Santo Domingo: un guiño a la reina Anacaona

Visitar la capital de la antigua Española es bucear en la historia de los primeros conquistadores y de legendarios caciques locales. El aroma del Caribe se respira a pulmón lleno en ciudades como Santo Domingo.
Rio Ozama desde el Alcazar de Colon

El viaje

El aroma del Caribe se respira a pulmón lleno en ciudades como Santo Domingo. Pasear por sus calles del centro histórico es una delicia y entretenerse charlando con sus gentes, que han hecho bandera del ideal epicúreo de gozar la vida a despecho de las adversidades, toda una lección de pragmatismo. Los edificios históricos del Santo Domingo colonial llevan grabado a piedra el ADN de esta ciudad que se enorgullece de ser la más antigua del Nuevo Mundo. Pero tan importante como admirar los vestigios de la historia es disfrutar, al son del inevitable merengue, de una conversación sosegada con una refrescante “ceniza” (cerveza helada) para exorcizar al occidental agobiado por la prisas que siempre acecha en nuestro interior.

El viajero quiere rastrear el último suspiro de la reina Anacaona (“flor de oro” en lengua taína), paradigma de esos sentimientos contrapuestos que anidaron en los indígenas tras la irrupción de los conquistadores en su mundo. Mujer del cacique Caonabo, pesadilla de los españoles durante los primeros años de la Conquista, los cronistas la definen como una mujer bella y resuelta, compositora y promiscua, que en un principio se mostró muy hospitalaria con los recién llegados y, posteriormente, a medida que se prodigaban en abusos, se conjuró para echarlos de sus tierras.

Apresado Caonabo (que murió en la travesía mientras era enviado a España) y fallecido su hermano Bohechío, Anacaona se convirtió en reina de Jaragua y pronto llegaron a oídos del gobernador Ovando los ecos de una inminente revuelta encabezada por esta legendaria cabecilla indígena. Uno de los principales cronistas de la conquista, Fernández de Oviedo, cuenta que “con otros muchos caciques tenian acordado deste alzar y apartar del servicio de los Reyes Católicos e de la amistad de los cristianos e dejar la paz que tenian con ellos, e matarlos en la provincia de Xaragua”. Bartolomé de las Casas explica que el detonante fue que Anacaona y los caciques de la provincia “sentian por demasiadamente onerosos a los españoles y por perniciosos y por todas maneras intolerables”.

La leyenda dice que los españoles la ahorcaron en la actual plaza Duarte, en la calle Padre Billini, a dos cuadras de la calle El Conde, pero los historiadores no dan pábulo a esta creencia popular.

Lo cierto es que Anacaona fue capturada y, cargada de cadenas, conducida a Santo Domingo. La leyenda dice que los españoles la ahorcaron en la actual plaza Duarte, en la calle Padre Billini, a dos cuadras de la calle El Conde, pero los historiadores no dan pábulo a esta creencia popular. En la plaza, conocida como “el parquecito”, no hay nada que recuerde a esa “hembra absoluta y disoluta” (en palabras de otro cronista ilustre, López de Gómara) que puso en jaque a los conquistadores. Una estatua perpetúa, eso sí, la memoria de otro nombre insigne de la historia dominicana: Juan Pablo Duarte, héroe de la independencia del país en la lucha contra los haitianos.

De Playa Bávaro a la capital dominicana

“Santo Domingo es Santo Domingo, y lo demás es monte y culebra”. Los dominicanos están orgullosos de su capital, de eso no hay duda, pero los cientos de miles de turistas que llegan cada año a la isla tienen un objetivo mucho más placentero: sus playas paradisíacas. La mayoría, de hecho, abandona el país sin visitar la que se autoproclama como la ciudad más antigua del Nuevo Mundo. Y deberían reprochárselo, porque Santo Domingo ofrece al visitante uno de los enclaves coloniales más evocadores y mejor conservados de Iberoamérica.
El viajero se ha subido a un autobús en Playa Bávaro, huyendo por unas horas de la placidez de la tumbona piscinera y de la interminable sucesión de cócteles de ron. Tras dejar atrás Higüey, atraviesa las infinitas plantaciones de caña de azúcar donde las avionetas de los cárteles colombianos lanzan al vacío su mercancía, que acabará cruzando el charco rumbo a Europa.
Pasado el río Chavón, se llega a La Romana, que presume de una recoleta prisión con vistas al mar, y a San Pedro de Macorís, ciudad natal del cantante Juan Luis Guerra. Desde aquí, los últimos kilómetros del trayecto discurren por una moderna autovía que mira al mar Caribe.

