Cien años de alpinismo (VIII): la conquista de los gigantes

Por: Sebastián Álvaro (texto y fotos)
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La segunda guerra mundial, como la primera, supuso un paréntesis forzoso en la exploración y conquista de las cimas más altas de la Tierra. Después de la devastación que dejó un reguero de decenas de millones de personas muertas, muchos países completamente arrasados, millones de desplazados y el mundo dividido en dos, poco a poco la normalidad volvería a las ciudades, los campos y las montañas. Algunos de los más importantes alpinistas se lanzaron a recuperar el tiempo perdido. Pero los cambios se hicieron notar de inmediato.

Hasta el estallido de la segunda guerra mundial, las expediciones a las más altas cumbres de los Himalayas se habían dirigido por el Tíbet ya que el reino de Nepal, que acoge ocho de las catorce cumbres de más de ocho mil metros, había permanecido cerrado a la influencia extranjera. Pero ahora las expediciones tuvieron que empezar a explorar las vertientes sur de estas montañas. La situación geopolítica había transformado las condiciones de acceso a la cordillera más alta de la Tierra. Al norte el Tíbet, tras la ocupación militar china, estaba vedado a los extranjeros, mientras que al sur Nepal se abría como un territorio virgen a explorar por la nueva generación de alpinistas. La historia de la conquista de las grandes montañas del planeta iba a sufrir un vuelco espectacular. Hoy estamos en condiciones de poder afirmar que aquellos años supusieron una época dorada en la conquista de las montañas más altas de la Tierra.

La historia de la conquista de las grandes montañas del planeta iba a sufrir un vuelco espectacular

Desde el reinicio de la actividad expedicionaria en el Himalaya, a partir de 1950, en el transcurso de tan sólo catorce años las catorce cumbres serían vencidas. Y si los chinos no hubiesen cerrado el Tíbet es seguro que el Shisha Pangma también hubiera sido escalado mucho antes. Desde luego, los avances tecnológicos derivados de la gran contienda serán muy importantes en estas consecuciones, gracias a la aportación de aleaciones y nuevas fibras, equipos de pluma, mejores botas (con las famosas suelas Vibram, inventada por el alpinista italiano Vitale Bramani en 1939), piolets y mosquetones más técnicos, ligeros y resistentes, tiendas y sacos de dormir y equipos de oxígenos menos pesados y más eficientes. Pero la valentía, la decisión y el cambio psicológico de los alpinistas fue lo decisivo.

Después de la devastación provocada por la guerra las grandes naciones necesitaban símbolos necesarios para acometer la enorme tarea de reconstrucción que tenían por delante. Hubo un reparto tácito, que en general fue respetado, y de esta forma el Everest fue para los británicos, el K2 para italianos y norteamericanos, el Nanga para alemanes y austriacos, el Kangchenjunga para alemanes e ingleses, etc. Y de la misma forma que ocurrió en el Cervino a partir de 1865, de repente se rompieron las puertas de aquella morada exclusiva de los dioses, que parecían infranqueables, y los alpinistas se internaron, aunque fuese por unos instantes, en el exclusivo reino de la altitud.

Después de la devastación provocada por la guerra las grandes naciones necesitaban símbolos necesarios para acometer la enorme tarea de reconstrucción

 

Se escribieron entonces algunas de las más bellas páginas de alpinismo, heroicas, esforzadas, y solidarias. Aunque también surgieran ambiciones personales que nublaron la capacidad de entendimiento de algunos. En general puede decirse que fueron unos años excepcionales. En un breve periodo de tiempo, los gigantes de la Tierra fueron conquistados por una gran generación de alpinistas encuadrados en expediciones convertidas en símbolos nacionales.

Sería imposible resumir todas ellas aquí. Pero creo que ni siquiera en una breve mirada deba omitir algunas como la expedición francesa al Annapurna de 1950, en la que se consiguió alcanzar la cima de un ochomil por primera vez. Compuesta por unos grandes alpinistas de la mejor generación francesa, como Terray, Couzy, Schatz, Lachenal, Rebuffat y el jefe de expedición, Maurice Herzog, que jugaría un papel determinante en la consecución de la cima, convirtiéndose en un héroe a su llegada a Francia, con los veintes dedos amputados.

Se escribieron entonces algunas de las más bellas páginas de alpinismo, heroicas, esforzadas, y solidarias

Tampoco podemos olvidar la expedición británica de 1953, al mando del competente John Hunt, que conseguiría, por fin y con total seguridad, la cima del Everest. Aunque probablemente las mejores hazañas alpinas de aquellos años fuesen la ascensión en solitario, en su último tramo, del Nanga Parbat a cargo del austriaco Hermann Buhl, y la escalada del K2 en 1954 por un potente equipo italiano (en el que ya figura un joven Walter Bonatti, que tuvo un papel destacado al subir las botellas de oxígeno -junto con un porteador hunzakí- al último campo para que sus compañeros hiciesen cima al día siguiente), que rubricaba la obsesión italiana, desde 1909, por la montaña más hermosa y difícil de los gigantes del planeta. Un año antes, Charles Houston, al mando de un equipo norteamericano, tuvo su oportunidad pero un brusco cambio de tiempo le negó la cumbre que más deseaba y que, probablemente, también se habían merecido los americanos por su constancia.

Herzog jugaría un papel determinante en la consecución del primer ochomil, convirtiéndose en un héroe a su llegada a Francia, con los veintes dedos amputados

Luego, una a una, fueron cayendo inexorablemente el resto de las montañas más altas, hasta que, en 1964, con una expedición de 200 personas, los chinos pudieron subir al Shisha Pangma, el último de los ochomiles en ser escalados. De esta magnífica época, surgiría una pléyade de grandes alpinistas como Tichy, Pasang Dawa, Hillary, Tenzing, Buhl, Diemberger, Bonatti, Terray, Band, Brown, Couzy, y grandes jefes de expedición, como Herrligkoffer, Desio o Hunt, cuya influencia sería notable en la organización de las expediciones de los siguientes años.

Y por supuesto una lista interminable de grandes alpinistas y exploradores anónimos que escribirían algunas de las páginas más heroicas del alpinismo moderno. La repercusión que tuvieron muchas de estas expediciones fue notable. Se hicieron películas, se escribieron libros, se dictaron conferencias y se iniciaría un proceso imparable que cambiaría la faz del alpinismo, de las expediciones y la economía de algunos de estos países del Himalaya.

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