Hacemos un café rápido a las seis. Todo a punto para dar un paseo en canoa. Cogemos el río que pasa por delante del campamento y vamos navegando hasta el lago Malombe, muy cerca del lago Malawi. Vamos viendo la vida acuática, pájaros en las cañas esperando pescar algún pececillo, barcas con pescadores, los hipos que de vez en cuando salen a respirar y levantan las pequeñas orejas redondas para captar qué pasa a su alrededor. De repente, un chapoteo de agua delata unos waterbucks que huyen de nuestra presencia corriendo por el agua. Al fondo, una manada enorme de elefantes se ha acercado al lago para beber. Vamos volviendo hacia el campamento, nos sobrevuela un grupo de gansos negros. Su aleteo parece el ruido de un abanico atizando el fuego. Llegamos, desayunamos y tomamos la carretera para ir a Cape McClear, el lago Malawi, conocido también como el lago de las estrellas.
Su aleteo parece el ruido de un abanico atizando el fuego
Llegamos a la orilla del lago, en el campamento Eagle’s Nest. Montamos las tiendas y vamos a comer en el bar. Ante nosotros se extiende uno de los lagos más grandes de África. La luz del sol se refleja en el agua, unos cuantos patos van bordeando la orilla. Al fondo se oye el griterío de los niños del pueblo vecino que se remojan en el agua, jugando mientras las barcas de los pescadores van llegando al pequeño puerto del pueblo que hay al lado del campamento.
Hacemos tiempo esperando la puesta de sol. Ante el bar del lodge tenemos una pequeña playa del lago con dos islas al fondo. El sol va bajando hasta acariciar la cima de la isla en el horizonte. El cielo se va tiñendo de tonos anaranjados hasta desaparecer. Inmediatamente después el agua queda inundada de reflejos azulados. La oscuridad va apagando la poca luz del sol que queda. Mientras tomamos una copa de vino blanco fresco, aparecen pequeñas luces en el horizonte del lago. Son las pequeñas luces que llevan los pescadores en las barcas mientras pescan de noche. Las pequeñas luces dispersas se van convirtiendo en un manto de pequeños puntos de luz. Esta es la razón por la que Livingston bautizó este lago como el lago de las estrellas.
Miércoles 20
Me tumbo sobre la arena de la orilla del lago. Siento el ruido del pequeño oleaje que crea la corriente del lago. La inmensa superficie de agua azulada del lago se abre ante mí, sólo rota por las siluetas nubladas de dos pequeñas islas frente a la costa y un catamarán con el nombre Mama Afrika pintado en un lateral de su cubierta a la espera de turistas que quieran pasear sobre él por el lago. Un pequeño pájaro, un Martín Pescador blanco y negro vuela a ras de agua a punto de pescar con su pico puntiagudo algún pez que le sirva de desayuno. La soledad del momento, la paz interior que me invade, la reflexión interna de estos días, me hacen dar cuenta de que soy feliz.
La reflexión interna de estos días, me hacen dar cuenta de que soy feliz
Hoy hemos navegado por el lago con una barca de una gente local. Nos han llevado a las islas que hay frente al Logde. Hemos hecho snorkel. No había hecho nunca en un lago. Es una sensación extraña, el agua dulce hace que todo sea diferente. Los peces también son diferentes. Nos preparan la comida en la playa. Encienden un fuego para cocer arroz, patatas y pescado. El hecho de ser locales los que lo hayan organizado da aún más valor porque en estos hechos se apunta una pequeña rendija de desarrollo y oportunidades para esta gente.
Volvemos a contemplar la puesta de sol desde el lodge. El cielo se va tiñendo de colores que se reflejan en el agua. Está oscureciendo. Tumbado en una butaca, leo y tomo una copa de vino mientras de fondo suenan canciones de Manolo García que hacemos cantar desde el iphone. Suena Vendrán días, una canción que me hace retroceder muchos años de mi vida. Dame besos y caricias sinceras o mercenarias …. Ya es oscuro. Estamos todos en torno a una mesa, a la luz de una vela con los pies en la arena, terminando las últimas gotas de vino que quedan esperando la hora de cenar. Cuántas emociones …
Jueves 21
Hoy es día de carretera. Dejamos el lago Malawi para volver a Mozambique. Ahora ya tengo sensación de que el viaje se está acabando. Vamos hacia la frontera. Es una frontera pequeña que pasamos sin problemas. Ahora nos esperan tres horas de pista sin asfaltar hasta llegar a Cuamba. El trayecto se hace un poco pesado. Llegamos a Cuamba y tenemos algunos problemas con el alojamiento. Nosotros estamos en el Hotel Vision 2000, el mejor de la ciudad, pero el peor del viaje con diferencia. Esto es África profunda y se nota en todo, las carreteras, las casas, los hoteles, la gente, … Comemos en el único restaurante de la ciudad, esperamos más de una hora para comer un pescado a la brasa, pero no tenemos nada más que hacer.
