Viajar a África por primera vez no es sencillo. Algunos tienen la tentación de salir corriendo a medida que se despeñan los mitos y se oscurecen los horizontes idílicos. Pero quienes resistan ese fugaz impulso quedarán para siempre contaminados por el Mal de África, esa pasión por el continente, despojada de prejuicios, que te obliga a regresar una y otra vez y, a los más atrevidos, a quedarse.
1º África no es barato
El primer mito que se le desmorona al turista que viaja por primera vez al continente. Viajar a África es caro y, a veces, muy caro. Dejando a un lado los vuelos, poner un coche en carretera puede costar 100 dólares por día y los confortables alojamientos para turistas, muchas veces rodeados de personas condenadas a tener que vivir con menos de un dólar al día, se pagan. Uno puede, por supuesto, ir de mochilero y alojarse en “hoteles” locales, pero ni siquiera en ese caso el presupuesto es bajo. Un mzungu siempre es un mzungu.
2º “Memorias de África” es sólo una película
Es, sin duda, la película de la historia que más turistas ha llevado a África. Buscando esos atardeceres suspendidos de emociones, esos inolvidables paisajes de las tierras altas de Kenia y, por qué no, al mismísimo Robert Redford. Con una sola frase en la maleta, “Yo tenía una granja en África…”, miles de turistas han puesto rumbo al África oriental durante años. La casa de Karen Blixen, en realidad un pequeño museo, es uno de los lugares más visitados de Kenia. Los crepúsculos son tan magníficos como en la película, las colinas de Ngong no se han movido de ahí, pero al final de los créditos una nota a pie de página debería advertir que, aunque cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia, África es mucho más, y mucho menos, que esas postales idílicas.
3º Un safari no es un “todo incluido”
Inevitable llegar a África con la obsesión de ver a los “big five” (león, búfalo, elefante, rinoceronte y leopardo) en las sabanas. Vaya por delante: un safari no es un “todo incluido”. Nadie puede garantizar nada porque los parques naturales de África, afortunadamente, no son todavía parques temáticos. Recuerdo un safari en Ishasha (en la frontera de Uganda con el Congo) como uno de los más placenteros pese a que no vimos apenas animales y nos tiramos un par de horas escudriñando las ramas de las acacias en busca de un león sesteando. Resulta obvio subrayarlo pero, a tenor de los comentarios que escuchas a veces a otros turistas, muy necesario: ver de cerca a los cinco grandes puede llevar horas… o días. Eso sí, conviene no perder la esperanza; en el momento menos esperado puede surgir de la maleza, con paso cansino, el leopardo que se resistía durante meses. Doy fe.
4º Ojo con los “descubridores”: ellos no fueron los primeros
La literatura occidental sobre África, rebosante de épica, está repleta de exploradores y aventureros corajudos. Normal que uno desembarque en África con su ración de mitos a cuestas. Pero hay que tener muy presente que hablar con admiración de los “descubridores” puede mover a la hilaridad a muchos africanos: ellos, desde luego, llegaron primero. Por no hablar de las gestas “heroicas” que se recuerdan allí como terribles matanzas, escabechinas con miles de muertos sostenidas por la superioridad armamentística y la disciplina de ejércitos mucho más numerosos.
5º El tiempo es un concepto elástico
Los autobuses y los trenes salen cuando están llenos y mañana puede ser dentro de una semana. En África no suelen echarle un pulso al tiempo todos los días, como los occidentales, y a veces lo desdeñan abiertamente, lo que provoca no pocos enojos entre los turistas acostumbrados a horarios y puntualidades del primer mundo, ése donde,pese a todo, siempre llegamos tarde a algo. Parece una cuestión menor, pero es fundamental entenderla para no amargarse (Tanzania quizá sea el exponente de esta peculiar filosofía nihilista donde el “ahora” está proscrito). Mejor dejarse el reloj en casa.
6º Bienvenido al club de los comedores de polvo
Los safaris siempre son (al margen de que se vean pocos o muchos animales) experiencias placenteras, pero llegar hasta esos parques naturales de postal tiene su precio. A menudo lo pagan nuestros riñones o esas vértebras demasiado acostumbradas al confort de los asiento abatibles. Viajar en todoterreno por los caminos perdidos de África es, en ocasiones, lo más parecido a meterse unos minutos en una lavadora con el centrifugado al máximo. Y, sobre todo, recorrer esas pistas infames en temporada seca, y con la capota levantada, supone un ingreso honorífico en el adictivo grupo de los comedores de polvo.
7º No es necesario vestirse de explorador
Se encaramó a la roca con paso incierto. Una vez allí, en medio del Nilo, recuperó la prestanza y se irguió con la solemnidad que requería el momento. Con las cataratas de Murchison a sus espaldas y uniformado de explorador del XIX hasta el delirio, adoptó la pose del aventurero que, por fin, ha llegado a la meta. Era el mismísimo Speke redivivo. Es el exponente más evidente que me he cruzado de explorador moderno, pero sin necesidad de calarse un salacot, África está bastante nutrida de aventureros de nuevo cuño que ejercen con vestimenta acorde. No es necesario, de verdad.
8º La ruta de los souvenirs
“¡Estoy hasta las tetas de tanta tienda!”. La frase rotunda del turista cabreado todavía me viene a la cabeza cuando recuerdo mi primer viaje africano hace ocho años y las múltiples paradas en la “Gift shop” de carretera de turno con las que nos torturaban los guías (siempre a comisión). El turista catalán no pudo más y dijo en voz alta lo que la mayoría pensábamos. También hay que estar preparado para esto si uno opta por debutar en tierras africanas con un viaje organizado. Lo más duro de ese viaje fue curiosear por las tiendas con un solícito empleado detrás, cesta en mano, esperando ver cómo la llenábamos con nuestras compras.
9º El repelente antimosquitos no es una crema solar
El olor a Relec acompaña indefectiblemente (como las pastillas de Larian contra la malaria) las primeras experiencias africanas de cientos de miles de turistas. Para muchos de ellos, África huele a loción antimosquitos. Conviene aclararlo: su efecto se prolonga durante horas. No es necesario embadurnarse a cada rato (típico síntoma maníaco-obsesivo del debutante) como si estuviésemos en primera línea de playa con la espalda en pepitoria. Tus compañeros de viaje te lo agradecerán.
10º Nunca caminarás solo
Es inevitable. En algún momento de tu bautismo africano te sentirás como si fueras el primer blanco en hollar un determinado paisaje remoto. Añádele el adjetivo “olvidado” y ya tienes el perfecto cóctel del aventurero. Ahora sí, puedes descansar con la satisfacción del deber cumplido. Por supuesto, te sentirás solo. Lo lamento: no es verdad. Tardarás apenas unos minutos en comprobarlo. Por muy árido que sea el paisaje, por muy yermo que parezca el horizonte o inaccesible el entorno, de la nada irrumpirá seguro sin previo aviso (incluso de debajo de una piedra si es menester) un paisano alertado por la presencia del hombre blanco.
Estos diez mandamientos se encierran en dos: amarás a África sobre todas las cosas y continuarás queriéndola pese a prejuicios inconsistentes y mitos escurridizos.