Éfeso: duelo al sol con la historia

Hacía un calor del infierno y no había una sombra en centenares de metros a la redonda. Estábamos indefensos frente a la apabullante historia de Éfeso, caminando a orillas del Egeo entre las ruinas del que fue uno de los principales puertos de la Antigüedad.

Veníamos advertidos, pero pese a que estábamos a mediados de octubre, hacía un calor del infierno y no había una sombra en centenares de metros a la redonda. Estábamos indefensos frente a la apabullante historia de Éfeso, caminando a orillas del Egeo entre las ruinas del que fue uno de los principales puertos de la Antigüedad, el puente comercial entre Asia y Occidente durante siglos.

Cualquier yacimiento rezuma historia, pero el pasado de Éfeso es abrumador: colonia griega que ya era casi milenaria cuando nació Jesucristo (su fundación en el siglo IX adC se atribuye a Androclo, hijo del último rey de Atenas, aunque una leyenda reclama ese honor para las amazonas), aquí se levantó el templo de Artemisa, una de las siete maravillas del Mundo Antiguo, que intentó reconstruir, tras un incendio provocado por un zapatero con delirios de grandeza, el mismísimo Alejandro Magno.

Cualquier yacimiento rezuma historia, pero el pasado de Éfeso es abrumador

Llegó a ser la segunda ciudad del Imperio romano. Aquí nació el filósofo Heráclito y por aquí pasaron Julio César, Marco Antonio y Cleopatra, San Pablo (con gran estruendo) y San Juan y, dicen algunos, hasta la Virgen María, que habría vivido en Éfeso sus últimos años de vida (de hecho, a finales del siglo XIX se descubrieron en el cercano monte Pion los restos de la que habría sido su casa, hoy en día lugar de culto para católicos de todo el mundo).

Nos hemos levantado a las seis de la mañana. El avión de Pegasus Airlines que nos lleva a Izmir, la antigua Esmirna, cuna de Homero, despega a las nueve de la mañana del aeropuerto Sabiha Gökcen de Estambul. Con nosotros dentro. Una hora después aterrizamos en el aeropuerto de Adnan Menderes de Izmir, la tercera ciudad más populosa de Turquía tras Estambul y Ankara. Allí nos espera Orkan, el guía cuyos servicios hemos contratado a través de internet para nuestra visita exprés a Éfeso. Con él recorremos por carretera los 80 km. que separan Izmir de las ruinas de la antigua ciudad griega, con una parada previa en la Casa de la Virgen (de la que hablaré en otra ocasión).

La espina dorsal del yacimiento, algo así como la Castellana de Éfeso, es la vía de los Curetos

Avanzamos a través de un paisaje de impronta mediterránea de cultivos, olivares y pequeñas serranías, un terreno fértil bendecido por las lluvias que nos conduce hasta la vieja Éfeso, a la que accedemos por la Puerta Magnesia, construida en el siglo I por Vespasiano. La espina dorsal del yacimiento, algo así como la Castellana de Éfeso, es la vía de los Curetos (sacerdotes que se encargaban que nunca se apagara el fuego sagrado), una avenida de suelos de mármol flanqueada por los restos de las construcciones que la convirtieron en una ciudad privilegiada que llegó a tener, en el siglo II, alrededor de medio millón de habitantes: biblioteca, teatro, termas, gimnasio, baños públicos, parlamento, prostíbulo, fuentes…

No queda demasiado de esa magnificencia de antaño, salvo los rescoldos esculpidos en piedra que son un mero guiño a su pasado glorioso, por los que deambulan displicentes los gatos en busca de una sombra que no existe. Y así, caminando entre grupos de turistas y con el soniquete de las mecanizadas explicaciones multilingües de los guías, avanzamos montaña abajo dejando atrás las termas (se calentaban haciendo pasar aire caliente por unas conducciones bajo el pavimento) y el odeón (un recinto con capacidad para 1.500 personas en el que los efesios disfrutaban de conciertos) y atravesamos la puerta de Heracles, desde donde se disfruta de una de las vistas más bellas de Éfeso: la de la descendente vía de los Curetos que culmina en la joya del área arqueológica: la restaurada biblioteca de Celso.

No queda demasiado de esa magnificencia de antaño, salvo los rescoldos esculpidos en piedra

La biblioteca albergó en pequeños nichos más de 12.000 rollos y fue una de las principales cunas del saber del imperio romano. Aquí está enterrado Tiberio Julio Celso, consul romano y patriarca de la familia que financió su construcción. Incendiada en el año 263 durante la invasión goda, fue restaurada en los años 70 del pasado siglo, lo que permite ahora a los visitantes disfrutar de la fachada más fotografiada de Éfeso.

