No sé si el cielo del Gobi es más grande que otros, pero es imposible cansarse mirándolo. Uno no se siente pequeño en el desierto que casi costó la vida a Marco Polo, sino parte de ese todo.
El sonido del fuego rompe el silencio. Está alojado en una estufa cuadrada de hierro. El fuego es el corazón del hogar mongol, la yurta o “ger”, orgullo y base de su estilo de vida.
Viajé a Mongolia para mirar a los ojos a esa gente que vive a 40 grados bajo cero en mitad de la llanura, a esa gente que tiene tan poco apego a las cosas que cambia su casa de sitio cada seis meses.