Aquellas primeras conquistas de las cimas más altas de los Alpes se vieron jalonadas de hazañas prodigiosas debido al desconocimiento y las dificultades a las que tuvieron que hacer frente los primeros alpinistas. La inexperiencia, el miedo a adentrarse en parajes desconocidos –hasta entonces fuente de leyendas y guarida de dragones– la altitud, el frío, la soledad, las grietas, los aludes y los vivaques al raso, sobre glaciares sin apenas equipamiento eficiente –¡y en tiempos en los que hacía más frío que en nuestros días¡– convirtieron aquellas escaladas en aventuras incomparablemente diferentes a las que hoy realizan los alpinistas modernos.
Toda primera ascensión, como hoy sabemos, exige un esfuerzo, físico y psicológico, muy superior al que necesitan los escaladores posteriores que luego la repiten. La montaña o la ruta que antes pertenecía, en aquellos tiempos mucho más, a un mundo misterioso, extraño, inaccesible, se transforma de repente en una realidad concreta, que se conoce y puede desentrañarse, que se sabe vulnerable y accesible.
Es el momento de rellenar los espacios en blanco de los mapas. Las exploraciones y la actividad alpina se multiplican
Al principio, como decía, este desarrollo fue muy lento; por ejemplo las primeras escaladas en las Dolomitas no comenzarán hasta mediados del siglo XIX. Justo ese momento coincide con lo que se ha dado en llamar “la edad de oro” del alpinismo heroico o victoriano, que se suele establecer entre 1855 y 1865, y es protagonizado, en gran medida, por alpinistas británicos que en ese momento disponen de los medios económicos para emprender estos viajes a los Alpes y acometer escaladas que son auténticas expediciones. Después de las guerras napoleónicas, con Francia derrotada y el imperio español en franca decadencia, son los tiempos de expansión y mayor pujanza del imperio británico quien, sin competidores, se ha adueñado de los mares y llegará a dominar el mundo.
Es el momento de rellenar los espacios en blanco de los mapas. Las exploraciones y la actividad alpina se multiplican, tanto por la cantidad como por la calidad de escaladas que se suceden sin parar. Son los tiempos del reverendo Charles Hudson, de Tyndall, T. S. Kennedy, A.W.Moore… y en especial de Edward Whymper que realizaría numerosas “primeras” y pasaría a la historia por ser el vencedor del Cervino. Se constituyen verdaderos equipos pues en estas primeras ascensiones van formando cordada con excelentes guías locales, como los Almer, Payot, Ravanel, Croz, Carrel, Zurbriggen, Rey, Petigax o Burgener, entre otros muchos, que jugarán un papel preponderante en esta primera etapa que podríamos calificar de descubrimiento y conquista.
En esos diez años serían escaladas casi todas las cumbres vírgenes de los Alpes por un número relativamente pequeño de hombres decididos y valientes
En esos diez años serían escaladas casi todas las cumbres vírgenes de los Alpes por un número relativamente pequeño de hombres decididos y valientes. Es el momento en el que nacen las sociedades alpinas, como el prestigioso Alpine Club, se construyen refugios y el alpinismo comienza a desarrollarse velozmente. El conocimiento sobre las montañas también se amplia gracias a estudios de científicos como Agassiz o Tyndall entre otros, que consideraban a los Alpes el más grandioso laboratorio de la naturaleza, y donde estudian la geología de las montañas y los glaciares. En aquellos tiempos bien puede decirse que los Alpes eran en realidad ingleses, en lugar de suizos, franceses o italianos. Muy pronto las ascensiones, con guías nativos, de las cumbres más conocidas de la cordillera se extendieron llegando a ser habituales.
Y, en este ambiente favorable, llegamos a uno de esos instantes estelares que deciden la historia del alpinismo. A mediados del siglo XIX casi todas las cimas más altas de los Alpes habían sido ascendidas con una excepción: el Cervino, una montaña que se convierte en el símbolo de la inaccesibilidad. Dos hombre muy distintos, Carrel, un guía valdostano, y Whymper, un típico burgués de la era victoriana, a pesar de ser tan distintos, comparten el coraje, la pasión y la determinación de escalar el Cervino. Es una pasión que les unirá, y les opondrá, a lo largo de numerosas tentativas. Cuando, ¡por fin!, en julio de 1865, la cumbre más prestigiosa de los Alpes cede ante la pericia, el valor y la tenacidad de los alpinistas –aunque cobrándose un precio terrible, porque en el descenso se despeñan cuatro de los primeros ascensionistas– se abre una nueva era.
El Cervino se cobró un precio terrible, porque en el descenso se despeñan cuatro de los primeros ascensionistas
Desde entonces se supo que cualquier montaña podría ser ascendida por difícil o alta que fuera; sólo era cuestión de técnica, voluntad y perseverancia.
Gracias a este impulso, y más rápidamente a partir de 1880, se desarrollaría una concepción más deportiva del alpinismo, que sería liderada por grandes alpinistas y escaladores como Emil Zsigmondy, Georg Winkler y otros, los cuales empezarán a realizar nuevas escaladas orientadas hacia la búsqueda de la dificultad más que a la consecución de la cumbre como ha estado ocurriendo hasta entonces.
Desde entonces se supo que cualquier montaña podría ser ascendida por difícil o alta que fuera
Más tarde esta tendencia se difundiría ampliamente por grandes escaladores en roca, como Paul Preuss (un purista al que bien podría considerarse un adelantado de la escalada libre); Hans Dülfer (que extendería las técnicas de escalada que hoy siguen llevando su nombre); Tita Piaz (el “Diablo de las Dolomitas”) y muchos otros, que llevarían a cabo las primeras escaladas consideradas extremas, algunas incluso en solitario, seguidos más tarde por alpinistas de renombre, ya en roca y hielo, como Gervassutti, Welzembach o Comici. Muchos de estos alpinistas morirían muy jóvenes, víctimas de su atrevimiento en las nuevas escaladas o de la furia guerrera que habría de desatarse en Europa poco después.