Olga Moya

Siempre quise ganarme la vida con palabras. Lo de las maletas vino después. Me inicié en el periodismo de viajes de la mano del suplemento Viajar de La Vanguardia. Desde entonces, he colaborado en diversas revistas de viajes, he dirigido un periódico de turismo para profesionales del sector y he publicado reportajes en Crónica de El Mundo, El Viajero de El País y el periódico mexicano Reforma. Conozco todos los continentes menos Oceanía, aunque debo reconocer cierta predilección por Asia, lugar al que he dedicado tres años al completo. He trabajado como voluntaria en un campo de refugiados de Myanmar, como profesora de inglés para exiliados tibetanos en Dharamsala, como guía turística en India, como enviada especial en Sierra leona y como instructora de buceo en Tailandia. Y es que, en ocasiones, no hay nada mejor que apearse del propio viaje y quedarse en aquel lugar que, por lo que sea, te ha llegado. Adoro el mar, los aeropuertos, las novelas bien escritas, los animales en libertad, la comida tailandesa y los retos. ¿Un sueño? Seguir ganándome la vida con huellas y palabras.
6 artículos

Sierra Leona: la minúscula historia de una sonrisa a medias

Abu tiene trece años, la sonrisa tímida y unos ojos que buscan constantemente el suelo. Abu no se atreve a mirar cara a cara al mundo, seguramente porque ya ha visto demasiado. Hijo de una familia humilde de una pequeña aldea cerca de Makeni, en Sierra Leona, su vida dio un giro de ciento ochenta grados el día que cayó al río desde un puente en el que se encontraba pescando. Y al caer, el infortunio quiso que se perforara la uretra con una rama.

Y de repente, Petra

Era consciente de estar a punto de vivir uno de esos momentos en la vida que pasarán a formar parte de la lista de inolvidables, imborrables, eternos. Como el primer beso. Como el nacimiento de un hijo. Como cuando uno ve por fin el Taj Mahal y no puede evitar que se le humedezca la mirada. Y es que existen iconos en el mundo a los que resulta imposible ser ajeno.

Filipinas: relato sin moraleja

Quisiera dar las gracias al chico rarito que no se llamaba Nilson. Y es que a menudo, un contratiempo te lleva a una experiencia infinitamente mejor a lo que tenías planeado. Y broncearme tumbada en una playa paradisiaca era un buen plan, pero ser adoptada por una familia filipina fue infinitamente mejor. Gracias cómo sea te llames.

Mae Ra Moe, la cárcel sin rejas

Tenían historias tristes, muchas -familias separadas, padres muertos, aldeas quemadas, años viviendo escondidos en el bosque-, pero las explicaban con la naturalidad del que está hablando desde y sobre su propia vida. Estaban acostumbrados a ello aunque para nada resignados. A la inversa: aquel es un lugar en el que, por encima de todo, perdura la esperanza. No es un lugar triste ni derrotado.

Prólogo a un viaje comenzado

Almayer es, en definitiva, el acto mismo de viajar. Meta y camino simultáneamente. Medio y fin. Búsqueda y encuentro. Y es que tal y como reza mi libro preferido, “Todo lo demás no era nada todavía. Inventarlo –eso sería lo maravilloso”. Inventemos.
Tu cesta0
Aún no agregaste productos.
Seguir navegando
0
Ir al contenido