En Sudán el desierto se alarga hasta donde no hay voz. La libertad pesa como el mármol y las gentes, ante tanto desconcierto, permanecen ancladas a sus buenas costumbres. Esas en las que la educación marca que hay que ser generoso con el extranjero y que obligan a mirar a los ojos para despedirse. Siempre encontré allí un gesto amable, una oferta sincera y un camino que seguir. Me entusiasmó Sudán y me pareció, como tantas cosas, que en el conocimiento de esta tierra se diluyeron los fantasmas de tierras extremas y religiones duras con los otros. No en esta bellísima tierra, no en esta pueblo. Sudán es un cuento sin principio ni fin.
Etiopía, en diez imágenes
El norte enseña su historia con la frente alta, sabedor de que sus reyes fueron grandes y de que su historia es hermosa. El sur es primtivo, sus tribus son ancestrales, detenidas en el tiempo. Las gentes de Etiopía, las tres veces que allí estuve, me parecieron pícaras, canallas, generosas, cultas y con demasiado peso en sus miradas. Había una cierta tristeza, un campo callado y unas ciudades vivas y libres.