Dante no fue un parto, fueron cien. Mi primera novela duro trece años saliendo y entrando en un cajón o abriéndose y cerrándose de un ordenador del que en muchos momentos no fue más que un viejo archivo olvidado. Los tiempos de Dante se explican en el clarificador ejemplo de que el primer borrador se hizo a mano, con bolígrafo y cuartillas, que entonces yo tenía aún confianza en entender lo que era capaz de dibujar con los dedos.
Tras el párrafo anterior supongo que quién imagine el libro pensará que algo que se ha elaborado durante más de trece años debe ser un volumen de palabras encajado en cientos de páginas que se fraguaron durante semanas de escritura en ocasiones febril y en ocasiones incómoda por los baches del ingenio. Pues siento decir que no, que mi talento no dio para más, que no quise engañarme con la ecuación de la cantidad y calidad, y que decidí no alargar lo que no tenía más vida. Dante son algo más de cien páginas. Dante es un relato largo o una novela muy corta. Dante es Dante.
No quise engañarme con la ecuación de la cantidad y calidad
En los años que lo imaginé hubo muchas más veces que desapareció de mi cabeza, que no estuvo en mi rutina. Lo hice por salud, la mía, que durante muchas ocasiones no sabía cómo resolver la que era la cuestión base de la historia: los tiempos verbales y la persona en la que se narraba.
Lo cuento ahora, como desahogo, pero había un solo capítulo para mí clave en el que se pasaba de la tercera a la primera persona y del pasado al presente. Era el único capítulo que nunca aguantó escrito en el borrador hecho a mano porque siempre que me enfrentaba a su elaboración el resultado no le agradaba al lector que soy y no era capaz de mejorarlo el escritor que intentaba ser. Siempre acaba en pequeños trozos en la papelera.
Así que guarde los folios en un cajón y lo máximo que conseguí fue pasar todo lo escrito a un documento de ordenador cuando entendí que era más fácil borrarlo todo apretando un botón. Alguna vez Dante volvía a mi memoria y entonces cambiaba alguna cosa, perfilaba alguna historia y regresaba a mi laberinto de tiempos y espacios de aquel capítulo maldito que me llevaba siempre a un sendero sin retorno.
Aquel capítulo maldito que me llevaba siempre a un sendero sin retorno
Así hasta que llegó diciembre de 2011, un año difícil al que mi ímpetu quiso cambiar la nota en sus últimos bostezos. Decidí de una tacada acabar Dante. Me senté en una mesa, abrí una botella de vino y me puse a escribir con el íntimo secreto de que 2011 pasara a mi historia como el año en que acabé mi libro.
Justo antes o después de llevar media botella, no recuerdo, encontré una solución para aquel trozo de historia que me atormentaba y no sabía escribir: la solución era no hacerlo. Era fantástica, práctica y realista. No hay nada peor que ser pretencioso en un texto y quedarse a medio camino. Lo original siempre pensé que no tiene mérito, en todo caso lo que tiene mérito es ser originalmente bueno. Mi idea de que los tiempos y personas explicaran al lector lo ocurrido la modifiqué por un texto más lineal, no exento de alguna duda.
Creo que mayoría de las personas son “no buenos” o “no malos”
Porque Dante es una duda, perenne, que intenté mantener hasta el fin. Yo quise explicar las razones que puede tener una persona para convertirse en un cruel asesino. Probablemente basta con la simpleza de resumirlo en que quise explicar qué puede hacer que alguien sea una mala persona llevada a un extremo. Parto de que creo que la mayoría de las personas son “no buenos” o “no malos”, pero sin decantarse o pudiendo decantarse a diversos lados dependiendo de las circunstancias. La gran mayoría, salvo los elegidos del edén o del purgatorio, pueden ser malos y buenos alguna vez. En realidad quise explicar si hace falta tener razones fuera de las casuales para ser un hijo de perra.
Eso es todo de lo que habla este libro, de un tema que me interesa, el de buscar culpas, culpables, dolos y coartadas. Creo que Dante no se entiende siempre, creo que hay matices y metáforas que nacieron en mi cabeza como importantes y quizá pasan inadvertidas. Qué más da, siempre pensé que las palabras dejan de pertenecernos cuando las decimos; justo en ese instante ya son propiedad del que las escucha que las moldea su antojo. Lo mismo pasa con los libros, creo: son los lectores los que los reescriben en sus cabezas sin que nada de lo que allí ocurre tenga ya relación con el autor. Dante ya no es mío, despedácenlo si les atrae con decoro, él no tiene la culpa. ¿O sí?
P.D. Dante ya se puede encontrar en versión papel en librerías como La Casa del Libro o en la misma Amazón