Tasmanian experience

Siempre tuve tendencia a confundir Tasmania con Transilvania, al demonio con Drácula y a dudar de si ambos eran reales o no. Tasmania es real, lo prometo, pero Transilvania no lo sé. No he estado aún.

Ése era el nombre del programa del ministerio de Medio Ambiente australiano al que me apunté para estudiar pingüinos y arrancar malas hierbas, al tiempo que conocía el territorio tasmano: Tasmanian Experience. Y confieso, desde esta revista de geografía y viajes, que siempre tuve tendencia a confundir Tasmania con Transilvania, al demonio con Drácula y a dudar de si ambos eran reales o no. Tasmania es real, lo prometo, pero Transilvania no lo sé. No he estado aún. El demonio de Tasmania existe también, lo he visto, y Drácula no lo sé. No lo he visto ni me ha mordido todavía. Que yo sepa.

Dos matices muy importantes antes de empezar a viajar en la furgoneta de los voluntarios. Primero: Tasmania está muy lejos, lejísimos, muy al sur del globo, al este de Australia, a la misma latitud que la isla sur de Nueva Zelanda y que todo el mar que hay debajo de África. Y encima es una isla.

No vi ni un demonio de Tasmania en Tasmania. El primero y único que he visto estaba en el zoo de Melbourne

Y segundo: no vi ni un demonio de Tasmania en Tasmania. El primero y único que he visto en la vida, adormilado y bastante aburrido, estaba en el zoo de Melbourne mirando de reojillo a algunos visitantes, muy bonito y suave tumbado en unas hierbas con su collar de pelo blanco característico. Los cuidadores de demonios nos lo dijeron otra vez: no son nada activos, son un poco tontorrones, quedan muy pocos y no sabemos de dónde tienen esa mala fama de predador agresivo si no hacen más que dormir.

Naturaleza vestida de fiesta

La naturaleza en Tasmania es hermosa, variada, pura y estética pero además esta puesta a punto para que el visitante la disfrute más. No sólo amanece recortada con rayos del sol encajando aquí y allá, sino que escaleras y miradores estratégicos la presentan casi de sopetón, paf, al turista en los parques naturales que hay dispuestos como blancos en un mapa estratégico militar para que uno pueda desplegarse como un pelotón a lo largo y ancho de la isla.

Australia y Nueva Zelanda son afortunadas. Tanto en materia de creación divina por lo hermoso de sus hábitats naturales, como en materia de creación logística, por lo integrado, práctico y respetuoso de sus practicas de acceso. Tasmania, donde además la civilización apenas si ha hecho sombra, constituye un territorio ejemplar en este aspecto: los parques naturales, excepcionalmente cuidados, guardan alguna gruta o cascada misteriosa, claros en bosques de belleza insultante, bahías de aguas insolentemente verdeazuladas y toques de merenderos y cuartos de baño aquí y allá camuflados como camaleones con los colores del monte.

Los conservation volunteers que llevan a los viajeros de Tasmanian Experience te enseñan a participar de ese decorado interactivo, regañándote un poco si tiras un trozo de manzana por el aire y cacareando con orgullo a lo alto de las montañas a las que llegamos merced a varias cadenas sujetas a las rocas o a escalerillas de madera integradas cromáticamente. La organización, impecable; el grupo de excursionistas, heterogéneo, como corresponde… La aventura comenzó una mañana temprano en un hotel de Hobart, la capital tasmana.

Se van los montañeros, se van, se van…

Apenas eran las cinco de la mañana y ya la bocina de la furgoneta de los volonteers sonaba en la puerta del hostal en el que había pasado mi primera noche tasmana. Temerosa de que los vecinos se molestaran por la bocina insistente, como si no recordara que la noche anterior habían dado lo mejor de sí mismos en todos los karaokes de la isla, agarré la maleta y salí rauda a la puerta donde Jeff, un monitor con nombre de monitor, gorra de monitor y pelo pelirrojo de monitor me esperaba sonriente: “Welcome Laura”.

Bebimos, comimos, dormimos en cabañas, en bungalows y en una tienda

La furgoneta, en la que entré tímidamente diciendo “hello” a las cuatro o cinco personas de rangos de edad, tipología y estado de somnolencia diferente, emprendió el camino hacia otros dos o tres hoteles y, enseguida, se puso de ruta hacia Freycinet Natural Park. Primera escala del viaje.

En total, en una semana visitamos tres parques naturales (unos de ellos Patrimonio Mundial), una granja de frambuesas, una de queso, un pueblo de tradición pastoril, un mercado de pescado, dos playas, dos bosques y unos de los acantilados más bellos del mundo. Arrancamos malas hierbas que amenazaban la homogeneidad faunística de Liffey Valley y contamos pingüinos en el marco de los trabajos de investigación de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Tasmania. Bebimos, comimos, dormimos en cabañas, en bungalows y en una tienda de campaña.

Wineglass bay es una bahía con forma de copa de vino que cumple, efectivamente, la mayoría de los requisitos de una playa top

Nuestra primera incursión fue a la península de Freycinet donde, además de un parque natural de belleza impertinente con unos bloques de granito rojo de cristales de cuarzo y de ortoclasa inmensos, se encuentra una de las diez playas más bellas del mundo: the wineglass bay. Se trata de una bahía con forma de copa de vino que cumple, efectivamente, la mayoría de los requisitos de una playa top: arena blanca de grano fino, difícil acceso, fauna por todas partes: algas, estrellas, pepinos de mar, gaviotas, huevos de medusa secándose al sol, etc. y todas las ausencias necesarias: de turistas, de coches, de plásticos, de grifos y duchas, de chiringuitos y papeleras, de ruido…

Por la noche, para que nos hiciéramos amigos, Jeff nos puso a cocinar en una caseta de una pradera en la que había algunos columpios y cuatro o cinco cabañas donde pernoctar. Y funcionó, hicimos spaghetti, amistad, café, nos conocimos; recuerdo una mujer inglesa que vivía en Kioto, una pareja de neozelandeses, un chico joven y misterioso, una australiana solitaria, un abuelillo simpático… La noche cayó al son del spaghetti, nos dormimos agotados y al día siguiente, amigos y grupo compacto ya, salimos prima luce a descubrir los secretos de la isla en un furgón.

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