Papúa y su arcano séquito

He ojeado el adjetivo “remoto” en el diccionario de la R.A.E y figuran tres acepciones. La primera está referida a la distancia del objeto que califica, la segunda a la verosimilitud del acontecimiento que describe y la última está relacionada con el olvido. La “remota” provincia “West Papua”, cumple a la perfección las tres acepciones.

He ojeado el adjetivo “remoto” en el diccionario de la R.A.E. y figuran tres acepciones. La primera está referida a la distancia del objeto que califica, la segunda a la verosimilitud del acontecimiento que describe y la última está relacionada con el olvido. Dicho esto, en la Indonesia más oriental, la “remota” provincia “West Papua”, cumple a la perfección las tres acepciones que el infalible diccionario ofrece; es enorme la distancia que nos separa de ella, y un lugar casi inverosímil al igual que olvidado.

Pensarás que “West Papua” y España apenas tienen algo que ver pero no es del todo cierto. Carlos I, quien usó en su escudo de armas el lema “PLUS ULTRA” y que hoy hereda el escudo de nuestra bandera, dominó, junto a los portugueses, aquella “remota” región, hasta que los holandeses nos la arrebataron durante la Guerra de los 80 años.

Indonesia es un país independiente y muy heterogéneo, compuesto por más de 17500 islas. Creo que su nombre es muy acertado ya que “Indus” es India en latín, y “Nesos” isla en griego. Ahí conviven cerca de 245 millones de personas, la mayoría musulmanes. “Seabird´s Head”, cabeza de pájaro en inglés, es una península que se ubica al oeste de la isla de Papúa, una de esas 17500, y recibe ese nombre porque su dibujo en un mapa tiene la forma de una cabeza de ave. Creo es la de un pollo, así que la rebautizaría como “Chicken´s Head”, pero como mi ego no llega hasta ese límite, lo dejaremos como está.

La “remota” provincia “West Papua”, cumple a la perfección las tres acepciones que el infalible diccionario ofrece; es enorme la distancia que nos separa de ella, y un lugar casi inverosímil al igual que olvidado.

Hoy surco estos mares a bordo de un “phinisi”, palabra indonesia que describe a un tipo de barco de carga de fabricación local, llamado Seahorse. Está bien remodelado para albergar a 12 pasajeros y 7 tripulantes. Es azul como el mar que lo ve navegar y blanco como las nubes que nos protegen de un sol ecuatorial e inclemente. El dueño es Txus, un bilbaíno, nacido en Lekeitio, un precioso pueblo pesquero en Vizcaya, que un buen día descubrió que mejor era su vida si “anclaba” parte de ella a este lugar.Habla el idioma local, indonesio, con la fluidez propia de una lengua materna, así que parte del ser de mi nuevo amigo Txus, no me cabe duda, es de estas latitudes. Él me explicó en un mapa en el puente de mando que en el pico de esa supuesta ave-península, está Raja Ampat, que traducido a nuestro idioma significa “Los Cuatro Reyes”: Waigeo, es el monarca septentrional, Batanta y Salawati, sus altezas centrales y Misool, el meridional.

He venido con unos amigos a bucear y en el Seahorse nos hemos encontrado con una tripulación de 7 personas desconocidas para todos nosotros y dos ingleses, “David and Debbi”, reconocidos fotógrafos submarinos. Antes de nada me gustaría explicaros que bucear es lo más parecido que existe a sentir la ingravidez del espacio sin gastarte una fortuna en ello. Debes controlar la cantidad de aire que hay en tu chaleco y algunos pocos parámetros más para no subir ni bajar, sino conseguir que flotes de manera neutra en la profundidad que te interese, mientras respiras gracias a un regulador conectado a una botella con aire. Si a eso le añades una corriente marina a tu favor, entonces te diré que es lo más parecido a volar.

Ahora imagínate en esa situación tan ajena a nuestra vida cotidiana y súmalo al mundo del mejor creador y diseñador que jamás conociste y que es la Naturaleza, si eres capaz de ello estás a punto de conocer el sabor de un viaje a Raja Ampat.

Intuyo que no sólo hay islas por explorar, sino que dentro de ellas habrá cuevas arcanas, con sus cámaras góticas, aguardando pacientes a que alguien se atreva a desvelar sus secretos.