Al comienzo de la contigua vía de mármol hay una inscripción en griego, “sígueme”, que anuncia la proximidad de la casa de citas. No había pérdida (Éfeso fue, además, la primera ciudad del imperio en iluminar sus principales calles por la noche). Un poco más adelante, a nuestra izquierda, a falta de carteles de neón hay un pie cincelado en el suelo que indica la dirección a la casa pública. Por si había alguna duda, las excavaciones sacaron a la luz en este lugar estatuillas de Príapo con sus falos enhiestos.

A falta de carteles de neón hay un pie cincelado en el suelo que indica la dirección al antiguo prostíbulo

No dejo de pensar en el calor que debe hacer por aquí en pleno agosto (he leído en algún lado que ha habido hasta desmayos, y no me extraña). En el cercano teatro, tres pisos de graderíos con capacidad para 25.000 espectadores que a esta hora parecen una inmensa sartén donde es cuestión de tiempo que terminemos friéndonos todos, asciendo los escalones en busca del mejor ángulo para la foto. La panorámica desde aquí, a casi veinte metros de altura, es envidiable.

Enfrente se aprecia nítida la vía del Puerto, una calzada de medio kilómetro flanqueada de pórticos llenos de tiendas que antiguamente moría en el mar. Antes de que la orilla retrocediese casi seis kilómetros (por culpa de los aluviones del río Caistro), dejando a Éfeso sin puerto.

La llegada en coche al cercano templo de Artemisa es desoladora. Sólo queda en pie una columna

Minutos después, la llegada en coche al cercano templo de Artemisa es desoladora. Sólo queda en pie una columna, toscamente unida pedazo a pedazo, y bloques de mármol por doquier. Como el áurea de una de las siete maravillas del mundo sigue lanzando destellos a la imaginación de los viajeros, en los alrededores varios vendedores ambulantes ofrecen monedas bizantinas falsas por diez liras aprovechando la debilidad emocional del visitante frente a la nada, impactado aún por la pesadumbre que provoca la nadería arqueológica.

El templo de las 120 columnas, levantado en el siglo VI adC, está íntimamente ligado a la figura de Alejandro Magno: fue destruido por un zapatero incendiario, Erostratos, 22 años antes de que el soberano macedonio llegase a Éfeso para librar a la ciudad del dominio persa. La reconstrucción del templo ya estaba en marcha, pero Alejandro ayudar a financiarla a cambio de que le pusieran su nombre. Los efesios, nada dispuestos a hacer semejante feo a su diosa Artemisa, recurrieron a la diplomacia para rechazar su auxilio, convenciéndole de que “un dios no puede ayudar a otro dios”. Ahora, todo lo que se puede hacer aquí es perder unos minutos buscando el mejor encuadre de la solitaria columna con el castillo otomano, la mezquita de Isa Bey y la iglesia de San Juan en lontananza. Triste consuelo.

Antes de abandonar Éfeso, nos restaba una última mueca de esperpento turístico: un exclusivo desfile de modelos

Más revuelo que el gran Alejandro causaría en Éfeso, tres siglos y medio después, otra visita: la del apóstol San Pablo, quien utilizó la ciudad como centro de operaciones para su labor misionera en Asia Menor y puso en pie de guerra a los comerciantes, a quienes afeó la venta de estatuillas de Artemisa en las inmediaciones del templo.

Antes de abandonar Éfeso, nos restaba una última mueca de esperpento turístico. Orkan se había ofrecido a acompañarnos a una tienda con descuentos inmejorables en artículos de piel y aunque parecía la típica emboscada a comisión, terminamos por no resistirnos dado que el avión no despegaba hasta tarde. Los peores presagios se confirmaron con una escenografía inesperada, eso sí. Cuando nos quisimos dar cuenta, estábamos en el interior de una nave de la ciudad de Selçuk asistiendo a un desfile exclusivo en el que las modelos desfilan con las prendas de piel y el número correspondiente en la solapa, que debemos anotar si después queremos comprarlo en la tienda contigua. Nos invitan a un te y, terminado el pase, continuamos la encerrona en una nave repleta de abrigos y cazadoras de piel en la que nos agitan el señuelo de descuentos de hasta el 60%. Sin mayores ceremonias, agriamos la sonrisa del dueño cuando le decimos que nos vamos. Nadie se despide de nosotros. Fuera, Orkan no hace preguntas.

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