Siete meses y una semana después vuelvo a casa

Por: Javier Brandoli (texto y fotos)

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Vuelvo a casa. En unas horas, si Turkish Airlines lo permite, cuando este blog se publique estaré llegando a España. Se hace raro dejar la absoluta libertad de África tras siete meses y una semana de viaje. Han sido los mejores días de mi vida en global, en personas, en miradas. Se viaja con la gente -era algo que ya sabía-, pero se viaja también con la curiosidad a la espalda. Sin miedos, por la simple aventura de ver que hay más allá de la siguiente valla. En cada paso una duda y casi ninguna certeza. Placer, sin más, del movimiento que parece infinito. Una extraña sensación de estabilidad cuando menos estable es tu vida. Ha habido muchísimos momentos buenos y ha habido también alguna vez en la que notabas el peso de la soledad en cada pisada. Superar los segundos hace más especiales el reencuentro con los primeros.

Ha habido muchísimos momentos buenos y ha habido también alguna vez en la que notabas el peso de la soledad en cada pisada. Superar los segundos hace más especiales el reencuentro con los primeros

Las malas conexiones ugandeses no me han permitido acabar el blog del viaje antes de mi llegada. Dejo pendiente algunos capítulos delirantes como el día que en la fiesta de la independencia ugandesa acabé con Ricardo en un escenario junto a un enano negro que se reía de los atrevidos mzungus (hombres blancos) para jolgorio del público; dejo por contar aquella carta que colgaba en medio de una rama de la selva esperando que la encontrara el destinatario; queda para las próximas semanas también mi cita con los gorilas y las delirantes escenas que vivimos con un gañán sudafricano que hacía preguntas del tipo de “¿cómo se dice pedo en ugandés?”; explicaré mi casual, y casi cinematográfico, encuentro en el último minuto con el ansiado leopardo y, por supuesto, está en debe mi llegada a las Fuentes del Nilo que se completó con una singular cena en casa de la cónsul honoraria de España en Uganda.

Es pronto para hacer un balance que no sea de emociones. Creo que necesito separarme de este lugar para comprender todo lo que he visto y pasado: un Mundial de color rojo; los canallas township sudafricanos; la espectacular costa de Western Cape; mi balcón con vistas al mar, las estrellas y las montañas de mi casa de Cape Town; los primeros safaris; el eterno desierto namibio; las cataratas Epupa y la singular tribu de los himbas; Ethosa y su animada nocturna vida salvaje; la acampada libre y baño en el Delta del Okavango; Chobbe y la alocada noche con un argentino; el desplome de agua de las cataratas Victoria; la villa Mkuni y sus siete televisores; el robo de Lusaka; el bajo Zambeze y su hotel de ensueño; la llegada a Chitambo a los pies del corazón de Livingstone; las playas de todos los colores de Zanzíbar; la encantadora decadencia de Stone Town y sus copas en la playa; el especial encuentro con el Nilo; el verde manto de la sabana de Uganda; los chimpancés; los gorilas; las Fuentes del Nilo y el Lago Victoria. Así explicados son sólo un listado de lugares, pero tras cada uno ha habido una historia en la que he sentido pasiones, emociones y algunas tristezas. Desde luego, en general, imposible olvidar cada atardecer en el que el cielo se pintaba a brochazos de color ocre.

Así explicados son sólo un listado de lugares, pero tras cada uno ha habido una historia en la que he sentido pasiones, emociones y algunas tristezas

¿Y la gente? El viaje tiene nombres y apellidos: Delphine, Nayara, Michelle, Alberto, Dani, Castelao, Inis, Albert, Dion, Álvaro, Gustavo, Avelino, Ana, Ricardo… y, sobre todo, Natasa. Tendré tiempo de asimilar todo, de intentar explicarlo, ya que me llevo algunas reflexiones propias, quizá nuevas, quizá sólo antes enterradas, que supongo que iré expulsando. Es probable que en no mucho tiempo vuelva a hacer la maleta, a emprender nuevo camino, quizá a regresar a parte del ya andado. Por ahora, vuelvo seis días, me cojo un avión y me voy a Suiza. Puede que allí vomite todo lo que se me ha removido en el estómago. ¿Puede haber algo más opuesto a África que la impoluta Suiza?

No he podido tener más suerte en esta experiencia. Supongo que soy un tipo con suerte. ¿Y ahora? Como dice la canción compuesta por un amigo músico que me ha acompañado en todo el viaje como si de una banda sonora se tratara: “Y ya estoy otra vez de cara a la pared…”. Bueno, no es del todo una mala pared tropezar de nuevo con la gente que uno quiere: familia y amigos. En breve, ración de jamón y tortilla de patata, que los tópicos funcionan de cerca y de lejos. See you África.

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