Viernes 22
Salimos temprano para coger el tren local que nos ha de llevar de Cuamba a Nampula. Según todas las guías es un highlight de Mozambique. El tren sale a las seis, puntual. Nos damos cuenta de que no es el tren que habíamos visto y nos cuentan que ha tenido una avería y lo han cambiado por otro. El tren es nuevo y limpio, pero tiene las ventanas pequeñas y lo mejor del trayecto es ver la vida local que se genera en torno a las estaciones cuando se detiene el tren. Es de las pocas líneas férreas que construyeron los portugueses y que aún funcionan. Todo lo demás está en desuso, como la mayoría de infraestructuras y construcciones de la época colonial.
En la primera parada ya vemos la multitud de gente que se reúne alrededor de los vagones de tercera, donde viajan los locales. Hombres, mujeres y niños con capazos, bolsas y cestas ofrecen sus productos: bebidas frías, panes, tomates, frutas, cacahuetes… El tren poco a poco, no debe pasar de los 50km por hora. Las paradas se van sucediendo y siempre el mismo espectáculo. Gente con bandejas de mimbre vendiendo plátanos, judías, zanahorias… Compramos unas coca-colas y unos plátanos y comemos algunas galletas y alguna otra cosa, los restos de comida de los días de acampada. Llegamos a Nampula después de 10 horas en este tren. La experiencia no ha estado mal, pero quizás sea un poco demasiado largo. Ahora nos esperan tres horas de carretera hasta Ilha Mozambique, la última parada de este viaje.
Hombres, mujeres y niños con capazos, bolsas y cestas ofrecen sus productos
Se hace de noche y todavía nos queda un rato para llegar. Finalmente llegamos a la costa. Ilha Mozambique es una isla que está unida al continente con una pasarela de tres kilómetros. Se ve una línea de farolas que se adentrará en el mar, es el puente, estrecho. Al fondo se divisan las luces que perfilan la silueta de la isla. Llegamos a la guesthouse Patio dos Quintalinhos, un pequeño alojamiento en una de las casas coloniales portuguesas, restaurada y decorada con encanto. Vamos a cenar y a dormir.
Sábado 23
Nos levantamos sin prisa, desayunamos y nos disponemos a recorrer la isla. Ilha Mozambique es el primer puerto que establecieron los portugueses en África oriental y hasta el siglo XIX, capital del país. La isla larga y estrecha está llena de edificios coloniales del siglo XVI-XVIII, medio derribados, que le confieren un aire decadente. A pesar de ser patrimonio de la Unesco, hay mucho trabajo de restauración para hacer. Esperamos que poco a poco se vaya trabajando y recupere su esplendor sin convertirse en un lugar excesivamente turistizado como Zanzíbar o alguna otra isla del Índico.
Salen unas voces de dentro y nos decidimos a entrar
Caminamos por la isla, parando a hacer fotos, mirando las casas medio derruidas, entrando en alguna tienda de sovenirs o tomando una cerveza al lado del mar. Parece mentira la poca cantidad de turistas que hay en este lugar. Vamos a comer en el restaurante del hotel O Escondidinho, unas ensaladas para compartir y una espetada do mare, una brocheta de marisco deliciosa. Continuamos paseando por la isla. Nos detenemos en la Iglesia da Nuestra Senhora da Saúde. La única iglesia de la isla que está restaurada. Salen unas voces de dentro y nos decidimos a entrar. Hay un pequeño grupo de hombres y mujeres que están cantando. Están preparando las canciones para la misa de mañana. El sonido de sus voces y el entorno hace que sea un momento especial.
Hacemos tiempo para la cena. Esta vez, uno de los platos típicos de la isla langosta grelhada en la Barraca de Dona Sara, un restaurante local, hecho de cañas donde cuecen las langostas enfrente tuyo. Acabamos la jornada en el hotel, bebiendo Amarula el patio y valorando los mejores momentos del viaje.
Domingo 24
Nos levantamos temprano a pesar de ser domingo, queremos ir a la misa que nos dijeron los chicos de ayer para oírlos cantar, pero está cerrado. Lo deberíamos entender mal, entramos en el edificio que hay delante, es el hospital. En su época era un hospital de referencia de toda África oriental. Ahora sólo deja entrever su antiguo esplendor con pabellones con escalinatas, fuentes, plazas interiores, … Si no empiezan pronto un programa intensivo de restauración en pocos años no quedará ningún edificio en pie en la isla.
En pocos años no quedará ningún edificio en pie en la isla
Cuando salimos del hospital vemos movimiento delante de la iglesia, vemos algunos de los chicos cantores de ayer. Nos dicen que la misa empieza a las nueve. Esperamos. Es una misa evangelista. Han venido varios grupos de lugares cercanos. Hacen las presentaciones y cada grupo canta una canción. Nosotros también. Lo mejor es el grupo que ha venido de Nampula, son muchos y cantan varias canciones con coreografías. Es una visión que todavía nos faltaba de Mozambique.
