Existe una capilla dedicada a un santo vikingo en el mismo corazón de Castilla. Y también un camino que lleva su nombre, San Olav, que discurre entre la ciudad de Burgos y Covarrubias. Todo tiene una explicación: las peripecias de una princesa, Kristina de Noruega. El interés por la memoria histórica me conduce tras sus huellas. Pese a que corre un aire huraño, aprovecho para coger el hatillo y caminar por estos parajes donde me aseguran que los cielos lucen jóvenes y gallardos, los perfiles afilados de las cumbres cercanas se hincan recios en el espacio y los pinares pintan airosos y cargados de lozanía.
La sugerente historia que rememoro comenzó hace más de 750 años, cuando una rubia y bella princesa noruega, Kristina Haakonson, hija del rey Haakon IV, abandonó su patria vikinga para viajar hasta la lejana Castilla. Su destino era casarse con uno de los hermanos del rey Alfonso X el Sabio. Tras el largo y dificultoso periplo, Kristina entró en Castilla a finales de 1257. El rey castellano tuvo un gesto galante con la princesa y dejó que fuese ella la que eligiera marido entre sus hermanos casaderos.
En el corazón de Castilla existe un camino dedicado a un santo vikingo, San Olav
El afortunado fue el infante Felipe, que ante la atractiva noruega no dudó en renunciar a su prometedor futuro como arzobispo de Sevilla. Eso sí, la pareja se trasladó a vivir a la ciudad del Guadalquivir, que acababa de ser conquistada; pero, a pesar de gozar de un luminoso clima y una vida regalada entre lujosos palacios y paradisiacos jardines, la princesa enfermó de melancolía y murió a los cuatro años de su boda. Su última voluntad fue construir un templo en honor de San Olav, patrón de los noruegos.
El deseo de la princesa estuvo a punto de olvidarse para siempre, hasta que en 2011 se inauguró una capilla bajo la advocación del santo nórdico en las inmediaciones de Covarrubias. La elección del lugar no fue casual, ya que Kristina está enterrada en esta villa burgalesa. Como homenaje a la princesa y a San Olav se ha trazado un itinerario que permite recorrer los 60 kilómetros que separan Burgos de Covarrubias.
La última voluntad de la princesa Kristina fue que se construyera un templo en honor a San Olav. Tuvo que esperar hasta 20111
Arranco el camino bajo la sombra de la catedral gótica de la capital y, aprovechando el trazado de un ferrocarril convertido en vía verde, enfilo la comarca del Alfoz de Lara camino de San Olav. Tras pasar, entre otras localidades, por Cardeñadijo, Los Ausines y Quintanalara, la ruta me lleva a cruzar la sierra de Peñalara, que guarda legendarias resonancias de los Siete Infantes de Lara y del conde Fernán González, y me acerco hasta la ermita de Quintanilla de las Viñas, joya del arte visigótico.
En este lugar inicio el tramo más interesante del recorrido. En apenas una docena de kilómetros encadeno un castillo medieval, un dolmen megalítico, un yacimiento con huellas de dinosaurios y un desfiladero cubierto por sabinas. Solo me resta caminar unos tres kilómetros más hasta Covarrubias, donde no debo dejar de visitar en el claustro de su ex colegiata, el sepulcro donde descansa la protagonista de esta historia.
El sepulcro de la princesa nórdica se encuentra en la ex colegiata de Covarrubias
En esta villa de cuna realenga y entramado medieval descubro un excelente observatorio para estudiar el típico urbanismo castellano de calles empedradas, casas porticadas, casas encaladas y entramadas con viga, nobles portaladas de cantería, portones con postigos, ventanas, rejas, aleros, llamadores y demás detalles que en otros lugares se han perdido. Un viajero amante del pasado como servidor empieza a padecer ya los primeros síntomas del Síndrome de Stendhal. Abrumado ante tanta belleza monumental, logro identificar una insólita torre mozárabe (siglo X) de Fernán González o de Doña Urraca, la hija de Alfonso VI, esposa de Alfonso el Batallador y madre de Alfonso VII.
Luego, me doy de bruces con la no menos fascinante colegiata de San Cosme y Damián, en cuyo altar descansan los restos de tres infantas abadesas y en el presbiterio los del conde Fernán González y su esposa Sancha; esta última en un sepulcro hispanorromano del siglo IV. El claustro es del siglo XVI y el museo, de imprescindible visita, conserva una de las obras más bellas de la imaginería gótica flamenca: el tríptico de la Adoración de los Reyes Magos, del siglo XVI.
Un viajero amante del pasado empieza a padecer ya los primeros síntomas del Síndrome de Stendhal
Toca a su fin la visita a Covarrubias. Aprovecharé que cae la tarde para arribar al hotel y descansar un poco. Pero la máquina del tiempo no se detiene. Mañana, sin salir de la provincia de Burgos, pondré rumbo a Atapuerca. En el corazón de estas fascinantes ruinas prehistóricas podré conocer una nueva historia, la del hallazgo de los restos fósiles de los seres humanos más antiguos del Viejo Continente.
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