Una tarda de novembre meu amic Víctor Hugo va aparèixer a la meva casa de Maputo i em va parlar d'un mapa. Em va dir exactament: "A casa meva d'Açores tinc des de fa anys penjat un mapa on vaig assenyalar algunes rutes que volia fer pel món. Ha arribat l'hora de fer la primera. ¿Te vienes?". Yo le miré, sabía de lo que estábamos hablando pues llevábamos años soñando con aquella opción, exactamente desde las primeras noches que nos conocimos en la que nos bebimos algún amanecer en su hotel de Vilanculos, y le contesté: ¿Cuándo?
Manejábamos el espacio y el tiempo con cierto desdén
Me hablaba Víctor de bajar en coche desde Lisboa a Maputo. Entonces saqué una botella de vino, la puse sobre la mesa de mi jardín y comenzamos a imaginar un viaje. “Podemos ir por el este o por el oeste, podemos coger un ferry en Marsella y llegar a Túnez, podemos cruzar por Tarifa y descender por Mauritania, podemos… Y todo eran mapas. Manejábamos el espacio y el tiempo con cierto desdén, como si el globo nos perteneciera y lo pudiéramos moldear a nuestro antojo.
Soñábamos, y en la euforia de los sueños, todo objetivo nos parecía poco. Casi cuando observábamos Ciudad del Cabo, fin del viaje, se nos dibujaba una mueca triste en el rostro. ¿Sólo? Y casi inconscientemente comenzamos a doblar el mapa, siempre el mapa, para ver si había atajos a la Antártida o, almenys, si seríamos capaces de llegar allí en globo. Recuerdo que hicimos dos cuentas. ¿Cuántos kilómetros haremos y cuántas botellas de vino necesitamos para las noches de desierto del viaje? (sin que las preguntas fueran necesariamente por este orden). Hay pocas cosas más placenteras que un vino bajo el atronador silencio del planeta, a les fosques, sin habla ni oido.
Víctor decidió entonces la ruta, como decide todo Víctor, preguntant, cosas de quien es generoso por ética y no por estética. ¿Te parece que vayamos por Egipto?, em va preguntar. Y a mí esa ruta, que en su mayor parte la conozco a parches, me apetecía menos, que en este caso no significa menos sino una pizca menos de muchísimo. No dudé, però, porque no había nada que dudar, y le dije que sí sin titubear.
Tenemos una fecha y un lugar al que llegar, olvidemos el resto
Y entonces volvimos al mapa y comenzamos en los días sucesivos a cambiarnos algunos emails con ideas y anhelos, y hablamos con algunas embajadas y nos preocupamos por algunos conflictos que atravesaremos. Todo eso hicimos hasta que en una llamada solucionamos todo con el fácil camino de ser uno mismo. “Yo creo que es mejor no tener plan, no decidamos nada. Dejemos que el viaje nos lleve. Tenemos una fecha y un lugar al que llegar, olvidemos el resto”, le propuse. I ell, que en este punto somos iguales, me dijo que sí con un tono de voz de responder a algo que ya había olvidado. Para viajar así sólo hay una condición obligatoria: confiar en los demás.
Llavors, con los cimientos ya claros por demolición, es cuando comenzamos el ahora en presente viaje. Partimos hoy mismo desde Madrid, donde Víctor vino ayer con Leandro, un portugués al que el corazón no le cabe en su amplio pecho y el tercer integrante de esta ruta, hacia Barcelona. Allí esteramos dos noches vendiendo nuestras expediciones africanas y despidiéndonos de esta cosa Ibérica que nos une a los tres por osmosis.
Luego ya todo será mapa, todo será bajo su honestidad y yugo. No habrá nada, habrá sólo una inmensa sensación de libertad. Será Francia e Italia, los Balcanes, Grècia, Turquía y quién sabe si un barco a Chipre y a Egipto o a Israel, y luego el desierto que en aquella zona lo llamaron Sudán, y después Etiopía y Kenia y Tanzania. O no? Quizá sea Uganda y Ruanda y Burundi. O no?, puede que sea por Malaui. Y el 17 de abril estaremos en Cataratas Victoria recogiendo a nuestro grupo de viajeros con los que recorreremos Botsuana y que se unirán a nosotros en un trozo de aquel mapa. Y luego puede que venga Zambia y Mozambique y finalmente Sudáfrica, quizá en una segunda parte, y aquel Cabo de Buena Esperanza en el que mis amigos portugueses podrán presumir de que los suyos fueron los primeros en doblarle el espinazo a África para seguir navegando hasta el infinito.
A veure, ¿por dónde dices que bajamos hasta Patagonia?
Pero lo mejor será, porque ya ha pasado, que Víctor me recordará mientras conducimos por alguna carretera europea o africana que en el mapa de su pared hay otra línea que lleva hasta Vladivostok y de allí a Alaska para bajar hasta Tierra de Fuego. Entonces yo le explicaré, como ya hice otras veces, que la Panamericana está en mi obligada genética vital. Y ya no habrá más remedio que acelerar un poco hasta tropezar con un bar de carretera o con una noche repentina que nos coja en ninguna parte. En ese instante extenderemos un mapa sobre alguna superficie plana mientras sujetamos con la otra mano una copa de vino, sentiremos la emoción que sólo genera ese trozo de papel donde los países están pintados de colores, y yo le diré: “A ver, ¿por dónde dices que bajamos hasta Patagonia?
Comienza nuestro viaje, comienza una ruta por dos continentes que si todo va bien terminará a la sombra de una acacia