Santo Domingo asoma en la distancia cuando se cumplen las tres horas de trayecto. Su primer asentamiento, Nueva Isabela, fue fundado por Bartolomé Colón, hermano del descubridor de América, en la orilla opuesta del río Ozama el 4 de agosto de 1496. Santo Domingo se trasladó a su actual emplazamiento, en la ribera occidental, siete años después, cuando un huracán devastó el enclave original.

Un paseo por la calle más antigua de América

Por la ciudad pasó, a lo largo del siglo XVI, toda la nómina de conquistadores españoles a la búsqueda de gloria y fortuna. Entre ellos Hernán Cortés, que llegó a la isla en 1504, a los 19 años, para alimentar sus sueños de grandeza. En el cruce de las calles Las Damas, la más antigua de Iberoamérica, y El Conde todavía se levanta la casa del conquistador de México. Sobre el dintel de su puerta enrrejada ondean la bandera tricolor gala y la de la Unión Europea, pues ahora alberga un centro de exposiciones de la Casa de Francia.

 Y es que como les gusta repetir por estos lares, aquí quien no ha nacido rico se busca la vida “como rata de ferretería”

Muy cerca de ahí, merece una visita el Alcázar de Colón, en la plaza de España, edificado por Diego Colón, primer virrey de las Indias, en 1510. Rehabilitado en 1995, su actual aspecto poco tiene que ver con el original. La mayor parte del mobiliario de época de las diferentes salas fue comprado en España por orden del dictador Trujillo. A las puertas del alcázar, los vendedores ambulantes ofrecen sus bagatelas a espaldas de la estatua de Nicolás de Ovando, gobernador de la Española entre 1502 y 1509 y fundador de la ciudad. Y es que como les gusta repetir por estos lares, aquí quien no ha nacido rico se busca la vida “como rata de ferretería”. La Casa de Ovando (Las Damas, 55) también sigue en pie, rehabilitada y convertida en hotel de lujo.

La arteria en la que late la vida de Santo Domingo es, desde luego, la calle del Conde, que une dos de los principales hitos de la ciudad: la Puerta del Conde, donde se proclamó la independencia de la República Dominicana en 1844, y la primera catedral del Nuevo Mundo, vigilada de cerca por una estatua de Cristóbal Colón, cuyos restos descansan, supuestamente, en el Faro a Colón, un mausoleo en forma de cruz con hechuras de pirámide construido al otro lado del río (final de la avenida Mirador del Este) en 1992. Pasee sin prisa, olfatee las esencias caribeñas, curiosee en los puestos callejeros, déjese abordar por la franca hospitalidad de los dominicanos y no se olvide de llevarse un saquito de café molido de La Cafetera, a mano izquierda caminando hacia la catedral.

El camino

Los vuelos a Santo Domingo y al aeropuerto de Puerto Plata, junto a las zonas más turísticas, son continuos desde España. Iberia, por ejemplo, ofrece vuelos diarios a la capital desde Madrid, al igual que Air Europa. Enero y febrero son las opciones más económicas, exceptuando las vacaciones de Navidad.

Una cabezada

El hotel Conde Peñalva, frente a la catedral (El Conde, 111), es perfecto para moverse por el Santo Domingo colonial. La habitación oscila entre los 50 y los 90 euros.

A mesa puesta

El Adrian Tropical del Malecón ofrece buena comida dominicana y unas espléndidas vistas del mar Caribe. Si se opta por el marisco, el restaurante Sully (Charles Sommer, al lado del PriceMart) permite degustar una deliciosa langosta a un precio razonable.

Muy recomendable

La más privilegiada atalaya del latir de la ciudad es la terraza del café El Conde (en la calle del mismo nombre y frente a la catedral), donde el viajero, cerveza Presidente en mano, puede apreciar pinceladas de la ideosincrasia de un pueblo nada dispuesto a tomarse la vida en serio. Y es que como comentan los lugareños, en un país que produce 300.000 litros de ron diario y sólo se exporta el diez por ciento, “se bailan hasta los anuncios”.

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