La primera vez que recorrí los paisajes tibetanos meridionales, sus altos valles, sus más altas plataformas y extraordinariamente altas montañas, fue en la primavera de 1986, en el curso de una larga expedición a la cara norte del Monte Everest. Volví en 1997 en un largo itinerario por sus regiones occidentales y septentrionales, intensamente solitarias y remotas en la ya de por sí generalizada soledad y acentuada lejanía del Asia interior.
Pero desde 2007, gracias a una mantenida colaboración con las gentes viajeras de “China Tierra de Aventura”, por ejemplo Ricard Tomás y Sebastián Álvaro entre otros excelentes amigos, he podido realizar año tras año distintas travesías por las montañas y los desiertos del Asia central china.
He vivido un Tíbet real mucho más extenso que el administrativo, un Tíbet que, pese a no estar en los mapas rotulado con ese nombre, lleva sus indiscutibles caracteres
En estos viajes hemos seguido en más de una ocasión los pasos de la Ruta de la Seda, o atravesado los desiertos de Gobi y de Taklamakán. Allí he visto también el brillo de las cumbres del Tien Shan y he cruzado la esteparia cordillera Altún, la cadena glaciar de Kunlún y las boscosas montañas Qilian. Pero sobre todo he vivido un Tíbet real mucho más extenso que el administrativo, un Tíbet que, pese a no estar en los mapas rotulado con ese nombre, lleva sus indiscutibles caracteres geográficos, históricos, culturales, religiosos y étnicos sin discontinuidad desde el Himalaya hasta el abrupto norte de la alta región de Qinghai.
Entre esas elevadas parameras se levantan montañas apartadas de cumbres heladas que las gentes que viven a sus pies, goloks, khampas, veneran como dioses tutelares. Mencioné ya estos paisajes en un libro sobre la experiencia directa de un viaje amplio por esas o vecinas tierras, que toma, pierde y reencuentra, disperso por mil encrucijadas y tentaciones, el viejo camino de las ideas entre oriente y occidente desde Taxila, en Pakistán, a la costa de China, simbolizado por un largo hilo de seda tendido de un lado a otro de Eurasia. Pero decidimos indagar más en las cordilleras tomando los datos necesarios sobre el terreno para hacer un nuevo libro sólo centrado en esas montañas escondidas. Una obra dedicada a una selección de esas cumbres formidables situadas más allá del Himalaya, ocultas en la lejanía del interior de China, sin celebridad mediática, casi sin datos incluso en los libros y artículos especializados, y prácticamente sin mapas tal como acostumbramos a manejarlos en nuestras montañas.
Decidimos indagar más en las cordilleras tomando los datos necesarios sobre el terreno para hacer un nuevo libro sólo centrado en esas montañas escondidas
Este nuevo libro, pasado más de un año de proyectos, viajes, lecturas, dibujos, escrituras, maquetas, pruebas e imprenta, está ya terminado y saldrá a las librerías dentro de poco tiempo, tras el letargo del verano. En su trastienda hay quebraderos de cabeza geográficos, cálculos de altitudes y de distancias, recolección de crónicas alpinistas olvidadas, trazado de croquis cartográficos y, sobre todo, muchas notas tomadas en el terreno ante paisajes asombrosos, experiencias de días radiantes y de unas cuantas ventiscas. Vivencias de lugares, gentes, perfiles, colores, monasterios, de días apacibles y de temporales.
Esto que aquí difundo es, pues, noticia y anticipo de una obra hecha aún con espíritu de antaño y con el afán de siempre del escritor de viajes: entrar en la rueda de leer para viajar, viajar para escribir y volver a leer para volver a viajar, pasando el testigo de unas manos a otras. Sólo que a veces, aquellas que abren un asunto, como ocurre en esta ocasión, hay muy poco inicialmente que leer para viajar. Ahora, en cambio, el ciclo ya se ha puesto en marcha.
En la trastienda de este libro hay quebraderos de cabeza geográficos, cálculos de altitudes y de distancias y recolección de crónicas alpinistas olvidadas
El título simbólico de nuestro trabajo es Más allá del Everest, en alusión a la situación y al significado de las montañas descritas, y la editorial encargada de su materialización es Desnivel, conocida por ser particularmente experta y cualificada en libros de montaña, en colaboración con China Tierra de Aventura, que organizó los viajes. Todo el libro es una idea y una obra de amigos. Los autores generales somos Ricard Tomás y yo, pero con un capítulo escrito por Joaquín Pallás y unas fotografías cuya gran calidad sólo podía salir de la cámara de Sebastián Álvaro. Es un libro hecho por puro gusto.
Mientras las más altas montañas asiáticas fueron exploradas y después sistemáticamente ascendidas desde el siglo XIX y sobre todo en el XX, otras, entre las numerosas cordilleras de este continente, menos elevadas y más alejadas del imperio británico, quedaron al margen de las iniciales actividades expedicionarias. Las dificultades de localización y de acceso a las bases de estas montañas y la consiguiente información geográfica deficiente sobre ellas contribuyeron a formar ideas imprecisas y quiméricas sobre sus elevadísimas altitudes que se difundieron en occidente a principios del siglo XX para asombro de muchos. Esto dio lugar entonces a proyectos de reconocimiento y a intentos de ascensión. Pero la relativa perduración de esos caracteres marginales hasta hoy también da lugar a que en esos valles y aristas todavía sea realizable, a diferencia de otras cadenas montañosas más célebres, el gran estímulo imposible ya en tantos lugares de la exploración.
En el paisaje del Meili, del Amne Machin, del Minya Konka y de la Montaña de Nieve del Dragón de Jade hemos tenido que atender también a sus intensos sentidos y símbolos religiosos
La primera fase de internamiento de exploradores occidentales en estas montañas escondidas por los confines del Kunlún y por la cordillera Hengduan correspondió a incursiones de personas aisladas en el último cuarto del siglo XIX y en la primera veintena del XX, como Pereira, Rock, David-Néel, Kingdon-Ward, entre otros. A partir de 1930 se adentraron geógrafos expertos en estas montañas y arrancaron las ascensiones de cumbres con la conquista del Minya Konka en 1932 por un equipo norteamericano. Entretanto, aquellos lugares retirados habían adquirido en occidente una doble fama: primero, al haber sido propuesta para dos de aquellos picos, el Minya Konka y el Amne Machin, una altitud de unos 30.000 pies, superior a la del Everest, y segundo, al haber situado el novelista J. Hilton su fantástico Shangri-La en algún punto oculto entre esas montañas perdidas. La amplia difusión de ambas leyendas fue el arranque del renombre, sobre una base geográfica imprecisa e incluso inventada literariamente, de las montañas que describimos en nuestro libro.
Nos tienes a tu disposición en las páginas de un libro y en la nieve cegadora de una montaña escondida
Además, como ocurre con tanta frecuencia en las montañas del mundo, las culturas tradicionales locales atribuyen aquí también a este grupo compuesto por macizos de cumbres heladas un carácter sagrado. En el paisaje del Meili, del Amne Machin, del Minya Konka y de la Montaña de Nieve del Dragón de Jade hemos tenido que atender, por tanto, a sus intensos sentidos y símbolos religiosos.
Amigo lector de viajes, de geografías, caminante con la mochila preparada, te esperamos allí, tanto en la cima despejada de confusiones conceptuales como en la arista celeste por la que pasea a caballo el dios protector del altiplano. Nos tienes a tu disposición en las páginas de un libro y en la nieve cegadora de una montaña escondida.