Els suïcidis dels rarámuri

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«Cuando corres sobre la tierra y con la tierra puedes correr para siempre», reza un proverbio rarámuri.

«Primero se colgó con los cordones de sus tenis un muchacho. Després, a los dos años lo hizo uno de sus hermanos. I després, justo otros dos años después, se colgó el tercer hermano», narra con una voz baja y dulce, Margarita González González, la gobernadora rarámuri de la comunidad de Guachochi.

Como una epidemia que va desolando campos donde los humanos trafican drogas y almas, los indígenas tarahumara se quitan la vida por un mordisco de angustia generado por la pobreza, la inadaptación de los inmigrantes que regresaron sin nunca partir, la violencia traída por el chabochi (home blanc) y la certeza de que en ocasiones nada les espera que no sea un invierno cabrón que olvidó algún verano. «En ocasiones, cuando ven que la cosecha no dará frutos se matan por la desesperación de saber que no tendrán nada que comer», explica uno de los agentes de la policía estatal a los que llaman para desenredar carne y músculos de las ramas de los árboles.

L'onada de suïcidis d'aquest poble nadiu, oblidat com tants en aquest Mèxic amb presses per arribar al present, va tenir una primera veu d'alarma a principis de 2012. Llavors, el Frente Organizado de Campesinos Indígenas denunció que «las mujeres indígenas cuando llevan cuatro o cinco días sin poder darle de comer a sus hijos se ponen tristes; i és tanta la seva tristesa que fins al 10 de desembre de 2011 cinquanta homes i dones, pensant que no han de donar-li als seus nens, es van llançar al barranc ".

No tienen que darle a sus niños, se arrojaron al barranco

Aquella noticia zarandeo algunos titulares y conciencias hasta que se olvidó, como tantas, sin que los años venideros cambiaran mucho la no natural condena de preferir quitarse la vida sin permitir que una desgracia, un descuido o una enfermedad lo haga antes. «Vemos con frecuencia boletines que anuncian que ha habido suicidios en la Sierra», confirman en la Fiscalía Sur de Chihuahua. «Vamos todos los meses a las comunidades a atender algún caso de suicidio», explican los agentes estatales. «Generalmente, como pasa con los homicidios (hay una alta tasa de asesinatos también provocada por el alto consumo de alcohol), encontramos mucha frialdad. No lloran a sus muertos porque son muy fríos y tímidos», comenta María, una agente ministerial. «Sí que lo sufren, pero ellos el dolor lo llevan dentro», explica el doctor Barrero que lleva más de 30 años ejerciendo su oficio en la Sierra. «La pobreza lo pudre todo», incide el médico.

En la comunidad de Rochéachi, junto a un delgado arroyo, una mujer de 30 años en el carné y 600 en el rostro lava algunos trapos. Al seu costat, su hija de algo más de dos años con algunos evidentes signos de miseria en su frágil esqueleto se limita a llorar sin fuerzas suficientes para que suene su llanto. «Mi marido se fue hace dos meses y no ha vuelto». ¿Dónde se fue? «No sé». ¿Tienen comida? «Poca», respon ella.

Una mica més enrere, asoma un rancho en el que dos ancianos, los padres de la joven-anciana del arroyo, aguardan en la puerta mientras ella pela algunos elotes. No se miran, no se hablan y no se tocan ni cuando se les pide posar para una foto. Al fondo hay otra cabaña de barro con una cama grande que casi lo ocupa todo. Allí vive una peculiar familia de tres niños en la que dos de ellos son los padres. Ella tiene 16 anys, l' 15 y el bebé de ambos algo más de 24 mesos. ¿Tu eres la hija de la señora que está en el río? «Sí». ¿Tu papá se ha marchado? «Mejor». Per què? «Sólo le pegaba palizas a mi madre», responde una niña que con 15 años parió por primera vez casi al mismo tiempo que parió por última vez su madre. «Son comunidades muy pobres y vulnerables», dicen los agentes estatales.

