Omán, charlando de Osama en la Clave de Bóveda

Un paisaje árido, propio de la península arábiga, engulle cualquier atisbo de vida vegetal o animal, y las aguas del Golfo Pérsico que bañan esas costas, a poca distancia cambian de dueño para pasar a ser las del Golfo de Omán.



Seguro que en alguna de las peliculeras salas de la sede central de la CIA, ubicada en Langley, Virginia, hay algún oficial comentando los movimientos actuales de sus espías sobre un mapa electrónico en el que el Estrecho de Ormuz (él dirá: “Ormuz Straight”) es el centro de todas las atenciones.

Si la foto que tiró el avión no tripulado (drone) al escanear el área, la hizo el dos de diciembre del 2011, a mi me pillaron con un pescador de la pequeña aldea de Khasab. Aquel sitio era tan sorprendente que mi vista no paraba quieta, aunque confieso que, por si acaso, nunca miré hacia arriba a propósito, no fueran a preguntarse en la Central, quién era ese tío tan guapo que no paraba de hablar con los lugareños.

La aduana omaní carecía de cualquier atisbo de tecnología punta, es más, siguen escribiéndote el número de visado a mano en tu pasaporte

Llegué al Sultanato de Omán después de recorrer 3 horas en coche desde Dubai. La aduana omaní carecía de cualquier atisbo de tecnología punta, es más, siguen escribiéndote el número de visado a mano en tu pasaporte. Un paisaje árido, propio de la península arábiga, engulle cualquier atisbo de vida vegetal o animal, y las aguas del Golfo Pérsico que bañan esas costas, a poca distancia cambian de dueño para pasar a ser las del Golfo de Omán. En el cabo de la península de Ramsadan, donde vive el “notario” que certifica el ya explicado cambio de titularidad geográfica, un pequeño territorio omaní separado del resto del país, controla aquel cuello de botella estratégico.

Las distintas Agencias de ¿Inteligencia? tienen muchos de sus infinitos ojos y oídos puestos en este lugar. ¿El motivo? por ese angosto paso marítimo (entre cien y sesenta kilómetros de ancho) circula aproximadamente el cuarenta por ciento de la producción petrolífera mundial.

Además me explicaron que los tráficos marítimos, incluidos los portaaviones americanos, que entran al inestable Golfo Pérsico siempre lo hacen por aguas iraníes, ¡sorpresa!, y salen por las omaníes. Así que es decisiva y ceñida carretera de agua tiene dos carriles delimitados por una línea longitudinal a modo de boulevard.

Teniendo en cuenta la importancia que el “oro negro” tiene en la incensante búsqueda de energía, no me equivoco al llamar a ese pasillo geológico, “la clave de bóveda mundial”

 “Contrabando iraní Nacho, mira al frente y no les hagas fotos”

Yo era ajeno a todo eso ya que fui allí a mezclarme con sus gentes y a ver la fauna que escondía aquel tesoro. Y así fue. Ramsadan es un lugar inesperado del todo, ya que hasta ese momento pensé que sólo había fiordos en las esquinas del Mundo; Noruega, Alaska, Argentina, Chile y Nueva Zelanda, pero no en la península arábiga, es decir, en el corazón del mapamundi.

Conocí a Ahlid, un pescador que por muy poco dinero me ofreció fruta y un paseo por los desconocidos fiordos de Musandam. Acepté sin reparo y conseguí las fotos más bonitas que hasta el momento he hecho de algún delfín, además de comer una sepia cazada y cocinada con un adobo exquisito, por el que fue un ex-capitán y jefe de un grupo operativo de buzos del ejército omaní. Hablamos de mil cosas, incluso hicimos apnea para ver, a unos 12 metros de profundidad, un avión hundido después de chocar con las paredes de aquellas moles en un peligroso vuelo nocturno a baja cota.

Al atardecer y cuando volvíamos a puerto, decenas de lanchas con potentes motores fuera borda llevaban rumbo opuesto al nuestro además de enormes bultos cubiertos por telas y cuerdas. “Contrabando iraní Nacho, mira al frente y no les hagas fotos”, me ordenó. ¡Novelesco!

