Siete canciones y ocho películas en Los Ángeles

Las altas palmeras torcidas de la avenida dan sombra a moteles baratos que se anuncian bajo viejos carteles mugrientos y en los que no es complicado imaginar prostitutas maquilladas a lápiz de carbón.

Siempre quise ir a LA, dejar un día esta ciudad…”. Y ahí estaba yo, cantando esa canción mientras atravesaba enormes autopistas sin poderme quitar la imagen de un barcelonés con tupé subido a un viejo Cadillac segunda mano que añoraba volar sobre un océano entonces, en los 80, tan lejano como irreal para todos los españoles.

Pero mi primera imagen de LA tiene que ver con su famosa Venice Beach. Era sábado, acabábamos de dejar nuestras maletas en nuestro apartamento alquilado sobre la misma arena y nos fuimos a dar un baño en sus aguas. Y no, Venice Beach no es cool, ni es una sucesión de cuerpos esculturales que patinan; es más bien una playa urbana, llena de miles de familias y rodeada de sin techo que deambulan por su arena en la noche desesperados por esnifarse otra raya de vodka.

Nosotros también subimos una tarde a la terraza de nuestro edificio a eso de las 18 horas, como hicieran los Red Hot Chili Peppers en el video de su “The Adventures of Rain Dance Maggie” a contemplar ese mundo de predicadores, tatuadores, camellos, bañistas, breakers, artistas e insomnes que amenazan con volarse la sien en su paseo marítimo.

Camellos, bañistas, breakers, artistas e insomnes que amenazan con volarse la sien en su paseo marítimo

Recuerdo una tarde bajar a ver las pistas de skate donde vimos un atardecer tan amarillo que siempre dudo al ver las fotos si pinté yo el fondo a rotulador o lo pintaron ellos. Venice es también casa de acogida de nuevas tribus urbanas, surferos y skaters, como cuenta la película Los Amos de Dogtown

Hay otro Venice Beach, ese sí más cool, que es el que dio nombre a la playa y se encuentra a la espalda del gran arenal. La calle Abbot Kinney es de hecho la mejor representante de esos LA modernos y vanguardistas con sus boutiques y restaurantes alternativamente caros, más allá de las clásicas  Beverly Hills o Rodeo Drive, al que el grupo Love Psychedelico dedicó esta canción que resume bien su atmósfera.

Tras Venice, en Los Angeles es obligado ir a Hollywood. El menos turístico tiene más encanto que aquel en que se cuentan estrellas desparramadas por el suelo. La calle Mulholland Drive se recorre despacio, descontado curvas de una montaña que da sombra a una ciudad cuyos sueños penden de cuervos y letreros luminosos. Nadie retrató mejor aquel universo sórdido de Hollywood que David Lynch en su “Mulholland Drive”.

Nadie retrató mejor aquel universo sórdido de Hollywood que David Lynch en su “Mulholland Drive”

Al atardecer, en el Observatorio Griffith, uno contempla apagarse el sol tras el famoso letrero gigante de Hollywood del que la leyenda cuenta que los vecinos encabronados por la llegada de turistas alrededor de sus casas obligaron a Google Maps a que retirara el camino que lleva hasta él.

Mientras, al otro lado de la ciudad, se van encendiendo como cerillas endebles las luces de una urbe infinita. Todo muere sin ceremonias tras la estatua de James Dean, icono de su Rebelde sin Causa que se grabó en parte sobre esa colina sagrada convertida en mirador de estrellas e infierno.

De Hollywood me quedo también con su Sunset Boulevard, que retratara Sofía Coppola en su Somewhere. El hotel Chateu Marmont, refugio de famosos y protagonista de la película, queda en una curva en la que se aparecen espectros de viejas glorias y cadáveres de los que murieron en el intento.

No es complicado imaginar prostitutas maquilladas a lápiz de carbón

Las altas palmeras torcidas de la avenida dan sombra a moteles baratos que se anuncian bajo viejos carteles mugrientos y en los que no es complicado imaginar prostitutas maquilladas a lápiz de carbón. Hay una canción del cantautor Javier Álvarez, del mismo nombre que la calle, que intentaba tararear mientras pasábamos por esas aceras felizmente tristes.

Y luego queda el centro de Los Angeles y ese Chinatown de Roman Polanski que huele a cigarro y café de película de gánster, junto a esa maravilla de film que fue L.A. Confidential en el que sólo los sombreros y gabardinas merecían más el Oscar que el galardonado Titanic.

El Downtown de Los Ángeles es una sucesión de edificios altos, grises, en el que por las noches se ven sombras que se acercan a los escaparates para reconocerse que siguen vivos. Los carteles luminosos tienen más años que la ciudad de la que hablan y sus vagabundos se alinean en las aceras, cerca de los coches, con el deseo de que por fin se equivoquen y de un golpe les coloquen en otra vida que les haga un hueco.

Por las noches se ven sombras que se acercan a los escaparates para reconocerse que siguen vivos

Es un desorden con reglas al que perturba de vez en cuando un grito. Hay alguna pequeña iglesia que recuerda que esta ciudad fue española y mexicana antes de que borraran el acento de su primera A. Cenamos en Chinatown, en una placita donde disfrutamos una deliciosa comida vietnamita, tratando de recordar cómo era la primera estrofa de Where the Streets Have no Name cuyo video se grabó no muy lejos, entre la East 7th Street” y la South Main Street, encima de la Republic Liquor Store que es hoy un restaurante mexicano: Margarita´s Place.

De aquella famosa grabación del video musical salió otra gran película para trasladarse a ese centro de Los Angeles espectral: Million Dollar Hotel, de Wim Wenders, cuya idea original salió de Bono y cuya banda sonora es de los irlandeses U2.

Esa noche, mientras regresábamos a casa, tras pasar unas jornadas en esta ciudad sin alma, divertida, irreverente y cruel, en el coche sonaba una canción de los Eagles of Death Metal,  “Wanna be in LA”  mientras la ciudad parecía dormir despierta.

Entonces, como una revelación divina el futuro se nos hizo cierto y bajo una lluvia torrencial nos movimos tres años, hasta el 2019, y vimos salir llamas de las más altas torres mientras nuestro coche comenzaba a flotar en el aire junto al cartel de una geisha. De pronto, al mirarnos, entendimos que nosotros éramos allí en LA unos simples replicantes más rodeados de Blade Runners. Olía a comida china callejera y al hidrógeno de los coches.

Seguimos a la mañana siguiente nuestra ruta por California…

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