Luang Prabang es de esos lugares cuya paz te llega a inquietar. Uno no sabe por dónde empezar a encuadrar los tejados que acaban en punta, los monjes pelados o los budas de oro.
“Aquí la fe es como un bosque de bambú, se mece con el viento, cambia, es flexible” La frase la soltó como si tal cosa en menos japonés de los japoneses de la región de Wakayama. Se llamaba Brad y había crecido con las nieves de Canadá. Pero tenía el alma con los ojos rasgados y el corazón enredado en la maraña de credos que estábamos a punto de descubrir.