(...) Estábamos dentro de una habitación cerrada y oscura. Incrédulo le miré y le propuse la intermediación de un presidente americano. “¿De cuál de ellos estamos hablando?”, preguntó con un palillo asomando entre los dientes. “¿Qué tal Andrew Jackson?”, sugerí. “No, ese no me vale, mejor Ulisses. S Grant”. Y así fue como el presidente cuyo rostro aparece en los billetes de cincuenta dólares me ayudó a cruzar.