Describe Ricardo Coarasa -autor del libro “Viaje a las fuentes del Nilo Azul”-, sobre las cataratas de Tis Isat que “el camino, pedregoso y resbaladizo por el barro y por los continuos excrementos del ganado, desciende hacia ese mismo lugar que describió Páez, donde los portugueses tuvieron la feliz idea de construir un puente de piedra que nos evita hacer equilibrios sobre la corriente”.
Y yo años después vivo, tras dejar el 4×4 en un parking, el mismo descenso por el mismo camino, ahora seco por no ser temporada de lluvias. Y cruzamos frente a un religioso con su cuerpo doblado bajo un chamizo que agita una campana y pide limosna. Y bajamos una pequeña cuesta y vemos un puente de piedra, del siglo XVII, por el que pasa un hombre con un burro que tiene el lomo doblado por la carga que lleva encima. Y entendemos que este debe ser un sitio especial desde el principio como leí en el libro.
Cruzamos frente a un religioso con su cuerpo doblado bajo un chamizo que agita una campana y pide limosna
Y cuenta Coarasa que “los niños acompañan los indecisos pasos de los ocasionales turistas haciendo sonar sus flautas de madera a la vez que ofrecen en perfecto inglés calabazas reconvertidas en joyeros y tejidos artesanales. Por ahora no insisten, sabedores del afán que mueve a los visitantes. La mayoría se contenta con intercambiar unos saludos de cortesía y despedirse con un entusiasta “nos vemos a la vuelta”.
Lo mismo vivimos nosotros. Creo que incluso con más vehemencia, quizá porque el día se prestaba a estar fuera de casa. Los niños piden, venden e incluso nos solicitan que les cambiemos un billete de cinco dólares por moneda local. El muy buen cambio que le damos a la niña le dibuja una enorme sonrisa en su tierno rostro. Cerca hay una mujer que teje sobre la misma tierra con el único objetivo de dejarse fotografiar y después pedir dinero por la instantánea, una de las profesiones más comunes del continente. Pese a todo, la ruta tiene algo de auténtico y de inevitablemente turístico. La estampa de los burros cargados trepando por las montañas es ejemplo de lo primero. Los niños y los ancianos, probablemente de lo segundo aunque sea en una intensidad más que aceptable.
Cerca hay una mujer que teje sobre la misma tierra con el único objetivo de dejarse fotografiar
Y dice Coarasa que “tras 15 minutos de caminata, el Nilo Azul ruge pese a que la desbordante vegetación todavía le sirve de parapeto. Es un sonido amenazante como el que presagia la llegada de un gran ejército, pero en este caso las únicas armas del río son los millones de litros de agua que se desploman en un frente de casi medio kilómetro (…). Un poco más adelante las cataratas de Tis Isat se muestran por fin en toda su espectacularidad, con sus resoplidos de bruma blanca que le dan nombre. Lo primero que llama la atención es que no hay barandillas ni catalejos, ni siquiera unas rudimentarias losas para estabilizar el terreno.
Y yo camino por un sendero que está envuelto de verde. Escucho ya el ruido del agua. De pronto, tras un recodo, se abre el cielo y bajo él un río y bajo el río unas rocas por las que se desploma el agua. Es época seca, pero el caudal es aún imponente. La imagen es salvaje, bella. Siento la emoción propia que se siente al llegar a los lugares especiales. “Ha merecido la pena cruzarme África para ver este sitio”, siento. Andamos, miramos, fotografiamos. Hay un primer salto de doble cascada y un segundo, más grande, en redondo, que es aquel que cuenta Coarasa que escupe humo. Hoy sí hay un puente, que Yohanes me dice que es de reciente construcción y que cruza al otro lado y permite bajar hasta la misma poza de agua.
Empapado por la lluvia, silenciado por el atronador bramido de las aguas
Y dice Coarasa que “empapado por la lluvia, silenciado por el atronador bramido de las aguas, uno puede hacerse a la idea de lo que sintieron los primeros europeos que visitaron el lugar.
Y yo sumo a esa lista la del autor del libro que me trajo aquí. Y entonces, como llevé conmigo su libro desde Maputo y el viaje lo hago con el conductor que Coarasa también utilizó y me ha recomendado, decido rendir un homenaje a mi amigo. Y saco de la mochila su manuscrito y le digo a Yohanes que pose con él bajo las cataratas que nos empapan débilmente. Y luego lo sujeto yo. Y de alguna manera rindo homenaje a las palabras honestas y a los textos bien contados que me enseñaron un país en el que nunca había estado. Y debía venir aquí este libro porque aquí nació. Y Yohanes, con el que en tres días hice una fuerte amistad, se quita la cruz copta que lleva en su pecho y me la regala con la naturalidad que da la alegría. Y yo le doy un abrazo que no paga su gesto. Y abrazo también a Francesca que celebra hoy su cumpleaños y no ha dicho una palabra de queja pese a que nos volvemos para Johannesburgo a realizar mi trabajo (había muerto Mandela). Y nos reimos todos por inercia, por sencillo, por viaje. Y me acomodo un segundo sobre una roca húmeda con Ricardo que a miles de kilómetros no sabe nada de un lector que se acercó hasta allí con su obra y que comparte una lejana felicidad.