Vamos a visitar el museo y la fortaleza y nos detenemos a comer en una choza de la playa. Nos acercamos a la iglesia de San Antonio, lo último que nos faltaba por ver de la isla. Es una iglesia fortaleza en un saliente de la costa, un pequeño edificio blanco, bajo, rodeado de palmeras en la zona menos monumental de la isla donde viven los locales. Volvemos hacia el hotel rodeados de niños que salen de una madrasa y piden que les hagamos fotos.
El sol se empieza a poner. El cielo se tiñe de colores anaranjados y el sol se esconde tras las nubes más allá del perfil que dibuja la costa del continente. Observo el escenario desde un lugar privilegiado, la terraza del hotel, ante la gran mezquita de la isla, viendo como la brisa marina riza el agua en forma de pequeñas olas y los dhows, las barcas tradicionales de los pescadores locales se balancean al ritmo del viento. El griterío de los niños que juegan en la playa rodeados de barcas abandonadas llenas de salobre acaba de dibujar esta postal final.
La emoción sincera y la ternura del momento perdurarán en el recuerdo
Acabamos el día tomando Amarula el patio de la guesthouse, haciendo valoraciones del viaje y despidiéndonos, en cierta medida de Jeremias, el conductor, y Javier. No sé cómo llamarle, guía, periodista, autor, … amigo. Este momento final es, sin duda, uno de los mejores momentos del viaje. La emoción sincera y la ternura del momento perdurarán en el recuerdo.
El viaje acaba. En unas horas comienza el largo retorno, Nampula, Johannesburgo, Estambul y Barcelona. Me vienen a la cabeza buenos momentos vividos estas semanas y la sensación de haber vivido un África diferente, la sensación de haber encontrado una paz interna que necesitaba y el sentimiento de avanzar hacia una felicidad deseada.
Lunes 25
La llamada a la oración de la mezquita de al lado del hotel me despierta como cada día al amanecer. El nerviosismo del viaje de vuelta hace que me cueste volver a dormirme. Me levanto antes de que suene el despertador. Las maletas ya están listas para ser cargadas en el coche. Un desayuno ligero y salimos de Ilha Mozambique camino de Nampula. Cruzamos el puente que une la isla con el continente. Los portugueses construyeron esta pasarela en los años 70, antes de dejar el país. Esta vez es de día y podemos ver las aguas cristalinas del Índico. Dejamos atrás un lugar mágico, combinación de la opulencia decadente de las construcciones coloniales y la vitalidad de la cotidianidad actual de los habitantes locales. También dejamos atrás un país, un viaje más, un verano más, … Una nueva experiencia que se acumula en las vivencias personales de cada uno.
Llegamos al aeropuerto de Nampula, un pequeño aeropuerto que tiene pocos vuelos. No hay ningún avión en la pista. Va pasando el tiempo. No hay nadie. Es la hora de salir y todavía no hay ningún avión. Subimos a la terraza. Es de aquellos aeropuerto que todavía tienen una terraza abierta. Me recuerda cuando era pequeño e íbamos algún domingo al aeropuerto de Barcelona a ver aviones con mis padres. A lo lejos se ve una luz potente, un foco que se va acercando. A medida que se acerca, va tomando forma. Es un avión, nuestro avión, uno de estos pequeños con pocos asientos. Finalmente salimos con una hora de retraso, justo para coger la conexión en Johannesburgo. Como llevamos los vuelos en billetes diferentes, tenemos que recoger equipaje, pasar el control de pasaportes y facturar otra vez. El tiempo es justo. Pedimos que nos dejen pasar y todo sale bien. Incluso podemos comprar los últimos souvenirs en el aeropuerto de Johannesburgo. Pasamos la noche en el avión y llegamos a Estambul de madrugada.
Martes 26
Volvemos a estar prácticamente en el punto de inicio, el aeropuerto de Estambul. Un cappuccino de buena mañana antes de volver a embarcar. Ya está. Desde la ventana del avión se empiezan a ver siluetas que reconozco, Montserrat, La Mola, el puerto olímpico … Aterrizamos en Barcelona, ahora ya sólo queda llegar a casa, deshacer las maletas, poner lavadoras y compartir esta experiencia con las personas cercanas.
La satisfacción de haber descubierto otro rincón de este mundo que me fascina
Estoy contento. Empecé este viaje con muchas incógnitas. No sabía cómo sería mi relación con determinadas personas del grupo. No sabía cómo me sentiría yo en este primer viaje después del año que he tenido … Afortunadamente puedo decir que me he encontrado muy a gusto, he podido tener conversaciones pendientes, he tenido tiempo para mí mismo, para poder hacer también un viaje interior y ver las cosas más claras. Vuelvo con una sensación que me faltaba de tranquilidad y equilibrio interno. Espero que dure. Y vuelvo también con la satisfacción de haber descubierto otro rincón de este mundo que me fascina. Y sobre todo, de haber visto con otros ojos una África diferente, con sus glorias y sus miserias, de la mano de Javier Brandoli, un apasionado de esta tierra, que nos ha sabido transmitir ese sentimiento y que ha tenido la generosidad de compartir este recorte de su vida con nosotros.