Zambia: buscando a Livingstone

Por: Javier Brandoli (texto y fotos)
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Crucé la frontera entre Zimbaue y Zambia andando. El taxi me dejó al otro lado del río y desde allí más de dos kilómetros, tras cruzar el puente que une a ambos países, a pata y con África entrando en vena. Gente rodeada de bolsas tumbadas bajo estrechas sombras, una chica que pasa en bici y se ofrece a llevarme (no podría ni con la maleta); vendedores de humo… Terminar el viaje en grupo me ha devuelto las ganas de este continente, de su locura, de su caos. Encontrarme solo me ha hecho sentir de nuevo la tensión de la ruta.

Necesito volver a toparme con las ciudades africanas, con las gentes que lo piden todo, con las ganas de ser invisible, con el tráfico de gente, los gritos, las carcajadas, los miedos, las noches sin almas, las tiendas inservibles, las peluquerías a la carta, los amaneceres inciertos, los viajeros con experiencia… Hay momentos donde el ambiente te arrincona y momentos donde todo lo que quieres entender no te cabe en los ojos. Todo lo que se avecina de nuevo será una sorpresa sin horarios que dirijan mis pasos. Será viajar, que no hace falta venir hasta aquí para sentir eso, aunque hay algo en esta tierra que te abraza y te empuja a la vez.

Un increíble hotel, de lujo, donde las cebras pastan en la piscina. Un mono, incluso, entró en mi habitación y me robó el azúcar en mi cara

Mis primeros días en Zambia los paso en el Hotel Royal Livingstone haciendo un reportaje de fotos. Un increíble hotel, de lujo, donde las cebras pastan en la piscina. Un mono, incluso, entró en mi habitación y me robó el azúcar en mi cara. (Ahora mismo, mientras escribo, acaban de pasar cuatro cebras más bajo mi ventana). El hotel me ha servido también para tres cosas: sobrevolar las Cataratas Victoria en helicóptero, coger el tren Royal Livingstone Express y organizarme una visita personal a un poblado, Mkuni, donde viven los Toka Leya.

La visita, haré reportaje en VaP, me dejó boquiabierto. El poblado tiene 700 años y viven 7000 personas. Cuenta con dos palacios reales, el de el jefe y la jefa de la tribu, que se dividen las tareas. Sólo el jefe tiene coche y cuenta con cinco televisiones, en cinco casas, que son las únicas con candado en la puerta. Pasee por sus calles de arena, vi a la gente sacar agua de sus fuentes y, sobre todo, vi el árbol en el que Livingstone se entrevistó con el jefe Mkuni, cuando descubrió las cataratas. ¿Por qué sobre todo? Porque Zambia se ha convertido en el país donde buscaré el rastro del explorador escocés.

La locomotora, de vapor, va haciendo sonar la bocina mientras la gente, en especial los niños, que viven sobre unos raíles que parten sus barrios en dos, se apartan, saludan, miran

El tren me dejó también escenas contundentes. Es un tren de época, de lujo, precioso, que hace un trayecto en el que se ve el atardecer y se cena a la vuelta (muy buena la comida). Sin embargo, la línea cruza hoy un township. La locomotora, de vapor, va haciendo sonar la bocina mientras la gente, en especial los niños, que viven sobre unos raíles que parten sus barrios en dos, se apartan, saludan, miran. Los más pequeños intentan alcanzar los vagones, mientras al fondo se ve como la vida se recoloca, las gentes vuelven a ocupar un horizonte caótico que se hace pequeño, a la vez que se escapa el tren de los afortunados turistas. Minutos después, paramos a cambiar la locomotora de sitio para la vuelta. Siete niños que viven en un poblado fuera de la ciudad se acercan. “Él es español, campeón del mundo”, le dice un tipo de Hong Kong  que vive ahora en Barcelona a los chavales. Los chicos le miran sin entender nada, hasta que uno de los maquinistas le explica que no tienen televisor, no saben nada del Mundial. Silencio valorativo. Volvemos al precioso tren, suena la banda sonora de Memorias de África. La oscuridad ya es infranqueable, el township son ahora pequeñas luces sin fuerza.

Mañana parto a Lusaka, en un autobús que tarda siete horas en llegar a la capital. Allí estaré dos noches y volaré hasta otro hotel, al que también haré un reportaje, enclavado en el corazón del río Zambeze. Luego, regreso a Lusaka e intentaré llegar hasta Chitambo, el lugar donde está enterrado el corazón de David Livingstone. Una agencia a la que le pedí presupuesto me pidió 1200 dólares (ni contesté); el conductor que me llevó a Mkuni se ofreció a llevarme desde Lusaka, pero no le he vuelto a ver desde que le dije que no pagaría nada desorbitado y que andaba justo de dinero; cabe la posibilidad de alquilarme un coche, pero el argentino del que hablé en el post de Chobe/Cataratas Victoria me dijo que hay que andar con cuidado, él atropelló a un búfalo y la gasolina es cara y escasa. No sé, supongo que será como siempre, que el propio viaje me enseñará la forma (quizá no la haya). Luego, cogeré un tren que me llevará desde Lusaka a Dar es Salaam. Tres noches de hierro, paradas en ciudades perdidas, venta ambulante e insomnio, que nunca se me ha dado bien dormir en los vagones.

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