Cien años de alpinismo (XI): un paseo para una dama
A partir de 1975 fue la era de Reinhold Messner. El italiano, heredero natural de Bonatti, sería el mejor representante de la escena alpinística internacional entre 1970 y 1986. Al regresar de la dura expedición al Nanga Parbat muy pocos hubieran imaginado que aquel jovencísimo alpinista italiano se convertiría, durante los siguientes 16 años, en ser el primero en ascender un ochomil en estilo alpino, el primero en conquistar los catorce ochomiles, en ascender al Everest sin botellas de oxígeno y luego, además, en solitario, o el primero en escalar un ochomil en solitario o en lograr realizar el sueño de Shackleton atravesando la Antártida, entre otros muchos retos de primer orden. Probablemente, como sostiene Chris Bonington, Messner haya sido el alpinista de más éxito de estos cien años de alpinismo mundial.
Hacia mediados de 1980, cuando termina Messner su carrera con Kukuczka por ser el primero, los alpinistas de los Himalayas ya estaban hablando de los últimos problemas. El siguiente paso serían rutas aun más difíciles, aunque en montañas un poco más bajas. Como la que en 1987 abrió Mick Fowler en el Spantik (7.027 mts), situado en el Karakorum pakistaní. Una ruta, el Pilar Dorado, que se ha terminado por convertir en un símbolo de la pureza y la limpieza de medios, en una palabra, de los nuevos tiempos que, en realidad, son los que ahora estamos viviendo.
Probablemente, como sostiene Chris Bonington, Messner haya sido el alpinista de más éxito de estos cien años de alpinismo mundial
Pero también hay que señalar, en otra dirección, la “democratización” y masificación de algunas de estas montañas antaño convertidas en símbolos. Es probable que en los ochomiles también se esté cumpliendo la evolución profetizada por Mummery; pasando de un pico inaccesible a un día tranquilo para una dama. Sin duda en la fiebre “ochomilística” ha influido la evidencia de que sólo haya 14 montañas que superen los 8.000 metros. Algo que aparentemente partió de un hecho casual cuando se impulsó un sistema nuevo que hizo del metro la unidad de medida. Si se hubieran medido las montañas en pies, como hacen los anglosajones, quizás fuesen 30 o 40 y entonces serían demasiadas para formar un proyecto sólido. Si por el contrario sólo hubieran sido tres hace tiempo que este tipo de competición se hubiera acabado.
Lo cierto es que este dato objetivo ha propiciado todo lo que vino después: la carrera de los catorce, las listas, las marcas, los horarios más rápidos… y también las trampas, los fraudes, los engaños y las falsificaciones, de la misma forma que había ocurrido antes en el McKinley o en el Cerro Torre…
Pero también son los años dorados de Vojciech Kurtyka, Erhard Loretan, y Jean Troillet, fantásticos y versátiles alpinistas, o de los duros montañeros forjados en la escuela de los países, antes, del Este: de Marco Prezelj a Tomaz Humar, pasando por Tomo Cesen (envuelto en una polémica ascensión, o no, de la cara sur del Lhotse), Silvo Karo o Andrej Stremfelfj, con varios ochomiles (cuando estos costaban mucho más que ahora) y la arista sur del Kanchenjunga, o la virginal pared este del Melungtse. Y de Krzysztof Wilelicki, representante de la gran tradición invernal polaca. Y, por supuesto, de Jerzy Kukuczka, al que el propio Messner le dijo: “No eres el segundo, eres el más grande”.
“No eres el segundo, eres el más grande”, le dijo Messner a Jerzy Kukuczka tras ganarle la carrera de los ochomiles
Y, al mismo tiempo, de grandísimos escaladores en roca, como Patrick Edlinger, Patrick Bérhault, Ron Kauk, John Bachar, Kurt Albert, Stephan Glowacz y Wolfgang Güllich. Algunos de ellos capaces de las más grandes escaladas en solitario en terrenos que, sólo unos años antes, se consideraban imposibles. Y de muchos que se quedaron en esa lucha por conseguir objetivos imposibles, Casarotto, Rouse, Boucrev, Lafaille, Beguin…
En todos los sentidos fueron años revolucionarios y de grandes avances. Por poner sólo dos ejemplos, en los años 90 los hermanos Alex y Thomas Huber lograron aperturas extraordinariamente difíciles y comprometidas en las paredes de los Latok y los Ogro (Karakorum).