Desde el s.VII a.c hay piratas por la zona y vi que la actividad seguía en auge después de tantos años.

Terminé en el zaguán de su casa, sentados en el suelo y sobre cojines, tomando unos dátiles y té omaní, mientras jugueteábamos con sus dos hijos y hablábamos de Osama Bin Laden.

Terminé en el zaguán de su casa, sentados en el suelo y sobre cojines, tomando unos dátiles y té omaní, mientras jugueteábamos con sus dos hijos y hablábamos de Osama Bin Laden. ¿Qué más podía pedir?, a lo mejor que me enseñara el resto de su casa. Lo hice. Pero me explicó que dado que la mujer en el hogar no lleva su niqab, ese era motivo más que suficiente para no poder verla.

Me enseñó fotos de su boda y me habló de toda su familia al igual que de su sultanato y del vecino emirato. Me contó que un emiratí nunca se mezclará con un expatriado. Los lugareños tienen enormes privilegios, el más sorprendente es el poder visitar al Emir una vez al año y plantearle los problemas económicos que le atormenten. Aluciné. ¡Fallas en la inversión realizada, o tienes falta de liquidez, y posees derecho a audiencia de tu “señor” para ver qué se puede hacer al respecto!

Cobran más que un extranjero al realizar la misma función, y sus contratos laborales están blindados por ley.

En aquella cultura observé que se cultiva mucho más el aspecto “familiar” que lo que encontramos en nuestro plural mundo occidental, aunque eso lo hagan con hermetismo.

Me explicó que fue un ferviente seguidor de Osama, pero que descubrió que había sido un gran farsante creado por Estados Unidos. Que un buen hombre musulmán nunca puede llevar oro encima, excepto el día de su boda, ya que ese metal precioso quema el alma del buen creyente. Bin Laden siempre llevaba un anillo dorado. Sin embargo cuanto más oro tenga tu mujer más contento estará Dios.

Un buen adorador de Alá nunca miente, así que teñirse el pelo es un síntoma de querer engañar sobre la edad que uno tiene. Le pregunté si no valía ni por el hecho de que quisiera esconderse de sus captores, y Ahlid, que además de su preparación militar, había estudiado teología durante cinco años, respondió ¡NO! con la autoridad de un sabio enfadado.

Hablamos de amor, odio y terrorismo, por supuesto del que viene de un lado y del que viene del otro.

Charlamos de por qué cristianos y musulmanes nunca podrán compartir un plato.

Charlamos de por qué cristianos y musulmanes nunca podrán compartir un plato. Aquel pescador de piel oscura y barba poblada me contó que mientras no santifiquemos a los animales antes de matarlos para ser consumidos, ni él, ni ninguno que comparta su fe lo probará. Le quise entonces sorprender al comentarle que no me imaginaba a su familia comiendo del mismo cordero en una mesa judía, cuando éstos sí practican ese ritual. Él me contestó que esa apreciación era cierta a la vez que puñetera, nunca supe cómo se dice “puñetero/a” en inglés, pero la manera que tuvo de fruncir el ceño, encender su ojos oscuros, y contraer los mofletes, era una manera cristalina de expresar aquel adjetivo. Para que yo entendiera la pelea eterna entre dos hermanos, así los llamó, necesitaría no un té, ni dos, sino una semana entera faenando con él.

Si hubiera tenido tiempo, sin duda me habría quedado durmiendo sobre aquella alfombra. Me sentía en casa, y eso que estaba en uno de esos sitios en los que pocos recomiendan estar, y preguntando aquellas cosas que nadie quiere que preguntes.

Así es el espíritu de todos los que escribimos en VaP. Me atrevo a decir que buscamos que cualquier mundo, por ajeno que te parezca, esté cerca de ti, rompiendo todas las barreras que podamos quebrar, incluso aunque aviones no tripulados nos sobrevuelen, o mil espías nos observen.

 

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