Uno mira desde allí el abismo emocionado y recuerda de las leyendas que cuentan que en el río cercano que cinceló todo aquello iba el dios Apolo a raptar a sus amadas y hasta duda si aquellos religiosos no serán en realidad barbudas palomas que aprendieron a rezar.
Parece un capricho de los dioses, estrangulada por la cólera de Poseidón o por el rayo del mismísimo Zeus. Su forma es rebelde y su terreno, abrupto. Sin embargo, transmite calma y serenidad. Ítaca, la patria de Ulises, respira bajo un cielo de azul intenso y vive abrazando el mar, el mar Jónico, el mar de Grecia.
Imaginen un lugar en donde hay sólo sol, mar azul, canto de chicharras en verano, algunos viñedos y un restaurante, Tsiribis, en donde mi amigo Dimitris, el dueño, invita a cualquier español que llega a un vaso de vino y, al atardecer, si le cae bien, le recita en griego clásico el comienzo de La Odisea.