Presentación de El mundo de equipaje

Ayer, en el número 3 de la Travesía de Conde Duque, en Madrid, nos reunimos unos cuantos amigos de VaP (si el cronista no fuese parte interesada se atrevería incluso a reseñar que la sala estaba llena) para vestir de largo a nuestro libro.
Goyo G. Maestro, en un momento de su intervención

Si se trata de presentar un libro, qué mejor que hacerlo rodeado, precisamente, de libros. Y si, además, es un libro de viajes, pocos sitios más apropiados que una librería de nombre tan evocador como Tierra de Fuego. Ayer, en el número 3 de la Travesía de Conde Duque, en Madrid, nos reunimos unos cuantos amigos de

VaP (si el cronista no fuese parte interesada se atrevería incluso a reseñar que la sala estaba llena) para vestir de largo a nuestro libro, El mundo de equipaje, el primero de la nueva colección editorial, que esperamos prolija, Viajes al Pasado.

No estamos locos. Ya sabemos que no se venden libros. Ya sabemos que la crisis no ayuda. Pero, pese a todo, un buen día decidimos

emplear el escaso botín de cuatro años de duro trabajo en editar El mundo de equipaje, una invitación a recorrer el mundo con los ojos bien abiertos, el oído atento y la capacidad de sorpresa intacta. Momentos como los vividos ayer compensan de sobras ese esfuerzo.

Un buen día decidimos emplear el escaso botín de cuatro años de

duro trabajo en editar un libro

Porque ayer, en la librería Tierra de Fuego se escuchó hablar de viajes, de muchos viajes, de esa filosofía VaP que tan bien recreó Pepe Martín, de Agencia Autores (gracias María Jesús González), pero, sobre todo se palpó ese espíritu inquieto que nos ha permitido publicar ya más de 1.100 reportajes viajeros: la curiosidad de la infancia que ninguno de los que allí estaban ha dejado que se apague del todo. Y por eso Raúl García (Grytviken: un brindis sobre la tumba de Shackleton) llegó convencido de que su terapia para intentar viajar menos iba por buen camino y salió soñando con desiertos libios, islas del Pacífico y selvas de Camerún ante la mirada resignada de su mujer.

Ese mismo espíritu llevó a Vicente Plédel y Marián Ocaña (Angola: centinelas del camino y Libia: las piedras que hablan) a remover agendas y cuadrar imposibles (algo a lo que, por otra parte, están muy acostumbrados) para estar con nosotros. Alguno lo lamentó, porque tras escuchar la primera intervención de Vicente, con sus desbordantes experiencias viajeras en más de un centenar de países, más de uno hubiera suplicado a la tierra que le tragara. Pero no se tragó a nadie, afortunadamente. Y al escuchar a Laura Berdejo (El tiempo circular de Manono y Sydney: el fantasma de la ópera), con esa facilidad que tiene para endulzar las palabras, escuchamos romper las olas del Pacífico, antes de que Alicia Sornosa (Chiloé: la historia de la Negra Ester), 76.000 km en moto y una vuelta al mundo después, nos demostrase el coraje de una mujer de aspecto frágil mudada ahora en serpiente inquieta (por confesión propia) a la espera del próximo viaje.

En Tierra de Fuego se palpó ese espíritu inquieto que nos ha permitido publicar ya más de 1.100 reportajes viajeros

Y entonces se levantó Enrique Vaquerizo (Ouagadogou y las estrellas fugaces, La interminable cópula de El Lamido y El Parque Madidi y los secretos de los toromonas), que no ha hecho la mili pero sí un erasmus, y nos cautivó como nos cautivan sus palabras escritas, con esa pasión viajera que ha desgranado en VaP todos estos años, de Bolivia a Níger con parada en Camerún. Y, además, le gusta París.

Olga Moya (Mae Ra Moe, la cárcel sin rejas y Puerto Galera, relato sin moraleja), después, nos recordó que la desconfianza es una pésima compañera de viaje, aunque se pague caro, o quizá por eso. Con su verbo pausado, terminó confesando que sí, que había moraleja. Y vaya si la hay.

