Cuando la Real Sociedad Deportiva Peñalara comienza a dar, literalmente, sus primeros pasos en España estaba muy reciente la primera escalada del Naranjo de Bulnes, realizada en 1904, cuya imagen inconfundible bien puede representar el arranque del alpinismo español. Aunque obviamente había en la Península un excursionismo previo y hasta ascensiones a picos elevados, como el Veleta o el Aneto, la escalada del Naranjo vino a simbolizar en España algo parecido a lo que había representado la conquista del Cervino en los Alpes. Con la escalada de Gregorio Pérez, El Cainejo, el guía espontáneo, y Pedro Pidal, Marqués de Villaviciosa de Asturias, directamente escalador, se entra en un mundo nuevo, caracterizado por la pasión por las montañas esbeltas, difíciles, y el alpinismo acrobático, pues la vía que abrieron es muy aérea y expuesta.
En Europa, sin embargo, son los instantes previos a la primera guerra mundial que barrería durante seis años los afanes montañeros. Aunque nos libraríamos de la entrada en el conflicto, no logramos mantenernos indemnes a la violencia que se había desatado en todo el continente. Eran años convulsos, precursores no sólo de la guerra mundial sino de revoluciones, como la soviética, en muchos de los países de nuestro entorno.
La escalada del Naranjo vino a simbolizar en España algo parecido a lo que había representado la conquista del Cervino en los Alpes
Desde principios de siglo los atentados individuales se habían convertido en algo habitual. En 1913 fue asesinado el rey de Grecia, pero ese mismo año el rey Alfonso XIII sufriría otro atentado aunque sin consecuencias. Y un año antes había sido asesinado Canalejas en la Puerta del Sol. Es el mismo año, por cierto, en el que se hunde el Titanic y Scott, Bowers, Wilson, Evans y Oates desaparecen en la Antártida. Son, pues, años muy duros, dentro y fuera. De hambre, revoluciones, violencia y guerras. En 1909 se han producido los sucesos de la semana trágica de Barcelona. Ese mismo año Luis de Saboya, el Duque de los Abruzos, ha llevado a cabo una magnífica expedición exploratoria al Karakorum, marcando el record de altitud al conseguir alcanzar los 7.500 metros en el Chogolisa.
Luis de Saboya, hijo del efímero rey de España Amadeo I de Saboya, es un entusiasta seguidor de Mummery con quien, unos años antes, había escalado la arista Zmutt del Cervino. Sólo en ese año más de 120.000 españoles abandonan el país en busca de un futuro mejor que su tierra les niega. En 1912, de los siete millones de argentinos un millón ya serán emigrantes españoles. En este agitado mundo lleno de cambios, que algunos alpinistas vivirán de forma traumática, hombres como Mallory, Luis de Saboya, Welzenbach, Heckmair, Hedin, Shipton o Tillman, y muchos otros, se lanzarán a dar respuestas a los grandes interrogantes montañeros de la época.
En 1909, el Duque de los Abruzos marca el récord de altitud al conseguir alcanzar los 7.500 metros en el Chogolisa
El 3 de agosto de 1914 estallaba una guerra que comenzó siendo europea y terminó siendo mundial. En el frente occidental se estancó una devastadora guerra de trincheras que, al terminar, provocaría un rechazo al horror de las guerras como nunca antes se había conocido. Poco antes había sido elevado a Primer Lord del Almirantazgo una promesa de la política británica, Winston Churchill. Justo en esos días un antiguo barco ballenero, rebautizado como Endurance, partía de Inglaterra rumbo a la Antártida. El responsable de la expedición, Ernest Henry Shackleton, había puesto el Endurance a disposición del Almirantazgo por si fuera necesario en la guerra ya declarada. La contestación de las autoridades fue un seco “proceda”.
La aventura de Shackleton y sus compañeros en la Antártida, sin ser una hazaña propiamente montañera, extenderá, sin embargo, su influencia en todas las expediciones de aventura, montaña y exploración que se llevarán a cabo en años posteriores. Y no sólo porque algunos de los valores intrínsecos de lo que ha sido denominado “alpinismo horizontal” son compartidos por muchos montañeros, sino por la influencia que ejerció sobre muchos montañeros británicos que intentarían escalar el Everest pocos años después.
El vencedor de la carrera por el Polo Sur fue indiscutiblemente Amundsen pero, paradójicamente, quien ganó la batalla de la comunicación fue Scott
La pomposa Expedición Imperial Transantártica, como fue bautizada, fue inspirada por el fracaso de Robert Falcon Scott dos años antes en la pugna con el noruego Roald Amundsen por ser el primero en conquistar el Polo Sur geográfico. El vencedor de la carrera fue indiscutiblemente Amundsen pero, paradójicamente, quien ganó la batalla de la comunicación fue Scott. La opinión pública británica quedó conmocionada al conocer la tragedia de Scott y de sus hombres.