Se colgó una embarazada con su cinturón al saber que su marido estaba con otra

«Algunos chicos jóvenes se suicidan por celos y desamor. El año pasado en la comunidad se colgó una embarazada con su cinturón al saber que su marido estaba con otra», recuerda Margarita. «Son personas que prefieren morir a soportar el rechazo de su comunidad», explica el doctor Barrero.

Ese desarraigo, afectivo y social, de un pueblo seminómada, amante de la naturaleza y perdido en un alargado trozo de tiempo en el que les cuesta ubicarse, es parte también de esta rutina que en ocasiones termina en suicidios. «Los migrantes que vuelven en muchas ocasiones no respetan la autoridad de las comunidades y son inadaptados», explica Alejandro Hernández, gobernador de la comunidad de Papajichi.

Hernández se refiere a la huida que muchos jóvenes rarámuris emprenden a las urbes vecinas, en ocasiones hasta la capitalina Chihuahua, en busca de un porvenir. «Regresan muy cambiados. Algunos traen aretes en las orejas y dejan de vestir las ropas tradicionales», dice el Gobernador. Parece que el regreso a los vientos gélidos de la montaña, donde los días nacen muertos, conlleva una depresión que recientemente ha provocado algún suicidio entre los retornados. No pueden formar parte del mundo urbano de los chabochis, donde en ocasiones se les explota y discrimina, y tampoco tienen aliciente para seguir formando parte de sus tradicionales comunidades en las que nada emerge y con las que ya no se identifican. «Estamos peor que hace años. Muchos se van y regresan muy mal», sostiene también la gobernadora de Guachochi. «La gente tiene que salir a buscar empleos a las ciudades y cuando vuelven traen otros conocimientos. Algunos consumen drogas», señala Cayetana Bustillos, locutora de Radio Xetar, «La Voz de la Sierra Tarahumara», una emisora que emite en español y rarámuri.

Lo importante en su cosmovisión es bailar para mantener el equilibrio del mundo

La droga es otra de las amenazas. La Sierra de Chihuahua forma parte del Triángulo Dorado en el que los grupos narcos se disputan rutas, almacenes y sembrados. «Yo no quiero que los chavos se metan en las drogas pero allí les pagan bien», resume el gobernador de Papajichi. Aquí, però, la propia cultura rarámuri está ejerciendo de freno a la captación de sicarios por parte de los narcos. «Los tarahumaras tienen otra concepción del mundo, a ellos no les interesa el dinero ni trabajar. Si necesitan una cosa y la obtienen abandonan el trabajo para disfrutarla. Están una semana con los narcos y luego abandonan. Lo importante en su cosmovisión es bailar para mantener el equilibrio del mundo», explican en la Fiscalía Sur de Chihuahua.

No obstant això, com sempre, ninguna verdad es absoluta y algunos jóvenes van entrando en ese mercado de los nuevos tiempos en los que la cosmovisión de la aldea global dicta que la felicidad se alcanza ahora con teléfonos móviles y neveras que enfrían. «Nosotros damos nuestros consejos y cuando alguien hace algo mal intentamos enseñarle, antes que castigarle, para que no vuelva a hacerlo», nos dicen unos gobernadores que cuentan con una policía propia armada con arcos y no con armas de fuego.

Potser, como dictan alguno de los muchos y ricos mitos de la cultura tarahumara, un pueblo también alegre y cargado de creencias religiosas y culturales de gran valor, «Dios hizo a los rarámuri y el diablo a los chabochis». Probablemente sea injusto cargar todo el peso de las culpas de los males indígenas a los hombres blancos, y probablemente el dominio de estos nos les ha dado un espacio y tiempo lógico a los «pies ligeros» para que sigan corriendo por las montañas. «Nosotros debemos respetarlos a ellos y ellos deben respetarnos a nosotros», resume el gobernador de Papajichi que sabe que como dicen en su pueblo «haciendo yumari (danses) alargamos nuestras vidas porque hacemos que Dios esté contento con nosotros». Los que no lo consiguen no tienen otra opción, llavors, que atar sus cuellos a las ramas de los árboles.

Este artículo lo publiqué antes en el periódico El Mundo.

 

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