Zanzíbar: sonrisas de olor a clavo
A las dos tres de la tarde cogía el avión en Johannesburgo; a las siete de la tarde aterrizaba en Dar es Salaam; a las ocho estaba en un atasco; a las nueve cenaba con mi amiga Ana (ha venido a pasar unos días); a las nueve de la mañana tomaba un ferry que me llevaba a Zanzíbar. Así son los viajes: horas sin calma que cambian sin tu saberlo, moneda que no conoces, idiomas locales tan inteligibles como el anterior, hoteles sin dirección, sensaciones que se agolpan en el estómago, miedos que ya no aparecen, conversaciones absurdas que se repiten, comidas de aspecto apetecible, sabores que dejan de serlo… Estoy en Tanzania, un viejo comienzo.
Dar es Salaam me pareció otra más de las capitales africanas. Más refinada y menos caótica que Lusaka, sus grandes edificios de hormigón parecen haberse levantado para no ser habitados. Se nota el paso del turismo y se dulcifica su aspecto con el verde exuberante de la naturaleza tropical y su mirada al océano. Su puerto, donde cogí el ferry que tras hora y media lleva a Zanzíbar, se convierte en un hervidero de gente y maletas. Decenas de hombres sentados en las escasas sombras mientras las mujeres, con sus faldas largas y sus velos, cargan bolsas en las cabezas. Una novedad, la de la religión, ya que hasta ahora todos los países por lo que había pasado eran mayoritariamente cristianos, mientras que aquí se practica la fe islámica (aunque en África hay una mezcla cultural y de culto evidente en todos los lugares).
Su puerto, donde cogí el ferry que tras hora y media lleva a Zanzíbar, se convierte en un hervidero de gente y maletas
35 dólares de billete de ida nos subieron al buque Kilimanjaro, que al dejar la bocana del enorme puerto fue tropezando con los dhow, pequeñas barcas swahilis de cuerpo endeble de madera y pequeña vela blanca. A la izquierda, se veía también un enorme mercado atestado de gente en frenético movimiento. De frente, el tranquilo Índico reinventando sus azules.
La llegada a Zanzíbar se hizo evidente por la aparición, de nuevo, de los dhow. Esta vez las pequeñas embarcaciones se mezclaban con grandes buques, de aspecto oxidado y abandonado, que languidecen a la entrada del puerto. A la derecha se ven los viejos edificios, desconchados, de la histórica Stone Town, quizá la ciudad con más historia del sur de África, y de la que mi compañero Ricardo publicó un detallado reportaje en VaP. Es una postal antigua lo que se contempla, como si se retrocediera a la África colonial.
Cogimos un taxi (con perdón para los argentinos) que nos llevara a Kendwa, una localidad del norte. La carretera es la imagen que todos dibujamos en nuestra mente de una isla tropical, llena de palmeras y frondosos árboles, en torno a la cual se desarrolla la vida. Se ven carros tirados por bueyes cargando con lo imposible y gentes paseando que se retiran despacio del camino al sonido del constante claxon de los coches. El olor a especias lo inunda todo. Huele a clavo y a canela. Se ven en algunos puntos la mezcla de colores de las distintas especias derramadas en el suelo mientras se secan al sol. Por momentos el paisaje parece más inventado que real.
El olor a especias lo inunda todo. Huele a clavo y a canela. Se ven en algunos puntos la mezcla de colores de las distintas especias derramadas en el suelo mientras se secan al sol. Por momentos el paisaje parece más inventado que real
De repente comenzamos a ver camiones cargados de gente, sin que quepa un alma en la zona de carga, que forman una caravana. En el camino esperan otras decenas de personas, con sus camisetas amarrillas y verdes, que aplauden, cantan y gritan. No son aficionados de fútbol, son seguidores del partido del gobierno, el mismo que lleva 45 años mandando en Tanzania. En octubre habrá elecciones. Unos kilómetros más allá la marcha es de la oposición. La protagonizan jóvenes y niños que cantan y danzan al estilo zulú. Marchan primero sobre una pierna y luego sobre la otra. Una imagen repetida a la que vi en el museo Hector Petersen, en Soweto, en las trágicas marchas estudiantiles contra la política educativa del apartheid de 1976. Impresiona.
-“Esperemos que esta vez se respete el resultado de las elecciones. Las dos últimas veces ganó la oposición, pero el Gobierno no admitió el resultado”, nos dice Suliman, el taxista. “Este es un país corrupto donde no cambia nada. Yo perdí mi trabajo de bombero hace 16 años por apoyar a la oposición. Parece que ahora se respetará el resultado, pero eso ya lo han prometido las otras veces”. ¿Tienes problemas con la Policía? “Sí, acosan a los opositores. La sociedad está muy dividida”, explica. La miseria humana no respeta tampoco los paraísos.
Luego llegamos al Kendwa Rocks, un hotel de mochileros, con algunas habitaciones (hoyos) por 30 euros y una larga playa fascinante. Arena fina blanca, agua verde y azul y palmeras. Los días en aquel lugar se hacen cortos, a la sombra de algunas sombrillas o tumbado en alguna de sus camas instaladas en la playa. Los tempranos atardeceres del trópico son amarillos y rojos. Las noches se pasan en restaurantes iluminados con antorchas y las copas se toman entre las tumbonas. Las conversaciones repetidas entre viejos amigos, como si cada vez fueran nuevas, se extienden hasta entrada la noche. Supongo que es la mejor maneta de reconocer a la gente realmente cercana, que puedes intercambiar las mismas frases de siempre como si fuera la primera vez. Seis meses después, Ana ha venido a recordarme que tuve una vida anterior a esta aventura. Este es un lugar plagado de encanto, un lugar donde parece fácil ser feliz.
Comentarios (1)
Maria
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Sol, vacaciones y amigos…¿cómo no vas a ser feliz?
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