En Sudán el desierto se alarga hasta donde no hay voz. La libertad pesa como el mármol y las gentes, ante tanto desconcierto, permanecen ancladas a sus buenas costumbres. Esas en las que la educación marca que hay que ser generoso con el extranjero y que obligan a mirar a los ojos para despedirse.
En Sudán el desierto se alarga hasta donde no hay voz. La libertad pesa como el mármol y las gentes, ante tanto desconcierto, permanecen ancladas a sus buenas costumbres. Esas en las que la educación marca que hay que ser generoso con el extranjero y que obligan a mirar a los ojos para despedirse.
En Sudán el desierto se alarga hasta donde no hay voz. La libertad pesa como el mármol y las gentes, ante tanto desconcierto, permanecen ancladas a sus buenas costumbres. Esas en las que la educación marca que hay que ser generoso con el extranjero y que obligan a mirar a los ojos para despedirse.
En Sudán el desierto se alarga hasta donde no hay voz. La libertad pesa como el mármol y las gentes, ante tanto desconcierto, permanecen ancladas a sus buenas costumbres. Esas en las que la educación marca que hay que ser generoso con el extranjero y que obligan a mirar a los ojos para despedirse.
En Sudán el desierto se alarga hasta donde no hay voz. La libertad pesa como el mármol y las gentes, ante tanto desconcierto, permanecen ancladas a sus buenas costumbres. Esas en las que la educación marca que hay que ser generoso con el extranjero y que obligan a mirar a los ojos para despedirse.
En Sudán el desierto se alarga hasta donde no hay voz. La libertad pesa como el mármol y las gentes, ante tanto desconcierto, permanecen ancladas a sus buenas costumbres. Esas en las que la educación marca que hay que ser generoso con el extranjero y que obligan a mirar a los ojos para despedirse.
En Sudán el desierto se alarga hasta donde no hay voz. La libertad pesa como el mármol y las gentes, ante tanto desconcierto, permanecen ancladas a sus buenas costumbres. Esas en las que la educación marca que hay que ser generoso con el extranjero y que obligan a mirar a los ojos para despedirse.
En Sudán el desierto se alarga hasta donde no hay voz. La libertad pesa como el mármol y las gentes, ante tanto desconcierto, permanecen ancladas a sus buenas costumbres. Esas en las que la educación marca que hay que ser generoso con el extranjero y que obligan a mirar a los ojos para despedirse.
En Sudán el desierto se alarga hasta donde no hay voz. La libertad pesa como el mármol y las gentes, ante tanto desconcierto, permanecen ancladas a sus buenas costumbres. Esas en las que la educación marca que hay que ser generoso con el extranjero y que obligan a mirar a los ojos para despedirse.
En Sudán el desierto se alarga hasta donde no hay voz. La libertad pesa como el mármol y las gentes, ante tanto desconcierto, permanecen ancladas a sus buenas costumbres. Esas en las que la educación marca que hay que ser generoso con el extranjero y que obligan a mirar a los ojos para despedirse.
Previous Image
Next Image
info heading
info content
En Sudán el desierto se alarga hasta donde no hay voz. La libertad pesa como el mármol y las gentes, ante tanto desconcierto, permanecen ancladas a sus buenas costumbres. Esas en las que la educación marca que hay que ser generoso con el extranjero y que obligan a mirar a los ojos para despedirse. Siempre encontré allí un gesto amable, una oferta sincera y un camino que seguir. Me entusiasmó Sudán y me pareció, como tantas cosas, que en el conocimiento de esta tierra se diluyeron los fantasmas de tierras extremas y religiones duras con los otros. No en esta bellísima tierra, no en esta pueblo. Sudán es un cuento sin principio ni fin.