A la sombra de una acacia

19 artículos

Namibia: aún dos noches y seis nubes de polvo

En Namibia las distancias son polvo. Se calculan a ojo, o eso cuentan al menos que hacen las aves cuando atraviesan las largas vaguadas de madera y sal con el pavor de equivocarse y alcanzar un lugar. No hay tiempo en Namibia, no es posible, no lo permiten los días muertos que siempre han de llegar. ¿Y cómo hacer entonces? “No hay forma, nada se hace para que nada ocurra. Así ocurre todo”, nos contestaban unos ojos.

Y 25.000 kilómetros después… llegó el fin

mirábamos el mar, que en L`Agulhas se mece violento, en busca de las inexistentes sombras del horizonte. Y al entender que no estaban, que allí no hay rincones, entendimos que se acababa el camino y que habíamos llegado a nuestro destino. Y sentimos la emoción del niño que sueña y la del adulto que hace realidad sus sueños. Lo habíamos hecho, estábamos allí.

Sur de Etiopía: la tribu de las miradas muertas

Y días después bajamos a Konso y nos cruzamos por casualidad con los samai. Estábamos sentados en un bar rústico cuando aparecieron espectros como yo nunca había contemplado. No parecían hombres ni bestias, parecían moldes de arcilla que apenas hacían sombra. Y toda la gente de Konso comenzó a rodearlos y a mirarlos como se mira a los fantasmas.

Sudán: el mundo que todos soñamos

Dos kilómetros después estábamos en uno de esos lugares que uno nunca llega y cuando llega nunca olvida. Aquellas ruinas del reino Meroítico, continuador del reino de Napata, parecen tener sus raíces en las arenas del desierto que trepan por sus rocas. Sus 2300 años de vida las convirtieron en piedra, en águila, árbol, mentira o quizá en antorcha.

La condena del Cairo

Ganábamos con la tumba de Tutankhamon en el museo egipcio y perdíamos con los militares que limpiaban las ametralladoras de sus tanquetas en la entrada. Siempre en alerta, siempre dispuestos a salir. Ganábamos una comida regular en una parte linda del imponente Nilo y perdíamos un desagradable control de policía secreta donde nos olían hasta nuestras carteras en busca de droga.

Diario de una guerra en la frontera turco-siria

Al llegar volvemos a ver a esas tres familias sirias que llevan allí dos días. Ellas se sientan alrededor de una mesa con sus hijos que juegan entre las mesas. Ellos, todos los hombres, se limitan a ver a todas horas las noticias de un canal que no para de hablar de Siria y de enseñar imágenes de la guerra. Lo hacen en silencio, rodeando la pantalla, con la atención debida de escuchar como otros narran sus vidas.

En el Puente de Mostar

En el Puente de Mostar las sombras andan tan deprisa de madrugada que nadie las ve. En el Puente de Mostar los mapas son de vidrio y las torres son ciempiés. En el Puente de Mostar se oyen rezos y campanas y cuando atardece danza ebrio el viento sin saber dónde perder. En el Puente de Mostar huele a comida generosa, a puchero de barro, a carne de pez...

El camino hacia la otra Europa

Tras los cánticos regionales y exaltación de la amistad de la noche anterior, partimos para Trieste y paramos antes en Brescia. Brescia es una de esas maravillas que Italia tiene desparramadas por su mapa. Tan bella como real con su mercado de los sábados donde uno contemplaba con una sonrisa que el desorden no es sólo una cosa ibérica, es una cosa mediterránea.
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