Uganda: el encuentro con el Nilo «verde»

Por: Javier Brandoli (texto y fotos)
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Volé con Air Uganda desde Dar es Salaam a Entebbe a mi encuentro con las Montañas de la Luna, las fuentes del Nilo, los gorilas en la niebla. El avión era un moderno aeroplano, cómodo, bastante mejor que la mayoría de los que tienen las líneas aéreas europeas. Divisé desde el cielo el Kilimanjaro y sus cumbres nevadas y sobrevolé el mítico e inmenso lago Victoria, sobre el que daba la impresión que se posaría la nave. Vi las pequeñas barcas de pescadores, su horizonte de agua infinita, sus islas desperdigadas. ¿Qué pensarían aquellos primeros exploradores europeos que se encontraron con un mar en el corazón de África? Dos horas después me encontré con Richi. Fue una noche de charla alegre en la que intervino Jan Willem, un holandés que nos ha facilitado el viaje y que tiene una interesante historia: trabaja para una ONG que medica con sms (daría para un post entero explicarlo).

A la mañana siguiente comenzó nuestra ruta. Cruzamos Kampala, sufrimos su colapso de tráfico y volví a encontrarme con las caóticas y fascinantes ciudades africanas. Eso sí, con una enorme sorpresa, la capital cuenta con una línea de metro. Recogimos allí a Safie, una mujer de Turismo de Uganda que nos acompañará en el trayecto junto a nuestro conductor, Norbert. Salimos de Kampala, con los ojos clavados en sus mercados de barro y su desorden organizado. Buenas carreteras nos acompañaron los primeros kilómetros. Junto a un pequeño mercado ambulante, donde los vendedores se agolpaban junto al coche y Norbert nos dio a probar la cassaba (una especie de boniato asado), vemos a decenas de hombres haciendo una zanja para meter cable para Internet. Dos imágenes paralelas y, aquí, reconciliables.

Comemos en Masindi y allí tomamos una nueva carretera, dirección Murchison Falls Park, que nos descubre una Uganda fascinante. Un camino de tierra rojiza como arcilla, se acabó el asfalto, en el que se sucede la vida rural. La vegetación tropical se agolpa, hasta acosar, a los lados; los niños saludan con las manos y los ojos; las bicicletas se empeñan en superar el barro. Fueron casi tres horas de dura carretera que nos pareció un regalo. Exactamente lo mismo que cuando cruzamos la puerta del parque.

es el nombre y apellidos de aquellas aguas lo que las confiere un toque mágico. El Nilo, el eterno Nilo, que regara al Egipto faraónico, se deshace en un salto de agua salvaje

Por fin, tras una hora más de coche, llegamos a las cataratas Murchison, que descubriera el intrépido Baker. Por fin llegamos al Nilo. Escuchar su estruendo estremece, pero es el nombre y apellidos de aquellas aguas lo que las confiere un toque mágico. El Nilo, el eterno Nilo, que regara al Egipto faraónico, se deshace en un salto de agua salvaje para luego perderse mansamente camino del aún lejano Mediterráneo.

Más especial aún es el paso de Paraa. Esperamos mientras la barcaza cargaba un autobús lleno de escolares. Simbólica escena en un lugar en el que hace unos años las balas acallaban el ruido de la selva y hoy se escuchan las risas de niños con un presente en el que no se incluye formar parte, tras un rapto, de un ejército de niños asesinos enloquecidos. La luz rompe las nubes y pinta el cielo de violeta. Tocamos el Nilo con las manos. Sobre aquel viejo transbordador se encienden las emociones de quien viaja apegado a la historia.

Tocamos el Nilo con las manos. Sobre aquel viejo transbordador se encienden las emociones de quien viaja apegado a la historia

El remate fue el inolvidable hotel que nos esperaba: el Paraa Safari Lodge. A lo largo de mi ruta africana he señalado unos pocos alojamientos especiales: este es otro de ellos. Es un buen hotel, con un personal encantador y situado en un enclave privilegiado. Desde cualquier punto del recinto se escucha el susurro del agua; desde cualquier habitación se contempla su paso en calma. Cena agradable colgando del río, algún vino y la sensación de dormir en un sitio único. Se apagó el día con una sonrisa en la boca.

La última jornada fue también especial. El safari que hicimos en el parque nacional es fascinante. Los caminos rojizos se mezclan con el verde de un pasto que crece en hilera. Las acacias y palmeras dan sombras a las manadas de búfalos, elefantes, jirafas… Un viejo león desaparece lentamente, cansado del acoso de cinco coches que le observan (en otros parques nacionales de África, en una escena como esa, a la cifra de coches habría que añadirle un cero). Al fondo, esperan las aguas del Lago Alberto, una de esos mitos de aquella África llamada “tierra desconocida”, en la que esta zona de los mapas, hace sólo 140 años, se dejaba en blanco. Quizá, lo más fascinante de este parque es que podrías estar horas recorriéndolo aunque no hubiera animales.

Por la tarde, la ruta es en barco, por el Nilo, para acercarse a las cataratas. Los hipopótamos se cuentan por decenas, dejando escenas tan curiosas como ver a uno echándose en el agua, sobre otro, una siesta. Llegamos casi hasta la catarata.

Las primeras tres noches en Uganda han sido fascinantes. Una sorpresa de lugar que, si nada cambia, creo que se convertirá en uno de esos lugares a los que volver cuando me vaya de África. Hacer la ruta con Richi también hace especial esta parte del camino. Nos vamos para el sur.

Esta ruta se ha organizado con la colaboración de la empresa Gorilla Tours y Uganda Tourism Board. Más información en las páginas web:

www.gorillatours.com

www.uwa.org

www.paraalodge.com

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