El camino más peligroso del mundo
A partir de ahí debíamos grabar, rezar y mirar lo menos posible hacia abajo, aunque para colocar mis pies era obligado ver cómo la montaña se desvanecía y el suelo se hacía tan pequeño, tan distante, que me entraba una risa tonta y nerviosa, propia de las situaciones de pánico incontrolado.