lugares turísticos que ver. Però allà estàvem, en un hotel a orillas del lago Tanganica, no muy lejos del centro de Bujumbura.

Cuando llegamos nosotros, no quedaba nada, ni parcs naturals, ni postales de danzas africanas, ni zapatos para los niños.

Hypolite apareció impecable, camisa blanca y pantalón de pinzas, presentándose como guía local. Cuando le dije que no queríamos ver la performance de tambores que nos acababa de aconsejar, amagó con venirse abajo. ¿Entonces qué? Creo que no tenía nada más en su oferta turística. Yo saqué un mapa. No se tarda ni media hora en peinar el país e ir decidiendo destinos. A la mañana siguiente estábamos camino de ninguna parte, con la intención de ir parando en los pueblos perdidos que fuéramos encontrando.

Hypolite entendió que queríamos mezclarnos con los lugareños, conocer el país sin grandes monumentos ni museos y así fuimos descubriendo la identidad de Burundi, en sus rincones, en sus pueblos de pescadores. Decenas de barquitas atracaban en una playa de ripios gruesos. Y donde hay gente hay mercados, puestos de frutas, mujeres vistiendo colores alegres para espantar guerras. Nos rodeaban los curiosos, con una sonrisa blanca, sin más pretensión que la de posar para el extranjero.

También nos detuvimos varias veces en los caminos de tierra roja, donde los niños descalzos llevan ladrillos sobre la cabeza pero aún tienen la habilidad de encontrar el equilibrio y sujetar todo el peso con una mano, para poder saludarnos con la otra. En ellos, en esa forma de construir el país, piedra a piedra, en esa sonrisa eterna encuentra el viajero recompensa. Los adultos también sonríen, pero lo hacen con cierta desgana, sin fuerzas. Algunas mujeres nos dedicaban una mueca, un intento frustrado de alegría, una media sonrisa como de Gioconda africana.

Algunas mujeres nos dedicaban una mueca, un intento frustrado de alegría, una media sonrisa como de Gioconda africana.

Vam veure molts homes carregant de manera exagerada el fruit de la palma d'oli en les seves bicicletes, com si arrosseguessin el seu destí, seva penitència. Sobre las chanclas parecían empujar un castigo de guerras y genocidios.

Y en la palma de aceite tampoco hay futuro. Arrasarán los bosques que les quedan y sobrevivirán, potser, a sus gobernantes. Las casas que se asoman al Tanganica estaban marcadas con una cruz roja. Una nueva ley impide que haya viviendas a menos de cien metros de la orilla. Vimos cientos de casitas de adobe con la cruz pintada, lo que significaba que la vivienda será derruida en breve. De fet, todos parecían buscar refugio a la desdicha asomándose al lago. Ahora ya no tendrán ni eso. ¿Y a quién le importa?

Alcanzamos una reserva natural de chimpancés, llamada Kigwena Forest Nature Reserve. Hypolite nos contó que después de la guerra dieron por desaparecido hasta el último chimpancé del país. No obstant això, descubrieron por sorpresa que en este minúsculo parque había sobrevivido una familia. Localizamos al guarda del parque que hacía meses que no recibía una visita. Caminamos por el bosque emocionados, agudizamos la mirada entre las ramas… nada. Después de un par de horas, el guarda concluyó que hacía demasiado calor y los primates debían de estar siesteando en las copas de los árboles. Nos fuimos sin ver a los últimos chimpancés de Burundi.

Sobre las chanclas parecían empujar un castigo de guerras y genocidios.

Pero existe un lugar al sur del país, que sí reclama la atención de exploradores tardíos, aventureros del siglo XXI, coleccionistas de emblemas geográficos, descubridores de los descubrimientos de otros, amantes, en definitiva, de lugares únicos: las más remotas fuentes del Nilo Blanco.

Un pequeño río, un arroyo de nombre Luvironza lleva sus aguas hasta el río Kagera, que desemboca en el lago Victoria que nutre el caudal del Nilo Blanco. I així, las fuentes del pequeño arroyo son consideradas por muchos las fuentes del Gran Río. Com de costum, hay cierta controversia al determinar el punto exacto de este lugar legendario, el nacimiento del Nilo Blanco, ni més ni menys. Algunos consideran que ese honor corresponde al mismísimo lago Victoria; también los hay que especifican que dentro del lago, la verdadera fuente del Nilo está en la localidad de Jinja; otros aseguran que se encuentra en los montes Ruwenzori, entre Uganda y la República Democrática del Congo.

Lo cierto es que el lugar más alejado de la desembocadura del Nilo es el recóndito arroyo del río burundés, y ya que este país no tiene ni turismo, ni gorilas, ni una gloriosa historia, ni un futuro a la vista, creo que sería hermoso concederles al menos el placer de ver nacer el río más importante de África.

Y allí llegamos, con el pelo rojizo del polvo del camino y las cervicales acostumbradas al vaivén de una carretera sinuosa.

Creo que sería hermoso concederles al menos el placer de ver nacer el río más importante de África

Como si el guía quisiera retrasar el gran momento, antes de descender un pequeño valle para ver las fuentes del río, nos pidió que le siguiéramos a lo alto de una colina. Sobre una pequeña cresta se había levantado una pirámide conmemorativa. Nos explicó que el monumento separaba en realidad las dos cuencas que han marcado la historia, la cultura y hasta la antropología del continente. Las gotas de lluvia que cayesen por la pendiente oriental de aquella pirámide alcanzarían el arroyo que llevaría al Nilo, atravesaría el desierto y alcanzaría el mar Mediterráneo. El agua que descendiese por la parte occidental del monumento resbalaría por una cuenca muy distinta. Formaría parte, antes o después, del río Congo, atravesaría selvas y llegaría hasta el océano Atlántico.

Dos pendientes marcaban el destino del continente. Los pueblos nilóticos y los bantú, las culturas nubias con sus pirámides y sus templos o las tradiciones animistas del África negra, los tutsis o los hutus, incluso la vida y la muerte. Una diferencia visceral que arrancaba en aquella cresta, que se iba alejando, como si el lugar fuera la puerta que divide a dos mundos.

Después de visitar el monolito, descendimos el valle, bajamos por unas escaleras de piedra y llegamos al origen del Nilo, a la recóndita fuente que va nutriendo de agua la cuenca que atraviesa la parte más occidental del Sahara. Era bastante decepcionante. Habían construido algo parecido a una pileta con azulejos azules, muchos de ellos rotos. El Nilo en su nacimiento parecía una abrevadero, una fuente de hotel hortera, una piscina desconchada. Pero era el nacimiento del Nilo Blanco, al cap ia la fi.

I allà, en el corazón de Burundi, me sentí un poco David Livingstone, John H. Speke o Pedro Páez. No solo por estar en un lugar mítico, sino porque no había turistas alrededor, ni grandes carteles anunciando el lugar. Sólo había aldeas de niños cargando ladrillos en un territorio lleno de cicatrices. A quién el importa si el Nilo nace allí cuando el pueblo muere sin memoria en un país llamado Burundi.

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