Hemos hecho el viaje de Bangkok a Chang Mai, es decir, del sur al norte de Tailandia, en el coche cama de un tren nocturno cochambroso que nos ha costado unos 12 euros. Yo no sé vosotros, pero a mí un tren nocturno me parece bastante romántico. El traqueteo del vagón, la gente haciendo ruido entre las literas, unas españolas con mil horas de vuelo bebiendo el whisky de un americano que cumple años y a cuya fiesta nos hemos unido hasta el final del hielo, sombras tenebrosas por la ventana, estrellas arriba mientras en Madrid truena… Pues sí, un Paco Martínez Soria abrumado por esa sensación de libertad desconocida desde…Si hace tiempo ya, sí.
Al fin, diecisiete horas después, y bien entrado el día siguiente, hemos llegado a la segunda ciudad más grande de Tailandia, de unos 400.000 habitantes, que es la puerta de acceso a las montañas, a las que nos dirigimos. Hemos encontrado un alojamiento bueno y barato (1,5 euros cada uno) para los tres –creo que no he contado aún que viajo con dos amigos, Ro y Christian, mucho más diestros en esto que yo – y hemos salido a dejarnos hacer por las calles. Esta noche hay un partido del Atleti. He localizado un bar donde verlo. Pero empieza a las tres de la mañana, y como este año estamos haciendo el ridículo en la Liga…
Chang Mai está plagada de cafés con encanto y librerías en las que, por supuesto, solo se pueden encontrar libros en inglés y alguno en alemán y francés. Tiene un mercado nocturno trufado de bares, algunos de ellos con bebidas y mujeres especialmente preparadas para turistas, y un río, el Mae Nam Ping, que cruza el centro ofreciendo un largo paseo junto al agua. Y, aquí y allá, los viajeros pueden encontrar asequibles cursos de cocina tailandesa, que tiene fama de ser una de las mejores del mundo, o de diferentes modalidades y niveles de formación en yoga. Pero para eso hay que quedarse un tiempo. Y a mí, que me tira lo urbanita, lo asumo, se me ocurre que quizá este sería un buen sitio para hacer un primer alto en el camino. Pero los chicos no están por la labor. Quieren montaña y pueblos rurales, así que me preparo para sacarle el jugo a Chang Mai en el día y medio que me toca.
Esta noche hay un partido del Atleti. He localizado un bar donde verlo. Pero empieza a las tres de la mañana
Durante la comida, en un restaurante vegetariano con un jardín que más parece una selva, nos hemos encontrado con una pareja encantadora de catalanes ¿Quién dijo que los españoles no viajan? con los que hemos prolongado la sobremesa hasta casi juntarla con la cena. Y con los que, inevitablemente, hemos pasado la mayor parte del tiempo hablando de viajes. Me parece que esto va a ser una constante: dónde vas, de dónde vienes, merece la pena, es caro, cómo se puede llegar, qué tal es la gente…
De hecho, una de nuestras actividades favoritas es pasar el día mirando los mapas –especialmente los de la inefable Lonely Planet – y fantaseando… ¿Iremos al borneo Malasio? ¿Y a Filipinas? ¿Y qué me decís de una escapada a Nueva Zelanda? ¿O a Timor? Lo de Birmania también ocupa su espacio en nuestras charlas, porque todo el mundo dice que su gente es maravillosa, pero el caso es que ir allí lo vemos un poco como apoyar a un Gobierno que todos sabemos, especialmente después de la fallida “revolución del azafrán”, cómo trata a los suyos. Sobre la marcha decidiremos.
Un consejo: si vais a Chang Mai, preguntar sólo por lo que tengáis claro que queréis. Aquí son más insistentes que en los países árabes
Después de los libros, nos hemos ido al mercado, una cosa mucho más tangible y prosaica. He pedido precio por un kimono que me gusta para mi madre. Y en qué hora se me habrá ocurrido. Creo que no me habían perseguido tanto ni cuando me pillaron a los catorce robando un juego del spectrum en el Corte Inglés de Callao. ¿How much you pay? ¿How much you pay? Y a cada paso de mi indiferencia, una nueva rebaja… Pero coño, cómo le explicas a un tailandés que no entiende un carajo, que no es cosa de dinero, sino de que va a ir cargando con el kimono durante todo el viaje su prima la del pueblo. Un consejo: si vais a Chang Mai, preguntar sólo por lo que tengáis claro que queréis. Aquí son más insistentes que en los países árabes, y ya es decir.
Acaba el día. Efectivamente, al Atleti que lo vea la prima del pueblo del tailandés del kimono, porque yo estoy que me caigo. Y mañana, otra vez con la casa a cuestas. El próximo destino es Pai, un pueblito que, según la guía, “emerge de la nada en una esquina húmeda y fresca de un valle protegido por montañas a lo largo de un río serpenteante”. Vaya prosa, parecen yo mismo desplegando cursilería. Os cuento si aciertan.