Enrique Vaquerizo Dominguez

Licenciado en Periodismo e Historia, ha vivido en Francia, Bolivia y Níger y recorrido más de 50 países. Aún decidiéndose sobre si quiere más a Mamá (Africa) o a Papá (Sudamerica).

Coleccionista impenitente de los personajes curiosos, azares afortunados e instantes inolvidables que todo viaje regala, nostálgico empedernido le hubiese le hubiese gustado llegar a casi cualquier sitio 30 años antes.

Si como decía Neruda muere lentamente quien no viaja, en pleno empeño de engañar a la muerte lo encontraréis si os asomáis a sus textos.

31 artículos

Cancún: life is now

Porque lo siento, pero los que escribimos en Vap también hacemos estas cosas. Lo de la aventura y el polvo es todo una farsa y en realidad somos unos turistazos de playa. Pero en este maldito simulacro de ciudad-autopista tienen escondido el mar y no piensan soltarlo tan fácilmente hasta que aflojes unos pocos dólares como rescate.

Mister Tourist en el país de los persas. Crónicas de Irán (II)

Las rinoplastias están causando furor en el país desde hace un par de años, en especial entre la clase media alta. Por apenas mil euros, eliges una nariz a la carta que en el caso de la mayoría de chicas suele ser la misma, larga y rectísima para realzar las facciones. “En Irán las chicas no podemos mostrar mucho de nosotras, así que lo que puede verse, queremos que esté perfecto”, confiesa Neda.

Mister Tourist en el país de los persas. Crónicas de Irán (I)

Disparan unos contra otros, madres, tíos, sobrinos… incluso a sus propios hijos. Disparan abuelitos con bastón, y mujeres ataviadas con hiyab, negrísimas como cuervos. Desenfundan sus móviles y pasean entusiasmados con sus palos selfies al hombro. Si no tienes cuidado los iraníes disparan contra ti, mientras te abrazan sonrientes y te piden que mires al pajarito. La revolución selfie ha llegado al país para quedarse y entre las ruinas de Persépolis arrecia una balacera de flashes.

Paraguay: los crucificados del país más feliz del mundo

Así que más de veinte trabajadores junto a sus familias cogieron madera y clavos y en vez de subir al Gólgota se instalaron en un cuarto junto al Ministerio de Trabajo con las muñecas atravesadas y dispuestos a mantener la protesta hasta ser readmitidos. Desde entonces la zona vive en un estado de romería constante; medios de comunicación, policías, médicos, sacerdotes y ciudadanos que se pasan por allí por si acaso sucede algún milagro.

La ciudad perdida de los Tayrona

El francés por ejemplo recuerda que hace poco leyó en algún sitio una teoría basada en que la presencia española aumentó de forma decisiva el nivel de agresividad en el continente, se extendió como un virus y provocó aún más atrocidades entre los indígenas. Los dos suizos parecen encantados con esta explicación y relatan su visita recienta a las minas del Potosí y lo mucho que les impresionó la crueldad que se respiraba en aquel sitio. El belga que inexplicablemente parece haber olvidado la existencia de un tal Leopoldo

Charlie Hebdó y las buganvillas

Internet decía que estaban bien y fuera de peligro, que algunos vecinos de la ciudad consiguieron alertarlas, a tiempo de que se refugiasen con otros cristianos en el cuartel militar de la ciudad, que lo peor había pasado y en unos días podrían tomar algún avión con destino a Togo, a Burkina o a Benin. Durante los días siguientes la gente de la ciudad se dedicó a llevarles comida y a salvar algunos enseres de la Misión.

Una casa en La Paz

Las bragas y sujetadores florecían en las lámparas como champiñones, mientras las plantas se adueñaban del piso de arriba, trepaban por las paredes y se desparramaban por las escaleras en un rumor sordo como de sinfonía amazónica. Espantada, cobraba y salía disparada, antes de que saliese un jaguar de debajo del sofá.

Sarajevo: tras las huellas de la guerra

Primero son las montañas. Ondulaciones oscuras y lobunas, espolvoreadas con un reguero de nieve en pleno mes de abril. Hay algo maligno aún en esos centinelas que vigilan con avidez el fondo del valle. Pacientes y atentos como si aguardasen algo y, por un momento casi puedes comprender…

A mí sí me gusta París

París no es una ciudad fría, cara y sin alma, etcétera. Pasear por sus calles y atrapar un síndrome de Stendhal como quien agarra un catarro sale absolutamente gratis. Parte del encanto de esta ciudad radica en esas dentelladas frías y miserables que te regala febrero mientras te relames al mirar dentro de las brasseries para luego irte a comer patatas fritas grasientas en cualquier kebab.

Bolivia: el parque Madidi y el secreto de los Toromonas

(...) “De todas formas lo más increíble es lo que dice el brujo de Ichipiamonas”. -Intrigado le pido que prosiga. “Los padres del gringuito, vinieron al Madidi para buscarlo, desesperados llegaron a preguntarle al brujo del pueblecito, un viejito ya que dicen tiene poderes, les echó las hojas de coca”. Y agárrese vio al noruego viviendo entre los indios aquellos convertido en una especie de jefe o algo así. Desde entonces los padres siguen volviendo cada año (...) Por Enrique Vaquerizo.

Tres historias africanas

Me cuenta sus viajes por África desde el Congo hasta Angola. Martin es un excelente conversador y salta de un tema a otro con la agilidad y la decisión de un funambulista, te pone un manjar entre los labios para rápidamente arrebatártelo y sacar otro conejo de la chistera aún más gordo y suculento.

Llegar a África: Níger

er a los hipopótamos que hay en el río Níger a las afueras de la ciudad? Uf complicado, la gasolina ha subido muchísimo, no puedo hacerme una idea ¡ 100 euros! Al borde de la locura, claudico, le ruego que me deje en compañía de unas cucarachas no demasiado voraces y me despido deseándole un buen ataque de apoplejía.

Benin: la puerta del no retorno

La Puerta de no Retorno es uno de esos lugares que transmite más por lo que sugiere que por lo que muestra, donde los silencios se hacen estruendosos y sacuden hasta los últimos recovecos del alma. Casi pueden escucharse millones de lamentos cautivos entre las olas, las súplicas enviadas como mensajes en botellas perdidas en el océano.
Salar de Uyuni Salar de Uyuni

Salar de Uyuni: la lucha del litio y los indígenas

Uyuni no es un lugar especialmente agradable, no hay muchos hoteles y la polvareda parece perseguir tenaz hasta el último de sus rincones. Un inequívoco y lánguido aire de Far West recorre un pueblo en el que sus habitantes se asoman por las rendijas de sus casas como gárgolas mustias y el cementerio de trenes de las proximidades parece querer transportar cuatreros de otro tiempo.
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