Hay en Camboya dos visitas imprescindibles para entender la evolución y la historia del sudeste asiático. De la primera, el museo del horror de los Jemeres Rojos, ya os hablé en mi último post. Hoy voy a contaros la segunda, mucho más agradable y relacionada con el objetivo principal de esta web: la historia y los viajes.
Se trata de los templos de Angkor, un complejo de más de 40 kilómetros cuadrados en el que se pueden visitar, y para ello es imprescindible dedicar al menos tres días completos, casi un centenar de monasterios budistas construidos y ocupados entre los siglos IX y XV, y donde, por muy poco que alguien le interese la arquitectura histórica, es imposible no quedar boquiabierto ante la magnitud de la belleza y el progreso que llegó a alcanzar el imperio Khmer.
El complejo de Angkor está situado al noroeste del país, cerca de la ciudad de Siam Reap, que se ha convertido en lugar de peregrinación turística de todos los viajeros asiáticos. Previo pago de 20 dólares, en caso de visita de un día, o de 40 si se le quieren dedicar tres jornadas, el visitante recibirá un carnet y una guía de bolsillo –aquí tampoco esperéis encontrar nada en español-.
Es posible hacerse con los servicios de un guía, pero también tendréis que conformaros con uno en inglés. Junto a un grupo de cuatro españoles a los que me uní tras unas cervezas la noche antes, tratamos de encontrar un guía que nos pudiera contar en castellano. Fue imposible.
Se han escrito ríos de tinta acerca del complejo de Angkor, cuya candidatura a ser una de las nuevas siete maravillas del mundo estuvo a punto de resultar exitosa, así que no os aburriré demasiado con detalles.
Pero, para que tengáis una visión general, os diré que el imperio Khmer, responsable de la creación de esta enorme ciudad budista, dominó todo el sudeste asiático durante siglos, hasta que, por causas todavía poco determinadas, decidió abandonar Angkor a mediados del siglo XV y establecer su nueva capital el Phnom Pen, la actual capital camboyana.
Algunas crónicas dicen que fue el acoso de las hordas de Kublai Khan, primero, y de los invasores del reino de Siam, después, lo que obligó a retroceder a los Khemeres. Otros dicen que, en realidad, fue la escasez y dificultad para acceder al agua, así como la imposibilidad de conseguir buenas cosechas, lo que acabó con la existencia de este reino, que un día fue uno de los más grandes de Asia.
Abandonado en lo más profundo de la selva, Angkor languideció olvidado hasta que un explorador francés, Henry Muhout, lo redescubrió en 1.860
Abandonado en lo más profundo de la selva, Angkor languideció olvidado hasta que un explorador francés, Henry Muhout, lo redescubrió en 1.860. Años después, los camboyanos tomaron conciencia al fin de que su pasado era un tesoro por explotar, y poco a poco se fue corriendo la voz en occidente de que había en Asia un lugar misterioso en el que las piedras hablaban de edad media, de reinos perdidos, de magia.
En 1992 la Unesco declaró Angkor Patrimonio de la Humanidad, y hoy en día son más de cien mil los visitantes anuales de este suculento pedazo de la tarta de la historia asiática.
Por destacar alguno, os diré que no podéis marcharos del país sin ver los tempos de Angkor Thom, Ta Prom y Angkor Wat. Puede que el más impresionante sea Ta Prom, llamado el templo de la naturaleza, ya que su terreno fue literalmente invadido por los árboles, quedando prácticamente oculto al mundo por la selva, que le da un aire fantasmal y de película de Indiana Jones.
También hay que pasar por el templo de Bayon, que tiene una torre de 45 metros de altura coronada por cuatro grandes cabezas budistas, y rodeada por otras 54 torres más pequeñas. En Bayon se pueden ver al menos 150 rostros de piedra que le hacen acreedor del apelativo de templo de los mil rostros.
No obstante, el templo más conocido, es Angkor Vat, dedicado al dios Visnu. Treinta años duró su construcción, y lo forman cinco torres simétricas con sus respectivos cinco santuarios que le hacen ser el templo religioso más grande del mundo, con casi dos kilómetros cuadrados. En él se conservan los mayores bajorrelieves que se conocen, y en el que se describe toda la historia de la mitología hindú.
Hay un vestigio de aquella época que ha durado hasta nuestros días y que es otra de las principales atracciones de Camboya: las Apsaras. Son bailarinas de los templos, en cuyas manos se guardaban los secretos de la sabiduría ancestral y cuyos conocimientos han pasado de madres a hijas, generación tras generación. Ver danzar a las Apsaras es un espectáculo que, por muy turístico que sea, no se puede dejar escapar.
Termina aquí la inmersión histórica en la Camboya medieval. El próximo paso es volver a tomarle el pulso al presente. Ver de cerca los esfuerzos de un país que lucha, creciendo aún, pese a la crisis internacional, por dejar atrás uno de los peores genocidios del siglo XX. Vamos a ir a Ratanakiri, una zona a medio camino entre lo rural y la explotación turística de la selva… Veremos de qué se nos llenan los ojos…