El planeta puede ser un lienzo. Un trozo de tierra en la que se desparraman texturas y colores. Una tela de barro y piedra con olor a azufre, a pino, a agua enloquecida. Un sin sentido de humo, estelas verdes y vientos fríos. Las rocas se recuestan sin pasos en su lomo y en las laderas que partieron en dos a golpes de corriente se agolpan las bestias indecisas. El planeta puede ser un lienzo, a veces, sólo a veces…
Yellowstone era una meta desde que hace ya algunos años, en esta misma revista, tropecé con una exposición de fotos de Marina Pizarro titulada «A hielo y fuego». Tomamos un avión en San Francisco, aterrizamos en Salt Lake City a las 23:30 horas y una hora después dormimos en un Motel 6, que es la cadena de moteles más grande de EEUU.
Nos levantamos temprano, tomamos el coche, desayunamos en un pueblecito de la ruta en una de esas cafeterías donde la camarera lleva un vestido de camarera como en las películas, las tazas de agua oscura que ellos llaman café se rellenan seis veces como en las películas, a tu lado devoran un plato de seis huevos revueltos unos tipos con pinta de camioneros como en las películas y entra en un momento el Sheriff como en las películas que saluda a la camarera como en las películas.
Entra en un momento el Sheriff como en las películas que saluda a la camarera como en las películas
De ahí hasta Yellowstone son 585 kilómetros en los que cruzas el vacío Idaho y el también vacío Wyoming hasta llegar al parque. Allí, en la puerta de información Oeste te reciben unos simpáticos rangers, algo ya mayores, que te dan todo tipo de indicaciones de qué ver y qué hacer. Antes justo de la entrada al centro de información anuncian a bombo y platillo espectáculos de rodeos para los que no duerman en el parque o salgan de él. Las puertas están abiertas las 24 horas. Es época de turistas.
Yellowstone es tan bello y especial como lo describen las fotos de Marina Pizarro. El parque huele a azufre en algunos tramos, a pino en otros y a agua limpia deslizándose entre las rocas en el resto. Nosotros habíamos reservado una primera noche en el Old Faithful Inn (Viejo Fiel). Es ahí donde cada 35 minutos explota el geiser más grande y famoso del parque y es ahí donde en nuestra opinión está el alojamiento con más encanto. Hecho todo de madera, nuestro cuarto pese a no tener baño propio simulaba ser una cabaña de los viejos pioneros.
El parque se puede recorrer en redondo, por ejemplo, en sentido de las manecillas del reloj. Desde el Old Faithful a Mammoth Hot Springs están la mayor parte de los geiser y lagos de agua sulfúrica más bellos. El Gran Prismatic Spring parece una piscina de mil colores, como si alguien hubiera estampado un arcoíris en el suelo. La tentación es bañarse en ese agua coloreada cristalina donde el pasado noviembre murió un turista al caer a una de esas numerosas fuentes de ácido hirviendo que se suceden en el parque por querer comprobar la temperatura del agua. Encontraron de él sólo un trozo de ropa, el resto se había disuelto. Creo que en la historia del parque unas 20 personas han fallecido evaporados en las pozas de agua sulfúrica.
En la historia del parque unas 20 personas han fallecido evaporados en las pozas de agua sulfúrica
En Mammoth Hot Springs, al norte y con un campamento también bello, uno puede contemplar las formaciones calcáreas que el agua ha hecho en la montaña. La sucesión de terrazas blanquecinas se despeña por las laderas y va conformando pequeñas charcas o hileras de formaciones pequeñas y puntiagudas como un bosque de piedra inmenso y enano.
En el medio del camino entre los dos campamentos mencionados hay multitud de rutas, paradas junto al río y largos senderos entre pinares que se hacen a pie. Eso es parte de lo más aconsejable: caminar el parque.
