Y de repente, Petra

Por: Olga Moya (texto y fotos)
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No recuerdo con exactitud la primera vez que soñé con ir a Petra. No sé si fue con 9, con 12 o con 15 años. Lo que sí recuerdo, sin embargo, es que fue una mañana de fin de semana en que la música clásica -posiblemente Schubert- resonaba con vehemencia en el salón. Mis padres entretenían las horas en pequeñeces cotidianas y yo buscaba algo, no recuerdo el qué, entre los miles de libros que recubrían las paredes del comedor.

Entonces la ví: la Fachada del Tesoro -imponente, majestuosa, atroz- decorando como una pequeña promesa envuelta en rosa la portada de aquel libro de formato grande y tapas duras al que el azar me había conducido sin motivo ni razón. Me quedé allí, atrapada en ella, fantaseando con historias de Tintín en las entrañas de la roca -o quizás es que ya la había visto en Indiana Jones y su visión repentina trajo a mi memoria resacas de aventuras. Cuando le pregunté a mi padre por aquella filigrana esculpida en piedra me dijo que se trataba de una ciudad escondida en el desierto y aquello no hizo más que espolear mi imaginación.

Fantaseando con historias de Tintín en las entrañas de la roca

Desde entonces, regresé a Petra muchas veces. Físicamente tumbada en la cama, en el bus de camino a la escuela, en el supermercado de la mano de mi madre, en los columpios balanceando a mi hermana. Mentalmente lejos, asomada tras un pliegue de la piedra con el corazón galopante mientras me perseguían indios y vaqueros, ogros, brujas y demás enemigos que me acechaban desde los senderos más remotos de mi imaginación.Tuve que esperar mucho hasta que mente y cuerpo coincidieron ante la ciudad escondida. Y, sin embargo, debo decir que, al contrario de los que suele suceder cuando uno ha esperado durante demasiado tiempo, la realidad no defraudó.

El interminable desfiladero del Siq le sumó media hora más a la larga espera. Sus escarpadas paredes, como gigantes de piedra custodiando nuestra entrada, nos engullían permitiéndonos desvelar su secreto. Y allí estaba yo, abrumada, pequeñita y expectante, caminando junto a beduinos que, a bordo de sus burros, me invitaban a montar. Decliné todas las invitaciones dispuesta a alcanzar a pie -degustando cada paso, entreteniéndome en cada mirada- el Tesoro, convencida en alargar un poquito más la espera, en saborear esos últimos minutos que me separaban del que había sido mi particular cuarto de juegos durante tanto tiempo.

Momentos en la vida que pasarán a formar parte de la lista de inolvidables

Era consciente de estar a punto de vivir uno de esos momentos en la vida que pasarán a formar parte de la lista de inolvidables, imborrables, eternos. Como el primer beso. Como el nacimiento de un hijo. Como cuando uno ve por fin el Taj Mahal y no puede evitar que se le humedezca la mirada. Y es que existen iconos en el mundo a los que resulta imposible ser ajeno. Nos pasamos la vida esperándolos y cuando están ahí, cuando los estás viviendo, cuando tienes aquellos labios pegados a los tuyos, aquella enfermera tomándote la mano, aquel blanco impoluto moteado de saris hiriéndote la retina… algún lugar del cerebro se encarga de no dejarlo escapar, de retenerlo indefinidamente, de momificarlo para que puedas regresar a él cuantas veces quieras en el futuro. Y yo estaba a punto de que Petra se convirtiera para siempre en un refugio al que viajar, ya no con la imaginación como cuando era pequeña, sino con el recuerdo.

Y así fue. De repente, de entre dos paredes inmensas que parecían querer tragarse el desfiladero, la visión parcial y fragmentada del Tesoro. Y es que Petra es tan tímida, tan celosa de su espacio, tan  exquisita en su escondite de piedra, que uno no puede alcanzarla con la mirada a la primera. Petra debe ser cortejada despacio, como una dama de piel sonrosada que tras un mal paso puede salir huyendo, ganándote poco a poco su confianza y, con ella, la visión cada vez más completa de su inigualable silueta esculpida sobre el paso del tiempo.

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Comentarios (2)

  • Ana

    |

    Inmenso, Olga. Precioso relato. Yo también me muero de ganas por estar dentro de El Tesoro

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  • Lydia

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    Un magnífico relato. Describes a la perfección tus recuerdos, sensaciones, emociones….

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