Villuercas: el camino de los Apalaches

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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Cuando bajan las aguas del embalse cacereño de Valdecañas, algunos antiguos vecinos de Talavera la Vieja suelen acercarse al cementerio, anegado por el pantano a principios de los años 60, a rezar a sus muertos. Como queriendo rendir homenaje a la memoria sumergida de ese pueblo extremeño, la puerta del templo de la ciudad romana de Augustóbriga se enseñorea de las orillas septentrionales del embalse, en el camino entre Navalmoral de la Mata y Guadalupe.

Pasado y futuro se entregan aquí el testigo. Esas ruinas romanas son, desde hace casi tres años, la entrada principal al geoparque de Villuercas, que alberga un conjunto de sierras perfectamente alineadas en dirección noroeste con el mismo ADN geológico que los Apalaches de Norteamérica. ¿Una simple casualidad? En absoluto. Esta comarca guarda memoria de cómo era la Tierra hace 300 millones de años, cuando antes de que se formaran los continentes una cadena montañosa la recorría desde el actual Canadá hasta el Atlas.

La puerta del templo de la ciudad romana de Augustóbriga es la entrada principal al geoparque de Villuercas

Ahora, esa cordillera se reparte entre once países que sueñan con señalizar el Sendero Internacional de los Apalaches (SIA). Estados Unidos fue el primero en ponerse manos a la obra y ya ha delimitado los 3.500 kilómetros de camino que discurren por su territorio. En Extremadura se están dando aún los primeros pasos para marcar la ruta desde las Vegas del Guadiana hasta Monfragüe. Bienvenidos a los Apalaches extremeños.

Los riscos de las Villuercas, conocidos también como las Montañas Azules, asoman en la lejanía como una ola de piedra rompiendo en la tranquilidad de la meseta nada más dejar atrás el pantano. Estos serrallos dan nombre, desde septiembre de 2011, al geoparque de Villuercas-Ibores-Jara, un reconocimiento de la Unesco a los territorios con un valioso patrimonio geológico, en este caso enriquecido aun más si cabe por unas tierras cargadas de historia y buena gastronomía.

Las Montañas Azules asoman en la lejanía como una ola de piedra rompiendo en la tranquilidad de la meseta

Entre un bosque de jara, brezo y alcornoque se llega a Castañar de Ibor, en el valle del mismo nombre, donde se encuentra una de las cuevas kársticas más relevantes de Europa. Visitarlas, por ahora, resulta imposible y hay que contentarse con recorrer su centro de interpretación. Están cerradas al público desde 2008, cuando una turista vomitó dentro ocasionando unos hongos que todavía amenazan el inestable equilibrio de estos templos calcáreos subterráneos. Ahora que su reapertura parece cercana, conviene darse prisa: ya hay 3.600 personas en lista de espera, ansiosas de admirar sus característicos “aragonitos”, rosetones calcáreos en forma de abanico que son el emblema del geoparque.

Camino de la monumental Guadalupe, la carretera se adentra en el paisaje apalachense y ofrece la oportunidad de acercarse a un mirador excepcional de este singulares serrallos que parecen alineados en formación militar. Hay que dejar el coche en el kilómetro 4 de la Ex-118, en el collado de la ermita mudéjar del Humilladero, donde los peregrinos al monasterio de Guadalupe daban gracias a Dios ya a la vista de su objetivo. Algunos tan ilustres como el propio Cervantes, que acudió a ofrendar a la Virgen las cadenas de su cautiverio en Argel.

A la ermita del Humilladero, ya a la vista de Guadalupe, peregrinó el mismísimo Cervantes tras su cautiverio en Argel

A la derecha de la carretera sale una pista que sube hasta la cima del risco, de 1.601 metros de altitud, una atalaya inmejorable para divisar el relieve montañoso del geoparque y hacerse una idea del trabajo que queda por delante para señalizar el sendero apalachense por estas tierras. “Representantes de la SIA norteamericana han venido a visitar la zona y están encantados con el proyecto, pues aquí no hay tanto bosque como en el trazado estadounidense y la Historia, además, es un aliciente para difundirlo”, comenta el geólogo Juan Gil Montes, uno de los principales promotores del geoparque de Villuercas.

Si el relieve apalachense es el principal atractivo natural del geoparque, su corazón histórico es Guadalupe, tan ligada a su monasterio que hasta hace apenas dos siglos su prior era, al mismo tiempo, el alcalde de la villa. Aquí se venera desde finales del siglo XIII la popular “Morenita”, una imagen de la Virgen que el pastor Gil Cordero encontró enterrada junto al río Guadalupe.

Isabel la Católica tenía predileccion por Guadalupe, a la que solía referirse a él como “mi paraíso”

Lugar predilecto de Isabel la Católica, que solía referirse a él como “mi paraíso”, sus calles hay que recorrerlas sin prisa, demorándose en la rica historia del municipio. Es obligado sentarse en una terraza de la plaza principal a admirar las hechuras del monasterio, a la vista de la pila (reconvertida en fuente) donde un puñado de indios que Cristóbal Colón trajo consigo de América recibieron el bautismo. Y, cómo no, subirse al mirador del parque de la Constitución (en la cuesta que lleva al parador) a ver atardecer en sus muros y tejados, con la sierra de las Villuercas en lontananza.

El centro de recepción de visitantes se encuentra unos kilómetros más al sur, en la localidad de Cañamero, donde hay que hacer un alto antes de enfilar la ruta a Logrosán, en los límetes meridionales del geoparque de Villuercas. Aquí se puede visitar la mina de la Costanaza (sólo el primer nivel de los trece existentes en su día), hasta mediados del siglo pasado el mayor yacimiento de fosfatos de Europa. El breve recorrido, y la voz de uno de los últimos trabajadores de la mina, el nonagenario Manuel Martín, nos acerca las duras condiciones de vida de los mineros, cuya esperanza de vida rondaba los 40 años.

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