Luego, ya hacia el este, uno puede ir a encuentro de las grandes manadas de bisontes. Se encuentran en las zonas de planicie, camino de la Silver Gate. El búfalo o bisonte americano tiene algo de mito por su cuerpo extraño que corona una gran cabeza cubierta de pelo. Hay cientos, miles, comiendo sus hiervas en total calma ahora que les protegen tras la masacre que sufrieron en los tiempos de la Conquista del Lejano Oeste. Se estima que había entre 60 y 100 millones de ejemplares antes de la llegada de los europeos de los que ya sólo quedan cerca de 350.000.
Se estima que había entre 60 y 100 millones de ejemplares antes de la llegada de los europeos de los que ya sólo quedan cerca de 350.000
Hacia el sur, en ese círculo que nosotros hicimos en dos noches de visita en el parque, uno se dirige al lago. Esa es zona de osos, de algunos puntos bellísimos de cascadas de agua como el Artist Point que culmina en el lodge en el que nos alojamos, el Grant Village. Mi recomendación es no dormir allí: caro y el lugar con menos encanto.
Lo significativo fue ver allí un restaurante de comida oriental. Digo significativo porque el parque está literalmente invadido por los turistas chinos. En agosto eran hordas bajándose de autobuses en grupos, por decenas, y ocupando todo como un termitero en el que no hay hueco para el paisaje entre tanto selfie. Aquella noche dormimos frente a las aguas paradas del lago.
Luego quedó la vuelta y ahí tomamos otra ruta para pasar distinta a la de la ida para cruzar el Grand Teton National Park y el Wyoming profundo. Sin duda hay que elegir ese camino. Las míticas cumbres puntiagudas y nevadas del parque se suceden a tu derecha, dando sombra a un lago que ensombrece rodeada de una planicie verde. Es la zona de la vieja población autóctona de EEUU donde los shoshone vieron como el hombre blanco les expulsaba poco a poco de sus tierras.
Es la zona de la vieja población autóctona de EEUU donde los shoshone vieron como el hombre blanco les expulsaba poco a poco de sus tierras
Uno pasa por pueblos como Jackson que parecen sacados de un film de John Wayne. Toda la ruta, ya una vez dejado el parque Grand Teton, es una sucesión de pequeñas granjas y pueblos pequeños y fríos. Una soledad de tractor y bar de gasolinera que desde el coche parece un mazazo vital.
Pero de pronto, sin saberlo, comenzamos a atravesar el Bear Lake. Es un alargado pantano de aguas verdes y azules, como caribeñas. Una zona vacacional de la América profunda en la que se sucedían los anuncios de festivales de música country, festivales de comida o festivales de comida escuchando música country. Con tiempo hubiéramos parado allí, en medio de esa América rural que vota con entusiasmo a un gordinflón racista y maleducado para ser su presidente. Pero debíamos dormir en Salt Lake City y el Bear Lake quedó en los pendientes de otra ruta.
En la capital de Utah, donde llegamos a las 16 horas, pudimos visitar la gran Iglesia mormona. La construcción e historia del Gran Templo mormón sorprende por ingenua. Todo el centro de Salt Lake City está dedicado al culto de un profeta del Siglo XIX, Joseph Smith, capaz de convencer a millones de personas de ser un elegido que guió a su pueblo a la nueva tierra prometida. Hay estatuas de familias felices por todos lados y todo tipo de guías en todo tipo de idiomas dispuestos a enseñar la luz a los visitantes de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días.
Acabamos nuestra ruta de 17 noches por California y Yellowstone cenando en un animado y moderno bar del centro y tomando unas copas en una terraza postmoderna y de una fiesta contenida. En realidad, Salt Lake City me gustó por genuina. Otra vez las expectativas en juego: de Salt Lake City no esperaba nada que no fuera un tenue rezo y lo poco que obtuve supongo que me sirvió de recompensa. Good Bless America (en los tiempos que vivimos parece que lo va a necesitar).