Meteora: los monjes que eran palomas

Por: Javier Brandoli (texto y fotos)
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Albania es un país en el que la lógica parece retorcerse y al que pronto renuncié a entenderlo y me limité a disfrutarlo con cierto asombro. Los kilómetros no dan conocimiento, sólo percepciones, y aquí los códigos son surreales. Las casas muy empobrecidas y campos sin trabajo se mezclan con coches de alta gama y hoteles de lujo en los que nunca se ve a nadie. Están allí, junto a la carretera, junto a decenas de lavaderos de coches y gasolineras que crecen en el país como hongos tras la lluvia. Inolvidable estampa la de aquella helada ladera de montaña en la que esperaban decenas de hombres en el arcén, con sus mangueras abiertas a todo grifo, coches que lavar.

Albania fue divertida y acogedora a nuestros ojos. En un café de carretera pregunté por internet y el tipo de la barra me ofrecía por gestos su móvil para conectarme. Luego, donde dormimos, una suite de lujo por 20 euros, ponían lazos a sus manteles como si allí fueran a cenar mil personas y esperara un baile. Estábamos nosotros y ellos, solos, comunicándonos por gestos y algo de italiano, idioma cooficial en esta parte del Mediterráneo.

De Albania pasamos a Macedonia, país del que no recordábamos ni el nombre ni el mapa, y que cruzamos tan deprisa que nos recibieron con un simpático hola y nos despedimos con un simpático adiós.

Cuando se entra en Grecia se tiene la sensación de entrar en el viejo libro de historia de tu niñez

Por fin entramos en Grecia y cuando se entra en Grecia se tiene la sensación de entrar en el viejo libro de historia de tu niñez. Nosotros nos dirigimos a la ciudad de Kalambaka, a los monasterios de Meteora, con una inmensa pena de no poder dirigirnos al sur, a Atenas y sus polis donde el hombre descubrió que el camino más corto entre dos puntos primero se piensa y luego se corre.

En la ruta nos paró un control de policía fuertemente armado. Vítor bajó la ventanilla y el tipo pidió los papeles ladrando. Comenzamos a hablar algo con ellos y el que parecía superior nos dijo: “Veo que vienen de Macedonia (vio una pegatina que llevamos de cada país que atravesamos en el coche). No deberían ir a países que roban la historia de los demás. Nosotros somos macedonios, no ellos. Lo mismo que Bosnia, roban la historia de los otros”, nos aleccionaba el hombre. Curioso mundo este, sin entrar en razones o sin razones, en el que una pegatina fabrica la imagen que damos a los demás.

Llegamos por fin a Meteora y nos colocamos delante de esos monasterios legendarios que cuelgan de las nubes. Se sujetan al cielo por el aire y a la tierra por una mano de piedra que los agarra desde las entrañas del suelo. Allí nos quedamos, paralizados, sin entender bien que el mundo pudiera ser aquella cosa. Hay unos segundos que te quedas sin habla, acongojado ante tu mirada en la que descifras piedras de más de 600 metros donde alguien tuvo la bendita locura de construir una morada en la “urba” de Dios.

Bajaban con cuerdas hasta el mundo terrenal y subían flotando luego hasta el cielo

Todo pasó en el siglo XIV, cuando la presión de los otomanos obligó a algunos monjes a esconderse del mundo y decidieron hacerlo allí, donde al menos sería muy cansado ir a buscarlos. De los 24 monasterios que llegó a haber construidos sólo quedan seis y los seis generaran una cierta sensación de desconcierto. ¿Cómo pudieron construir en aquella roca un monasterio? ¿Cómo vivían? Luego cuando les visitas te explican que los monjes, ya en los tiempos algo más modernos, bajaban con cuerdas hasta el mundo terrenal y subían flotando luego hasta el cielo. Uno mira desde allí el abismo emocionado y recuerda de las leyendas que cuentan que en el río cercano que cinceló todo aquello iba el dios Apolo a raptar a sus amadas y hasta duda si aquellos religiosos no serán en realidad barbudas palomas que aprendieron a rezar.

A la mañana siguiente partimos para Tesalónica donde encontramos una ciudad con un paseo marítimo de diseño y donde la población comía y bebía en una interminable fila de terrazas que acababa casi cuando te sacudías las olas de la cara. Una cosa curiosa de Grecia es la facilidad con la que en muchos restaurantes se fuma justo debajo del flamante cartel que lo prohíbe.

Nos sirvieron una parrillada de carne sobre un papel

Aquella noche nos fuimos a dormir a Alejandrópolis, donde pagamos tres copas de vino a 21 euros en uno de sus numerosos bares de gente “muy bien” que debían estar abiertos en Zurich y luego comimos en una taberna llena de gente donde no había platos y nos sirvieron una parrillada de carne sobre un papel. El restaurante era tan bueno y genuino que no necesitaba un nombre. Fue un sitio agradable y simpático más que sumar a la ruta.

Se acababa Grecia y empezaba Turquía. Comienza el final de Europa, el fugaz paso por Asia y el reto de saber si seremos capaces de encontrar un camino viable a África. En ello estamos mientras escribo estas líneas, con mucha voluntad y ninguna certeza.

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Comentarios (7)

  • Ana

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    Muero por ir a Grecia!

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  • Monica

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    Genial Javier

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  • Arte Pun

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    ¡Qué bueno! Me encanta la crónica.

    Gracias Javier

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  • ADRIÁN

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    Lástima que no visitastéis Ohrid, localidad junto al lago del mismo nombre en Macedonia, que comparte frontera con Albania

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  • ADRIÁN

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    Y en Tesalónica no paseastéis por el barrio judío, junto a los restos de la muralla bizantina? Una lástima porque se ha convertido en zona para bohemios y artistas, calles intrincadas y con pendiente donde perderse. Efectivamente, el paseo marítimo era un horror donde la gente se muestra pretenciosa en esos cafés de diseño y mobiliario de Ikea, mientras los inmigrantes ilegales tratan de vender sus falsificaciones y salen a la carrera en cuanto ven llegar a la policía

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  • Javier Brandoli

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    Desde luego que una pena Adrián, pero realmente en Macedonia y Tesalónica estábamos sólo de paso. En un viaje como este hay que renunciar a algunas cosas y en otras ocasiones sólo tienes tiempo a dar una fugaz mirada, que es el caso de los dos lugares que hablas. Abz

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