A través del Himalaya

A través del Himalaya: Ricardo Coarasa.

32 artículos

Lhatse: un violinista entre la basura

En los viajes, como en la vida, se puede ver la botella medio llena o medio vacía. Paisajes abominables redimidos por una mirada, atardeceres idílicos sitiados por los mosquitos, aventuras excitantes que terminan en un mirador con chiringuito... Está en nuestra mano, casi siempre, elegir unos recuerdos y resetear otros. Lhatse, un poblachón tibetano, nos recibe con montones de basuras. Pero, de entre esa ingente cantidad de inmundicias, surge un violinista inolvidable. Por Ricardo COARASA.

Pashupatinath: el río de los muertos

De rodillas, con la cabeza gacha, el hombre espera pacientemente a que le afeiten la cabeza, un rito de duelo hinduísta. Su difunto padre es ahora un puñado de cenizas, en la hoguera menguante, a punto de unirse a la corriente sagrada del río Bagmati. Unos pocos turistas apuntan con sus teleobjetivos desde un puente cercano. ¿Se imaginan a un grupo de japoneses furtivos fotografiando a su familia durante el entierro de un ser querido?

Swayambhunath: el templo de los monos chillones

Sobre una colina a las afueras de Kathmandú se levanta el templo de Swayambhunath, conocido como el Monkey Temple por la gran cantidad de monos que campan a sus anchas por los alrededores. Para llegar hasta la estupa hay que subir 365 escalones de piedra, a cuál más vertical, acechado de cerca por una legión de macacos. Arriba, te observan los gigantescos ojos de Buda. Por Ricardo COARASA.

Kathmandú: la masacre de la familia real

Cuando visito Kathmandú, la capital de Nepal, el rey Gyanendra está todavía tambaleándose y la ciudad está cercada por los rebeldes maoístas. La carambola que le sentó en el trono fue una matanza que dio la vuelta al mundo en 2001. El príncipe heredero mató a tiros a sus padres, los reyes, y a lo más granado de la familia real. Tras el regicidio, la corona sólo podía reposar en la cabeza de Gyanendra.

Tingri: el paraíso de la desolación

El destino debe tener cuentas pendientes con Tingri, la última parada en el Tibet profundo antes de llegar a la frontera con Nepal. De otra manera no se entiende que la haya rociado de pesadumbre de forma tan descarnada. Mires donde mires, la misma desazón, idéntico desaliento. El futuro sólo alcanza hasta donde se pierde la vista: una pista polvorienta que parece una condena. ¿Hacia dónde huir? No saqué fotografías. No hacía falta.

Rongbuk: cuando cae la noche

En Rongbuk, los ojos centelleantes de los perros salvajes acechan al turista que se aventura en la oscuridad; ponerse una lentilla es un espectáculo de magia negra; cualquier comistrajo, un manjar y dormir, empeño imposible. Cientos de botellas de cerveza vacías -a 5.000 metros de altura, afortunadamente, también se da de beber al sediento- se amontonan formando un muro con las mejores vistas del mundo: un amanecer en el Everest.

A los pies del Everest

Estamos por fin en Rongbuk, en el monasterio más alto del mundo, a los pies de la temible cara norte del Everest. El cielo está despejado. El Monzón nos ha echado una mano. La vista es soberbia, deslumbrante. No te cansas de mirar al Qomolangma, la diosa madre de las montañas. Es, sin duda, uno de los días más felices de mi vida. Ahora sólo pienso en caminar hasta el campamento base.

Pang-la: la mejor “terraza” del Himalaya

“Desde el punto de vista alpinístico era imposible imaginarse una visión mas horrorosa”. Ésa es la primera impresión que causó en Mallory la cara norte del Everest en 1921. Camino del campo base en Rongbuk, su impresionante mole te sale al paso desde la cima del Pang-la, sin duda el mas privilegiado mirador del Qomolangma (su nombre en tibetano). Hacia allí nos dirigimos.

¿Pero qué demonios hago yo aquí?

¿Qué viajero no se ha hecho alguna vez esa pregunta lejos de casa? Incluso el más fascinante de los viajes se cobra de peaje, por el camino, algún que otro lugar desolado. Sitios adonde nadie parece interesado en ir y en los que, sin embargo, uno está. En el pueblo tibetano de Shegar, a una jornada del campamento base del Everest en Rongbuk, la dichosa pregunta retumbó con más fuerza que nunca dentro de mí.

Tashilumpo: las ratas del buda gigante

El monasterio de Tashilumpo era el hogar de la segunda autoridad del Tíbet, el Panchen Lama. Cuando el Dalai Lama huyó por la invasión china, Pekín buscó y encontró su respaldo. Pero el idilio duró poco y el Panchen Lama terminó encarcelado. Estoy en Shigatse, a los pies de la estatua de Buda más grande del mundo. Un monje me pide 30 yuanes por fotografiarla. ¿Será verdad que algunos de ellos son agentes chinos?

Shigatse: y por fin… ¡una foto del Dalai Lama!

¿Viajamos para estar o para ver? ¿Buscamos destinos en el mapa simplemente para llegar o también para conocer? En cualquier viaje, es inevitable estar en lugares que no ves o ver sitios en los que, pasado el tiempo, parece que nunca has estado. En mi camino hacia las faldas del Everest, Shigatse era un par de noches en la hoja de ruta, un monasterio, el de Tashilumpo, y un fuerte en ruinas custodiado por perros asilvestrados.

La mirada del otro

Es un interrogante con mil rostros. En la carretera, en las cunetas, en los campos de labranza, alrededor de un transistor, a la sombra de un árbol, en un autobús atestado, en el remolque de un tractor, entre los puestos de un mercado. La mirada del otro te sorprende a cada paso, a veces fugaz, otras infinita. Zarandea, inquieta, enternece, te obliga a reflexionar, según. Sucede que, cuando estamos tan lejos de casa, el otro somos nosotros.

Gyantse: la fortaleza de los valientes sin suerte

Desde el valle del Nyang-chu, la otrora imponente fortaleza de Gyantse parece una doncella mancillada, un decorado a medio terminar. Una vez arriba, con el altiplano a nuestros pies hasta donde la vista se pierde, uno comprende perfectamente el valor estratégico de esta encrucijada de caminos entre China y la India donde los tibetanos libraron en 1904 la última batalla antes de claudicar ante la invasión británica.

A cruzar el Himalaya con un conductor novato

Mientras abandonamos Lhasa, manosea cada uno de los botones del cuadro de mando para cerciorarse de para qué sirven. Circula a 50 km/h, sus frenazos bruscos son constantes y toma todas las curvas invadiendo el carril contrario, haya o no visibilidad. Es el conductor del todoterreno que nos debe llevar hasta Katmandú, 1.100 km al otro lado de los Himalayas. Voy a viajar por una de las carreteras más peligrosa de la tierra con un conductor en prácticas. Estoy entusiasmado.
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