Aquella frustración, transformada en orgullo nacional herido, terminaría impulsando, tras la primera guerra mundial, las primeras expediciones británicas a la montaña más alta del planeta. Los polos serían sustituidos por el Everest que, desde entonces, sería denominado como “el tercer polo”. El desastre de Scott también sería el factor determinante que lanzó a Shackleton a un nuevo desafío aún más difícil, “la última gran travesía terrestre”: atravesar el continente antártico de punta a punta, pasando por el Polo Sur.
Se encontraban atrapados en el peor lugar del mundo, a más de 15.000 kilómetros de casa, sin medios para comunicarse y sabiendo que nadie acudiría a rescatarles
Mientras millones de personas perdían la vida en las trincheras de los campos de batalla europeos, Shackleton y sus hombres iban a llevar a cabo una de las expediciones más insólitas y extraordinarias de todos los tiempos. Después de recalar en Georgias del Sur el Endurance se dirigió al mar de Weddell donde sería aprisionado por la banquisa muy cerca del continente antártico. Durante nueve meses el Endurance hizo honor a su nombre resistiendo el empuje de los hielos. Se encontraban atrapados en el peor lugar del mundo, a más de 15.000 kilómetros de casa, sin medios para comunicarse y sabiendo que nadie acudiría a rescatarles. En Inglaterra ya los daban por desaparecidos.
Antes de que el barco se hundiese en el mar de Weddell hecho astillas por la presión del hielo, Shackleton dio la orden de rescatar todo lo que pudiera serles de utilidad. Durante los siguientes seis meses, los veintiocho hombres de la expedición vivieron sobre témpanos de hielo a la deriva, alimentándose de focas y pingüinos, al límite de la supervivencia. Al fin lograron desembarcar en isla Elefante, un islote perdido en la punta norte de la península antártica.
Durante seis meses, los 28 hombres de la expedición vivieron sobre témpanos de hielo a la deriva, alimentándose de focas y pingüinos, al límite de la supervivencia
Después de 497 días volvían a pisar tierra firme. Pero seguían igual de perdidos. Nuevamente Shackleton se vio obligado a tomar una drástica decisión: debía dividir el grupo y capitanear a cinco compañeros en una desesperada tentativa de alcanzar las Georgias del Sur, a unos 1.400 kilómetros de distancia, atravesando uno de los peores océanos del mundo. Después de una increíble travesía alcanzaron la costa este de las Georgias del Sur el 8 de mayo de 1916. Llegar hasta allí ya había sido una hazaña que no ha vuelto a ser repetida.
Pero entre ellos y su salvación, las bases balleneras, aparecía un obstáculo infranqueable, otro más, en su camino: una sucesión de picos, glaciares y valles helados que nadie había atravesado jamás. Era la última gran aventura que les quedaba por realizar. Shackleton y dos compañeros lo lograron en una marcha de casi cuarenta horas sin descansar. Cuando al fin alcanzaron la estación ballenera de Stromnes no parecían seres humanos, sino fantasmas en carne y hueso. Aun así, lo primero que preguntaron fue si había terminado la guerra en Europa. No, les dijeron, y se enteraron de que ya habían muerto más de un millón de hombres en las trincheras.
Pocas empresas en toda la historia de la humanidad pueden compararse con la hazaña vivida por Shackleton y sus hombres
Shackleton organizó de inmediato una expedición para intentar rescatar al grueso del grupo, que esperaba en Isla Elefante, antes de que llegase el invierno y se helase la superficie del mar haciendo imposible la navegación. Tuvieron que retroceder dos veces ante el hervidero de témpanos de hielo que infestaba el océano. Pero al final, gracias a la ayuda de un remolcador chileno, el Yelcho, Shackleton pudo avistar al fin el desolado islote donde había dejado sus hombres. Sólo entonces, pudo respirar aliviado y las lágrimas nublaron sus ojos. Había conseguido rescatar a todos sus hombres sanos y salvos. Pocas empresas en toda la historia de la humanidad pueden compararse con la hazaña vivida por Shackleton y sus hombres. Una aventura donde la solidaridad, el espíritu de equipo y el valor de la vida brillan por encima de todo. Valores que también harían suyas muchas expediciones posteriores a las montañas más altas de la Tierra.
El sueño de Shackleton no pudo ser cumplido hasta muchos años después, en 1989, cuando el navegante Arved Fuchs y Reinhold Messner completaron la primera travesía a pie de la Antártida, convirtiéndose en los primeros seres humanos que atravesaban a pie de una costa a otra pasando por el Polo Sur.