Olga Moya nos recordó que la desconfianza es una pésima compañera de viaje

Tocaba seguir los pasos del Tata Vasco en el querido México. Goyo G. Maestro (Michoacán: viaje a la utopía del Tata Vasco), muy generoso con VaP, avivaba para entonces la curiosidad de todos por este personaje singular, evidenciando una de las señas de identidad de los que hacemos Viajes al Pasado: la pasión por los lugares donde la Historia ha dejado su huella. Detrás del comino, el rice&curry y las guindillas viaja Álex Zurdo (De Kandy a Nuwara Eliya: comer en el tren del té). Primero viaja su estómago, y detrás va él. Leer su crónicas es, también, olerlas y, casi, comérselas. Así que los aromas de la cocina de Sri Lanka acompañaban sus palabras y alguno soñaba ya con la caña y la tapa.

Pero quedaba aún tiempo para que Juancho Sánchez (El beso de Dios a 5.416 metros de altura y Choquequiraw: el Machu Picchu desconocido), con atribulada conciencia de infiltrado, elogiara el espíritu de VaP y dejase caer, como quien no quiere la cosa, que un día se rebeló contra la prudencia, lo dejó todo y se perdió muchos meses por Asia. ¡Vaya con los infiltrados!

Juancho Sánchez un día se rebeló contra la prudencia, lo dejó todo y se perdió muchos meses por Asia

A miles de kilómetros de Madrid, en la ciudad japonesa de Takayama, uno de los puntales de VaP, Daniel Landa (Lesoto: un país olvidado en las montañas, Kamchatka entre la bruma, Diomedes: la isla del fin del mundo, La historia del indígena que conmovió a Google Earth y Canaima: vuelos de agua), seguro que sonreía de felicidad en plena grabación de su serie documental “Pacífico”. Y en la otra punta del globo, en Sudáfrica, Javier Brandoli (Ciudad del Cabo: mujer desde mi balcón, Niñas soldado: su relato del horror, Lower Zambeze: la pareja que vino a despedirse a África, Cayambe: la maternidad de la mitad del mundo y La falsa mítica del viajero solitario), cofundador de VaP, seguro que estaba maldiciendo no poder estar con nosotros pese a la alegría de completar su largo viaje en coche desde Madrid a Ciudad del Cabo. En Madrid, su socio y amigo Ricardo Coarasa (La magia del Nilo, Debre Damo: el monasterio de los monjes-pájaro, Ngorongoro: la melancolía de los placeres fugaces, Everest: la rutina de la belleza y Eyipantla: los ojos de la niña Viridiana) les echó de menos.

Todos los que no pudieron estar, estuvieron también. Un libro con tantos padres nunca puede quedarse desamparado.

Y todos los que no pudieron estar (a Sebastián Álvaro se le cruzó una inesperada conferencia en Burgos por el camino), Gerardo Bartolomé desde Buenos Aires, Mayte Toca desde Londres, Eduardo de Winter en Bruselas, María Ferreira en El Cairo, Gonzalo Guajardo en Adis Abeba, Diego Cobo a punto de enfrentar el Gran Norte en bicicleta, Josep M. Palau en Barcelona, Nacho de la Moneda, el maestro Eduardo Martínez de Pisón, Nacho Melero, Juan Ramón Morales, Miquel Silvestre y Cristina Trujillo, estuvieron también, de una u otra manera, en la presentación de El mundo de equipaje. Un libro con tantos padres nunca puede quedarse desamparado.

Como la cosa iba de bautizos, al final hubo vinos y cervezas, por gentileza de la gente de Tierra de Fuego (gracias Miguel Ángel), y un aperitivo repleto de firmas (gracias Santiago, Paquita, Rosa, Carlos, Curro y un largo etcétera hoy más que nunca seguramente injusto). Y luego, claro, más cervezas y más vinos porque el libro ha nacido con salud y había que celebrarlo. Gracias a todos de corazón.

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