Sierra de la Estiva: paz en las alturas

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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Hay que intentar volver a los lugares donde la naturaleza te ha rechazado o ha intentado confundirte. Un camino equivocado, unos nubarrones amenazadores o un percance inesperado sólo son un punto y aparte, unos pasos aplazados para un día sin fecha. Así debe ser en la montaña, donde el disfrute no se compra con ninguna entrada y el espectáculo no está siempre garantizado. Y ahí radica, en buena medida, gran parte de su atractivo.

Hace unos años, el cruce de un barranco a destiempo me había alejado de la sierra de la Estiva, un excepcional balcón entre los valles de Aísa y Aragüés del Puerto, en el Pirineo oscense. Terminamos monte a través en una cumbre menor de las estribaciones meridionales de esa sierra, cuando lo que pretendíamos era todo lo contrario, recorrerla desde el collado del Bozo, paso natural entre ambos valles. Nos quedaban unas cuantas pisadas pendientes y había que redimir ese fiasco.

Hay que intentar volver a los lugares donde la naturaleza te ha rechazado o ha intentado confundirte

Desde Jaca, hay que conducir más de una hora en dirección a Hecho y tomar antes un desvío a la derecha hacia Aragüés del Puerto. Este último pueblo también se deja atrás, continuando por la carretera hasta el refugio de Lizara, punto de partida para la ascensión a uno de los gigantes del Pirineo occidental: el Bisaurín, una mole de 2.670 metros que subí hace muchos años y que me dejó el recuerdo de una agotadora pedriza cimera, de esas en las que conviene no mirar demasiado hacia arriba para no sucumbir al desánimo, desde el collado del Foratón.

Pero desde el refugio de Lizara (1.520 metros) no tomamos el camino al Bisaurín, sino el opuesto, que recorre las pistas de esquí de fondo, un comienzo muy agradable antes de afrontar la ininterrumpida ascensión al collado. La referencia ahora es una caseta de pastores (con un perro con muy malas pulgas que aconseja no acercarse mucho para evitar sorpresas) que dejamos a nuestra derecha, ascendiendo por una loma hasta que tenemos a la vista el barranco de Articuso, donde en la anterior ocasión perpetramos nuestro error cruzándolo y dejándolo a nuestras espaldas en dirección sur.

La sierra de la Estiva es una ancha loma herbosa como el vientre de un peluche que no ofrece ninguna dificultad

Esta vez, sin embargo, estamos prevenidos, y continuamos por el marcado sendero (¡con qué claridad se ven los errores una vez cometidos!) dejando a la derecha el barranco, por donde discurre un arroyo, entre numerosos saltos de agua, que ahora baja seco. La subida desde aquí es constante y no demasiado exigente, aunque con sol puede hacerse engorrosa. Ascendemos a buen ritmo y en un hora hemos alcanzado el collado del Bozo (2.019 metros), con la recompensa del coliseo de piedra, hurtado en parte por las nubes, de los picos que secundan al imponente Aspe, el emblema de Candanchú: Llana del Bozo y Llana de la Garganta, ambos rozando los 2.600. Hacia el este se abre espléndido el barrando del Cubilar y, más abajo, se aprecia en toda su longitud el valle de Aísa, recorrido por el río Estarrún, desde aquí una leve cinta plateada por los tímidos rayos de sol.

Con unas vistas tan aéreas te esperas una sierra pedregosa con algún que otro paso expuesto, pero la sierra de la Estiva es todo lo contrario: una ancha loma herbosa como el vientre de un peluche que no ofrece ninguna dificultad al montañero y le regala, no obstante, una suave caminata sin sobresaltos y vistas impagables. Paz en las alturas. Antes de progresar con tranquilidad por la sierra hay que descender unos metros para salvar una zona de rocas pegada al collado que, superada, nos deja a un paso del pico del Bozo (2.128 metros), reconocible por el característico hito de piedras, y, 15 minutos más tarde, en la cima del Petrito (2.135 metros).

Es un excepcional y apacible mirador entre los valles de Aísa y de Aragüés del Puerto

El sendero pierde ahora altura hasta llegar a un pequeño collado desde el que asciende al pico de Mesola (2.177 metros), el más alto de los tres, una pirámide coronada por un manto de rocas, el armiño de las cimas con pedigrí. Continuamos pues caminando hasta un mojón de piedras desde el que una inofensiva pradera permite atacar, calculo que en poco más de veinte minutos, los últimos metros de la tercera cumbre.

Sin embargo, decidimos no continuar porque las nubes se están echando encima desde Francia y queremos volver por el mismo camino (existe la posibilidad de intentar una travesía por el barranco de Napazal hasta la pista de Aísa, pero esta opción requiere haber dejado antes un coche allí para recoger después el segundo en Lizara). Nos conformamos, por tanto, con un solitario almuerzo en este excepcional mirador entre dos valles. Cuando caminamos de nuevo por el barranco de Articuso, la sierra de la Estiva está ya cubierta por las nubes y nos alegramos de habernos dado la vuelta a tiempo. En poco más de una hora, descendiendo a buen ritmo, alcanzamos el refugio de Lizara.

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