La isla donde los perros se vuelven locos

Hoy apenas quedan veinte personas paseando frente a las aguas verdes y azuladas de la playa de Tean. Hay algunas casitas modestas entre la vegetación, donde viven algunos ancianos que vieron partir a sus hijos.

Chanclas, toallas, marisco y protección solar. Atascos bajo el sol, daikiris, alemanas rubísimas, ingleses borrachísimos. Palmeras, botellones, risotadas, snorkel. Y hoteles, hostales, moteles, home stays, lodges, albergues y campings…. Y gente y más gente atragantándose de mar y cerveza. Y pieles rojas y venta ambulante de cocos y chiringuitos…

Estábamos en Ko Samui, pero salvo por los espectáculos de lucha tailandesa podríamos estar en cualquier lugar donde se exprima el verano. En la isla circular no cabía ya un solo plan original, todo se nos iba repitiendo.

Los jóvenes se congregan todas las semanas para celebrar la Full Moon Party aunque no todas las semanas haya luna llena. El eslogan es suficiente. Al fin y al cabo la mayoría acaba por no distinguir la luna de las farolas que alumbran la calle hacia su hostal.

la mayoría acaba por no distinguir la luna de las farolas que alumbran la calle hacia su hostal.

Mientras tanto algunos lugareños se dedican a pescar barracudas, a esa hora en la que la isla entera se echa a dormir. Y en una de esas barcas escapábamos nosotros, con un pescador que no consiguió robarle al mar una sola barracuda. No importaba. Contemplar el amanecer en el mar es una de las experiencias más balsámicas a la que puede entregarse el viajero.

Aquella mañana, nuestro destino era la isla de Tean. No tardamos ni una hora en alcanzar un embarcadero sereno, sin el trajín de barcos. Un camino de arena desembocaba en un restaurante familiar, muy modesto, cuya terraza miraba al mar. Allí sólo llegan viajeros con la resaca de la fiesta, parejas mayores buscando la música de olas o familias huyendo del desfase de Ko Samui.

Hace años, la isla de Tean alcanzó cierta prosperidad y hasta se convirtió en una alternativa interesante a la isla vecina. Un hotel abandonado a pie de playa da una idea de lo que puedo ser y no fue. La culpa la tuvo un ácaro, una plaga que acabó con la mayor parte de los cocoteros y con ellos, se acabó la alegría. Casi todos los habitantes abandonaron la isla, ya que el coco era lo que les mantenía en aquel edén.

Allí sólo llegan viajeros con la resaca de la fiesta, parejas mayores buscando la música de olas o familias huyendo del desfase de Ko Samui.

Hoy apenas quedan veinte personas paseando frente a las aguas verdes y azuladas de la playa de Tean. Hay algunas casitas modestas entre la vegetación, donde viven algunos ancianos que vieron partir a sus hijos. Los hombres reparan televisores del pleistoceno tratando de no desconectarse del mundo para siempre. Las mujeres recolectan los cocos que han sobrevivido y se mecen en las hamacas con la misma cadencia que va y viene la marea.

Hay gatos asilvestrados cazando ratones y hasta búfalos de agua que conviven con los hombres. Pero no hay perros, porque allí los perros sencillamente mueren.

Las razones no están claras, pero todos saben que no hay que traer a los perros a la isla de Tean. Hace algunos años, una televisión local quiso hacer la gracia: desmontar la leyenda y llevar un perro a la isla. En cuanto el pobre animal desembarcó, se echó a correr. Estuvo dos días corriendo, enloquecido, sin parar a comer ni a beber ni a descansar. Al cabo de dos días, cayó exhausto… y murió.

Estuvo dos días corriendo, enloquecido, sin parar a comer ni a beber ni a descansar. Al cabo de dos días, cayó exhausto… y murió.

Fue la última vez que se vio un perro en la isla. Nos lo dijeron en el restaurante con toda la naturalidad. “¿Perros aquí? No, se vuelven locos. Imposible traerlos aquí”. Y nos lo confirmaron otros lugareños, con una mirada misteriosa. “Mejor gatos… pero perros no, aquí perros no”.

Dicen que los habitantes de Tean creen en el dios Cobra. Aunque el sincretismo es habitual en muchos pueblos de Tailandia, lo cierto es que los credos antiguos no desaparecen del todo. Muchas etnias del norte del país son animistas y creen en los espíritus del bosque, por lo que no es raro pensar que en las playas del sur rinda culto a viejos dioses.

Alguien nos contó en voz baja, como un secreto, que las cobras odian a los perros y que esa podría ser la razón por la que no hay que llevar una mascota, si ladra, a la isla de Tean.

Tal vez sean los dioses los que castigan a los perros, pero lo cierto es que para los hombres, después de la locura de Ko Samui, la isla de Tean nos pareció el paraíso.

 

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