Formado principalmente por “Los Cuatro Reyes”, su corte y séquito se componen de cientos de islotes y rocas que emergen agrestes sobre la superficie marina y poseen rincones novelescos y bahías donde puedes imaginar con precisión un barco pirata escondiendo su preciado tesoro. Agrestes porque todas las islas son de modelo cárstico, es decir, hechas de piedra caliza. Quien sepa de lo que estoy hablando, tendrá en su mente la imagen de formaciones rocosas moldeadas por la inexorable erosión de agua y viento que combinados, han ido esculpiendo con el tiempo miles de cuchillas y cientos de recovecos. Éstos quedan a la vista cuando la selva y el océano se dan una tregua de unos cuantos metros, aunque en Raja Ampat casi siempre ambos van cogidos de la mano. Así que intuyo que no sólo hay islas por explorar, sino que dentro de ellas habrá cuevas arcanas, con sus cámaras góticas, aguardando pacientes a que alguien se atreva a desvelar sus secretos.

Durante doce días abordo del gran amor de Txus, compartimos no solo lugares comunes sino vivencias pasadas, proyectos futuros y experiencias submarinas actuales. Con cada inmersión nos convertimos en analistas provisionales de un mundo diferente. Cada vez que volvemos en el bote auxiliar de aluminio, que a modo de satélite nos ayuda a llegar donde el Seahorse no alcanza por su calado, nos agolpamos entre los libros de biología marina que Txus tiene en la biblioteca de su salón mientras entusiasmados nos atropellamos los unos a los otros contándonos nuestra propia aventura. El tiburón que vio uno, el pez multicolor que acechó a otro, el coral que majestuoso impidió el acercamiento por su picadura ágil, la manta raya gigante, el banco esférico de barracudas avistado, la mesa de juego hecha de coral duro, la pachorra con la que nada el Napoleón, la guardería de tiburones de punta blanca, el pulpo maravilla, el endémico tiburón andarín…

Si te adentras en el profundo azul encuentras bosques enteros de árboles abanico, inmensas peinetas con perforaciones milimétricas en toda su superficie, flores del tamaño de un humano.

En este prístino lugar, encuentras relaciones amistosas, quizás amorosas, entre protagonistas donde en otros sitios no se harían ni caso. Ya os dije que selva y océano van de la mano, pero no os conté que algunos rincones de este singular paraíso están bajo la custodia de altísimos gigantes de piedra que impiden la conquista de muchas islas más allá de lo que el coral pulverizado, que no arena blanca, marca como playa. Corales y manglares departen charlas de quién se queda con qué lugar. Los primeros son el sustento, y los brazos sumergidos de los segundos, el refugio de una biodiversidad única en el mundo submarino que vive cerca de la superficie. Porque si te adentras en el profundo azul, siempre con la referencia de cualquier arrecife, encuentras bosques enteros de árboles abanico, inmensas peinetas con perforaciones milimétricas en toda su superficie, flores del tamaño de un humano, superficies puntiagudas que bien podrían ser el lugar de descanso idóneo para un faquir, arbustos rígidos, ramas, muchas ramas, algunas con lo que en nuestro mundo llamaríamos hojas, otras, que las tendrán caducas, muestran las vergüenzas de lo que en otro momento del año será frondoso, y todo ello formado por coral de distintas texturas, formas y sobretodo colores, tanto simples como combinados. Casi cada coral tiene un diminuto cangrejo, o un caballito de mar, una gamba o un pequeño pez a juego a modo de “complementos” , por lo que si publicaran en prensa que Jean Paul Gaultier, John Galliano, o Donatella Versace, fueron en esta u otra vida buceadores y que en Raja Ampat encontraron sus fuentes de inspiración, lo habría sabido de antemano. Lo mismo opino de James Cameron y su excéntrico Avatar.

En este mundo de fantasía donde se vuela y se ven cosas difíciles de explicar, entiendes a la perfección lo acertada que estuvo la comunidad científica cuando descubrió que toda la vida en la Tierra salió de los océanos. La incalculable variedad que encuentras en un lugar como éste, sin duda es debido a que nos llevan cientos de millones de años de ventaja en la evolución de la vida, y eso testifica la exuberancia “real” de este peculiar archipiélago monárquico.

 

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