Viajesalpasado ha editado su tercer libro, una obra de María Ferreira sobre Kenia. Y hasta ahí todo lo normal, lo que pudiera ser previsible al juntar las palabras obra y Kenia. Porque lo que ustedes pueden leer, les recomendamos encarecidamente que así sea, es un manuscrito que huele, llora y sangra. Desde que la autora escribió su primer post en VaP todos los que hacemos esta revista entendimos que tenía una mirada distinta. Sus historias de estos tres años son una radiografía del amor, la locura, el odio… Les dejo aquí el prólogo que María me pidió que escribiera para su Tierra de Brujas. Recuerdo que terminé el libro el verano pasado de un tirón mientras estaba sentado en una playa de Tulum, Caribe mexicano, que es el país en el que vivo ahora. Entonces era sólo papel recién escrito que yo tenía fotocopiado. El meu germà, que había venido a verme aquí, llegaba de dar una larga vuelta por la arena y me preguntó ¿qué te pasa? Y yo le dije: “No ho sé, acabo de leer un libro maravilloso que no sé si me ha dejado ganas de llorar o de reír”. Sonreí al acabar de decirlo.
Prólogo Tierra de Brujas
Este libro es una cruel y bella historia de amor. Huele a orín, a polvo seco, a toallas del parto y a vómito. Los condones se rompen, los entierros se celebran en frigoríficos y las lágrimas se escupen. Se sonríe entre las curas de cuerpos degradados y se ama en medio de una áspera locura. ¿Puede haber más amor que amar en condiciones así?
La vida de una aldea y un hospital perdido de Kenia se desparrama en su particular rutina en la que se suceden brujas, cadàvers, bodas imposibles, huidas a locales de postín, prostitutes, enfermos mentales y barracas de cerveza caliente en las que se apagan los borrachos. Por las páginas de esta obra que tienen en sus manos pululan una serie de personajes costumbristas de este rincón del mundo que es Makuyu, ejemplo de tantos rincones del mundo que nos duran un suspiro y una acalorada y solidaria conversación de café que se hace con el íntimo secreto de ser olvidada nada más concluirse. Makuyu existe para que todos lo olvidemos tras rezar su nombre.
Hi ha moments en Terra de Bruixes en què arriba a olorar tot i un ha de separar-se una mica de les pàgines, respirar i fer un exercici de memòria que consisteix a recordar l'ésser humà. He llegit uns quants llibres sobre l'Àfrica i, per descomptat, mai no m'he enfrontat a una obra així. Potser perquè cap dels autors que he llegit podia narrar en primera persona el que narra Maria. Ella no va fugir de Makuyu, com faríem gairebé tots, ella es va quedar allà odiant i estimant aquella terra.
Hay momentos en Tierra de Brujas en los que llega a olerse todo
África es un gigante desordenado. A mi, en contra de lo que les pasa a todos los intelectuales que se esfuerzan en relatar las diferencias para lavar desaires y presumir de respeto a lo alterno, África me pareció siempre un enorme país en el que cabe todo. Cabe hasta María con sus enfermos, sus búhos, baobabs y alacranes. La identidad africana tiene que ver con su falta de respeto por las fronteras que otros les crearon. África siempre me pareció nómada en su corazón y en sus odios. Per a mi, África es un gran país, el último que le queda al planeta, lleno de distintas peculiaridades.
Y en medio de todo ese espacio físico -donde el cemento es débil y las noches las anuncia el humo de las hogueras que se prenden al unísono cuando amenaza el adiós en valles secos, desiertos con bestias, montañas nevadas, playas de canela y caudales con barcos-, María nos relata la locura que supone estar vivo en medio de esas extrañas ciudades. Relata al hombre desnudo de descuidos y cambalaches. L'home, sólo el hombre, y la vida siempre a punto de partir con la intensidad que eso supone.
Porque este libro, donde la muerte se desparrama en los asientos traseros de los coches -qué mejor frase para resumirlo que la confesión valiente de la joven autora de que ha llevado más hombres muertos en la parte trasera de su vehículo de los que le han amado-, habla de una experiencia en primera persona por la que pasan pocos mortales. No obstant, ése no es su mérito, que en contar que se eleva la apuesta del sufrimiento no debe estar la gloria, sino el narrar lo que no se ve, lo que ningún viajero enfrentará, con una prosa tan directa y sencilla como su compromiso vital con esa tierra. Ese espacio privado sólo para los habitantes. No hay en esta obra un solo gesto de orgullo disimulado de quien presume de sus cicatrices.
No hay en esta obra un solo gesto de orgullo disimulado de quien presume de sus cicatrices
Los manuscritos, como las palabras, creo que pertenecen a los receptores. Tierra de Brujas habrá miles, tantas como miradas, pero si hay algo en esta obra que me sobresaltó, y fueron muchas cosas, es que es totalmente honesta con los miedos, aborrecibles errores y miserias que se esconden en un país tan injusto en sus sobras y necesidades como Kenia. María mastica su verdad con naturalidad, hasta hacer humana la vida de aquellos que cada mañana se levantan a convivir con ese mundo que, para casi todos, es un titular indigerible, un saco de espanto. Per a ells, los habitantes de Makuyu, entre los que ya se encuentra María, és vida, sense més, y la sufren y disfrutan con pasmosa rutina.
El libro carece también de ese cierto paternalismo en el que incurren algunas obras que relatan el continente, siempre disculpando todo bajo esa tragedia que es el hambre, para diseccionar uno de esos mundos minúsculos que se esconden en las cloacas del ser humano. I aquí, en medio de esa incomprensible realidad, emerge la mirada de María para explicar, sin más ambición que contarlo, que se puede amar una tierra, un hombre y a uno mismo sin llegar a entender bien nada. Fins i tot, nos recuerda, se puede amar lo que se está odiando. En el reto de comprender nace la única puerta que hay que atravesar para sobrevivir a Makuyu y a Tierra de Brujas. ¿Por qué vivir en un lugar en el que los fetos y las cervezas comparten espacio en la nevera? “Por estar vivo”, nos dice María.