Aquí nació el descubridor de las Fuentes del Nilo Azul

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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Los viajes que más se hacen esperar no son, necesariamente, los más lejanos. Apenas a una hora en coche de Madrid, el pequeño pueblo de Olmeda de las Fuentes era una visita pendiente desde que, a mediados de los años 90, leí “Etiopía: hombres, lugares y mitos”, del comboniano Juan González Núñez, probablemente el español que más sabe sobre este país africano al que occidente sólo mira, de vez en cuando, por sus devastadoras hambrunas y sequías. Leyendo el libro me enteré de que el primer europeo que vio las Fuentes del Nilo Azul en Etiopía, en abril de 1618, fue un jesuita, Pedro Páez, nacido “en Olmedo de la Cebolla, no lejos de Madrid”. Era lo que entonces se denominaba pomposamente como “descubridor” (como si los nativos del lugar nunca hubiese reparado en su existencia antes).

La singularidad del hallazgo de Páez reside en que, para la historia con mayúsculas, el verdadero descubridor es, mayoritariamente, el escocés James Bruce, que llegó al lugar ¡152 años después que el jesuita español! Normal que se dedicara a desprestigiar al misionero dudando de que realmente hubiese estado allí, cuando la descripción de sus escritos no deja lugar a dudas. Basta darse una vuelta por Gish Abay -donde nace el pequeño Nilo antes de dirigirse al lago Tana y atravesar sus aguas hasta convertirse en el Nilo Azul-, para darse cuenta de que las referencias de Páez siguen siendo válidas incluso cuatro siglos después.

Este viaje empezó por el final, por las Fuentes del Nilo Azul al sur del lago Tana, en Etiopía, pero tenía que terminar, forzosamente, en Olmeda de las Fuentes

Mi curiosidad se avivó años después, en 2001, cuando el escritor Javier Reverte publicó su biografía del personaje: “Dios, el diablo y la aventura”, situando en el mapa la cuna de Páez, que había mudado su nombre por el de Olmeda de las Fuentes, “una pequeña localidad de la provincia de Madrid, en la vecindad de la Alcarria”. “Nadie en el lugar sabía de la existencia de Páez”, escribió tras visitarla.

Este viaje empezó por el final, por las Fuentes del Nilo Azul al sur del lago Tana, en Etiopía (https://www.viajesalpasado.com/de-etiopia-a-uganda-viaje-a-las-fuentes-del-nilo-i/), pero tenía que terminar, forzosamente, en Olmeda de las Fuentes. Una mañana de invierno de cielo velazqueño me dirigí por fin allí desde Madrid por la A-3 (carretera de Valencia). Pasado el desvío a Perales de Tajuña hay que tomar la M-204 en dirección a Tielmes, Carabaña y Orusco por un vega pródiga en viñedos y olivos que discurre paralela al curso del Tajuña. En Villar del Olmo se encuentra el definitivo desvío hacia Olmeda, cinco kilómetros en los que se va ganando altura en dirección al cerro donde se asienta la localidad natal de Páez. Tras una rotonda, sorpresivamente, irrumpen en el paisaje las casas blancas del municipio sobre la ladera que domina la vega del Arroyo, un espejismo de Andalucía a un paso de la Alcarria. Entre olmos, chopos y chaparros se llega a los pies de la localidad, que ahora sestea con el sol de la sobremesa.

Las casas blancas del municipio, encaramadas en la ladera que domina la vega del Arroyo, son un espejismo de Andalucía a un paso de la Alcarria

Olmeda es pueblo de artistas (numerosos pintores han fijado aquí su residencia huyendo del bullicio de Madrid y buscando la serenidad que aviva el talento), de cuestas empinadas y panorámicas que invitan al sosiego. Pero para el viajero es, sobre todo, el pueblo de Pedro Páez, el descubridor de las Fuentes del Nilo Azul olvidado por todos. ¿A qué espera la Comunidad de Madrid para sufragar una placa que recuerde en el nacimiento del Nilo Azul que Páez fue el primer europeo en llegar hasta allí? El cuarto centenario de esa efeméride, dentro de cinco años, puede ser un buen momento para reparar ese olvido histórico.

El campanario de la iglesia de San Pedro, que domina todo el pueblo, es la referencia. Junto a la puerta de entrada al templo, ahora cerrado, hay un panel que da cuenta de la vida de Páez y, justo enfrente, una placa recuerda que su convecino nació aquí en 1564 y que el 21 de abril de 1618 “descubrió el nacimiento del Nilo Azul en las montañas de Etiopía”. El reconocimiento del municipio con su desconocido paisano no llegó hasta 2001, a raíz de la publicación del libro de Reverte, quien indagó sin éxito en busca de la partida de nacimiento del jesuita, pues los archivos parroquiales se destruyeron durante la guerra civil.

¿A qué espera la Comunidad de Madrid para sufragar una placa que recuerde en el nacimiento del Nilo Azul que Páez fue el primer europeo en llegar hasta allí?

Junto a la iglesia hay un pequeño mirador donde se divisa toda la vega del Arroyo. Desde ahí se puede apreciar el contraste entre las casas más modestas y los chalets de los foráneos. Se respira aquí una lejanía de todo que parece irreal, tanto como que en este mismo lugar naciera quien un día convertiría al cristianismo al emperador de Etiopía y llegaría a convertirse en el descubridor de las Fuentes del Nilo Azul, 244 años antes de que Speke encontrara las del Nilo Blanco en Uganda, a orillas del lago Victoria, resolviendo uno de los mayores enigmas geográficos de todos los tiempos.

Pienso en Páez, en la modestia con la que asume ese momento histórico. “Y confieso que me alegré de ver lo que tanto desearan tan antiguamente el rey Ciro y su hijo Cambises, el gran Alejandro y el famoso Julio César”, escribió. Quizá por eso me doliera tanto escuchar en Etiopía, frente a las magníficas cataratas de Tis Isat, que por desconocimiento se siga considerando a Bruce el descubridor de las Fuentes del Nilo Azul. ¿Pero con qué pasión se reivindica la memoria de un hombre del que su propio país ha olvidado?

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