Cien años de alpinismo (IX): Bonatti, el Aquiles de las montañas

Por: Sebastián Álvaro (texto y fotos)
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Posiblemente la mejor alegoría de esta época de grandes expediciones sea la escalada del Gasherbrum IV (7925 mts) una montaña que, paradójicamente, no llega, por muy poco, a esa altitud pero que se ha convertido en el Karakorum en un símbolo parecido al del Cervino en los Alpes. En 1958 una potente expedición italiana liderada por Cassin e integrada por algunos de los alpinistas más críticos con la expedición de Desio al K2 cuatro años antes, se tomó cumplida revancha trazando una ruta que a día de hoy no ha vuelto a ser repetida. La cumbre fue alcanzada por Walter Bonatti y Carlo Mauri, una cordada irrepetible.

Precisamente Bonatti fue uno de los más grandes alpinistas tras la segunda guerra mundial, dominando la escena del alpinismo mundial de 1950 a 1965. Su fortaleza legendaria le hizo sobrevivir a un terrible vivac por encima de los ocho mil metros en el K2 o, después de haberse machacado un dedo con la maza, seguir escalando cuatro días en solitario en el pilar que lleva su nombre en los Drus, o convertirse en 1961 en el símbolo de la resistencia y la solidaridad en el Pilar central del Freney, por sacar a sus compañeros de la trampa mortal en que se había convertido el Mont Blanc.

Su fortaleza legendaria le hizo seguir escalando cuatro días en solitario en el pilar que lleva su nombre en los Drus después de haberse machacado un dedo con la maza

Pero es su actitud ante la vida, su honestidad y rectitud, frente a la infamia y la persecución a la que fue sometido, la que han hecho del alpinista italiano una de las referencias éticas imprescindibles del alpinismo de todos los tiempos. “El alpinista más puro que jamás ha existido”, como dijo Doug Scott. Aunque se pueda decir, con sólidos argumentos, que el historial deportivo de su compatriota Reinhold Messner es superior, sin embargo la cantidad y calidad de sus empresas alpinísticas, de sus viajes y exploraciones, son de tal calibre que todavía hoy constituyen un punto de referencia indiscutible. Pero aun es superior su aportación ideológica y ética. Porque Bonatti simboliza como pocos los valores esenciales del alpinismo y la aventura: la ética unida a una estética deportiva insuperable, la exigencia personal, hasta extremos espartanos, y el mayor compromiso con la incertidumbre y el riesgo.

Doug Scott lo definió como “el alpinista más puro que jamás ha existido”

En 1954, a pesar de su juventud, Walter fue seleccionado para formar parte del grupo italiano que llevaría a cabo la primera escalada del K2, la segunda montaña más alta de la Tierra. Hoy sabemos que es, dentro de las más altas, la más difícil y comprometida Jugó un papel esencial, transportando las botellas de oxígeno en la parte final de la escalada, que estuvo a punto de costarle la vida al ser abandonado a su suerte por sus dos compañeros a ocho mil metros de altitud y tener que pasar una noche terrible al raso junto a un porteador hunzaki. Sólo su fortaleza, mental y física, le permitió salir con vida. Pero a su regreso a Italia no se reconoció su papel en la conquista del K2 y además tuvo que hacer frente a una campaña insidiosa de mentiras y descalificaciones.

Bonatti nunca se doblegó y estuvo peleando cincuenta años por su honor. Al final en el 2004, con cincuenta años de retraso, el Club Alpino Italiano no tuvo más remedio que admitir que su actuación en el K2 había sido decisiva y que todo lo que había contado era exactamente toda la verdad en “el caso del K2”, con lo cual su figura quedaba “rehabilitada”. Bonatti, con cierta ironía amarga, les contestó que él no necesitaba rehabilitarse, quienes lo necesitaban eran ellos. Fue el triunfo de la honestidad frente a la mentira, de la ética frente al abuso de poder. Bonatti fallecería en Roma en septiembre de 2011, convertido en un símbolo, con la consideración, el respeto y la admiración de todo el mundo de la montaña.

A los 35 años realizó su última gran escalada: la cara norte del Cervino en invierno y en solitario; y dando un portazo se retiró del envidioso mundillo alpino que le acosaba

En 1965 harto de las polémicas desatadas en su país, que le acompañaban en todas sus aventuras, realizó su última gran escalada: la cara norte del Cervino en invierno y en solitario y dando un portazo se retiró del envidioso mundillo alpino que le acosaba. Sólo tenía 35 años y hubiera podido seguir escalando muchos años más y muchas montañas. En aquellos momentos encarnaba una especie de Aquiles moderno de las montañas.

Eran tiempos convulsos en un mundo cambiante. Tiempos de la guerra fría y de los Beatles, de la crisis de los misiles y el muro de Berlín, del sputnik y de Gagarin, de la partida de poker entre Kennedy y Kruschev que tuvo al mundo al borde del abismo. Un tiempo excesivo para un hombre sencillo y honesto, de líneas rectas. Y se refugió en sus aventuras, viajes, en los que recorrió el mundo, escribiendo libros y haciendo fotografías.

Su temprano eclipse bebía del mismo silencio de esos grandes artistas, contemporáneos suyos, que lo abandonaron todo en plena juventud

Su temprano eclipse bebía del mismo silencio de esos grandes artistas, contemporáneos suyos, que lo abandonaron todo en plena juventud: la actriz Greta Garbo, el ajedrecista Bobby Fischer o el cantante Jacques Brel, que se retiró de la canción en 1966, a los 40 años. Tal vez aquel mundo complejo, que estaba gestando el que vivimos actualmente, ya no se merecía más películas de Greta Garbo, ni otra canción de Jacques Brel. Ni tampoco otra escalada del gran Walter Bonatti…

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Comentarios (1)

  • L. brel

    |

    «…aux marquises…»

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