La ascensión de la vertiente norte del K2 de Gerlinde Kaltenbrunner es, probablemente, la ascensión más dura y comprometida que haya realizado una alpinista
Es una revolución que también alcanza a las mujeres alpinistas. Hay un gran camino recorrido desde que, en 1906, Fanny Bullock se convirtió en la mujer “más alta del mundo” al ascender el Pinnacle Peak (6.930 mts) hasta que Gerlinde Kaltenbrunner, hace unos meses, se convierte en la primera fémina en realizar los catorce ochomiles sin botellas de oxígeno y en un estilo bastante ligero. Su última ascensión de la vertiente norte del K2, es probablemente la ascensión más dura y comprometida que haya realizado una alpinista. Pero la polaca Wanda Rutkiewick fue la primera que creyó que podía estar a la altura de sus compañeros varones y conquistar los catorce ochomiles, aunque particularmente destacaría su primera ascensión del Gasherbrum III (7.952 mts). Y tantas otras: Catherine Destivell, (con las tres grandes caras norte de los Alpes en invierno y en solitario) Lynn Hill, (con su estupenda escalada en libre de The Nose), o, por supuesto Edurne Pasabán (la primera en ascender los 14 ochomiles)…
Las últimas escaladas en el K7 y el Ogro, o la lograda por Steve House y Vince Anderson, en estilo hiperligero, de la vertiente del Rupal del Nanga descendiendo por la de Diamir, o las ascensiones invernales en el Karakorum, cierran las penúltimas grandes realizaciones. Penúltimas porque, probablemente, en este momento ya habrá habido algún alpinista que haya escalado alguna nueva montaña “imposible”. Como se ve ha sido un largo periplo siguiendo las huellas de los “picos inaccesibles” de Mummery. La última fase, la que el británico denominó como un paseo para una dama, quizás sea la que está ocurriendo en estos momentos, con las expediciones comerciales llevando clientes y la ruta normal del Everest abarrotada de clientes formando largas colas. Igual que ocurre muchos veranos en el Mont Blanc.
La última fase, la que Mummery denominó como «un paseo para una dama», quizás sea la que está ocurriendo en estos momentos, con la ruta normal del Everest abarrotada de clientes
Quizás, al final de estos cien años, el círculo se ha cerrado y todo ha vuelto a sus orígenes… ¿Y ahora, qué…? Hay una frase del gran alpinista estadounidense, Charles Houston, que bien puede sintetizar la historia del alpinismo que he tratado de resumir en estas pocas páginas: «Ninguna ascensión es obra de un sólo hombre. Detrás de ellos, se apiñan las sombras de otros que antes lo han intentado y han fracasado. Su fracaso les ha enriquecido y miran con orgullo y respeto a quienes han vencido»
Cada generación se basa en los conocimientos y los esfuerzos realizados por las precedentes, de tal forma que hemos ido superando dificultades cada vez mayores de una forma natural. Me gusta pensar que somos herederos de ese sentimiento de la montaña cuyo poso han ido dejando los más grandes, de Saussure a Whymper, de Mummery a Mallory, de Welzenbach a Terray, de Bonatti a Messner. Y de Buhl, Diemberger, Bonington, Scott, Boardman o Fowler. Y, espero, que también hayamos sabido aprender de nuestros errores, de los malos atajos, de los accidentes y de los caminos equivocados. Porque si alguna vez fuimos grandes, como dijo Newton, es porque nos aupamos a hombros de gigantes. Todos dependemos unos de otros.
Si alguna vez fuimos grandes, como dijo Newton, es porque nos aupamos a hombros de gigantes
Somos herederos de una historia, de una épica y de una ética que compartimos. Es fácil pensar, sobre todo cuando somos jóvenes, que cuando se realiza una empresa difícil, que supera a las anteriores, se ha hecho algo de más categoría e importancia que las hazañas precedentes y que, por tanto, vale más que las de los grandes alpinistas anteriores. Pero la historia nos demuestra que esto no es así. Como afirma Giuseppe Mazzotti, es cuando pasa el tiempo cuando “se establece el grado real del valor moral de cada empresa”.
Siempre tenemos motivos para sentirnos humildes. Cuando echamos la vista atrás y analizamos lo que hicieron aquellos alpinistas hace 50, 100 o 200 años antes que nosotros, cuando pensamos en sus equipos, en sus conocimientos o en su valentía, y los comparamos con los nuestros, tenemos muchos motivos para darnos cuenta de que ellos eran auténticos gigantes que hicieron del alpinismo, como afirma Thompson, “el arte de hacer más con menos”.
Debemos estar orgullosos de ser sus herederos.