Eyipantla: la fiesta del agua

«Una vez abajo, me hundo en el lodazal hasta llenar de barro mis inmaculadas deportivas. En este paraíso del agua, salirse de los senderos se paga muy caro. A cambio, si el viajero da la espalda a los puestos ambulantes y se acerca lo más posible a la cascada, dejando que el agua refresque su cara, el poderío del imponente salto regala unos impagables segundos de máxima libertad, alentando a su espíritu a escapar aguas arriba. Ésta es la morada de Tlaloc, el dios azteca de la lluvia que sigue llorando sobre México, parafraseando el gran libro de Passuth».

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