Libia: un encuentro con «los chicos» de Gadafi

Por: Miquel Silvestre (texto y fotos)
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La Libia de Gadafi es un país de difícil entrada para los viajeros, pero al estar situado como enorme gozne entre Oriente Medio y el Magreb, resulta paso obligado para aquellos que recorren la orilla sur del Mediterráneo. El visado de tránsito es de muy difícil obtención, mientras que el turístico, mucho más sencillo, obliga a ir con un guía, que en mi caso, viajará en su propio coche mientras yo cruzo el país en moto para intentar regresar a casa después de visitar Mesopotamia y Persia.

En la frontera pasan mi mochila por un scanner pero no se dan cuenta de que llevo cuatro latas de cerveza egipcia. El alcohol está absolutamente prohibido en uno de los países de más rígido islamismo. Lo primero que me llama la atención al parar en la primera gasolinera es lo barato que resulta todo. El dinero del petróleo subvenciona una economía de la indolencia. Los que construyen las carreteras que surcan el desierto o levantan los edificios de la nueva Libia son inmigrantes de Níger.

Trípoli. La ciudad está limpia, reluciente de dinero petrolífero. La más aseada de cualquier ciudad árabe que haya visitado antes. Es la megalópolis de Gadafi, quien vigila desde los carteles. El líder es piloto, abuelo, general, beduino. Incluso anuncia Libiana, la compañía telefónica. En el hotel encuentro un grupo de africanos invitados por el gobierno libio para una reunión que promueve el panarabismo africano, del cual Gadafi aspira a ser cabeza visible.

En mis viajes he aprendido que los hay dos tipos. Aquellos que obedecerían sin dudar la orden de matarme en la parte trasera de la comisaría, y aquellos que denunciarían a su superior.

En el restaurante del hotel, el mozo tiene puesta en la televisión imágenes de la peregrinación a la Meca. Una blanca multitud da vueltas a un mausoleo negro. Anoche, los empleados veían una película americana de violencia y sexo subtitulada al árabe. La pantalla ofrece un repertorio insólito. Videos musicales para todo Oriente Medio de cantantes provocativas, tipos duros cantando rap en árabe enseñando los calzoncillos; programas de coches deportivos en los que un tipo con inmaculada chilaba los pone a 200 en el circuito de Bahrein; la propaganda de Al Jazira y los versículos coránicos. ¿Cuál es el alma real de estos países?

Las columnas de humo de los pozos tiznan un cielo poco protector que cobija rebaños de camellos e incontables controles policiales. Hablando de policías. En mis viajes he aprendido que los hay dos tipos. Aquellos que obedecerían sin dudar la orden de matarme en la parte trasera de la comisaría, y aquellos que denunciarían a su superior. Los suizos que me pusieron la multa más alta de mi vida son de esta última clase. La práctica totalidad del resto de agentes de la ley con los que me relaciono, pertenecen a la primera. Pero hoy he de incorporar una nueva categoría: la del que esta deseando recibir esa orden.

Los policías libios saben que delante o detrás de mí ha de ir el guía puesto que no puedo viajar solo. No me tienen que dar el alto a mí sino a él. Atravesamos un pueblo y un tipo me hace señales desde un viejo coche. No paro porque aquí todo el mundo me saluda. Me sigue entonces a toda velocidad. Ya sé que es policía. Recuerdo las normas y no me detengo. No quiero perder a mi cicerone. Al salir de la ciudad habrá un control donde nos pararan a todos y mi guía podrá explicar que no soy una amenaza para el régimen. Llegando al check point aparece el auto con el copiloto hecho un basilisco por mi desobediencia. Vestido de camuflaje, con la camiseta muy ajustada, pelo muy corto y engominado, gafas de espejo. Empuja y zarandea, me obliga a descabalgar con malos modos, exige el pasaporte. Le acompaña un tipo vestido de civil. Imagino que este par de Torrentes del desierto han visto pasar mi moto delante de sus narices y han alucinado. Seguro que ese occidental tan discreto es un agente internacional. Por fin un caso importante, se acabaron las redadas de ladrones de camellos.

El tipo está eufórico, blande mi pasaporte, habla a gritos, exhibe orgulloso su trofeo. Le sigo con calma. Es cuestión de minutos que regrese el guía. Cuando lo hace, todo cambia de color en segundos. Ya  no soy un agente internacional. Solo un turista y el tipo de uniforme un metomentodo que debería saber que no se debe molestar aleatoriamente a los extranjeros. Al final, el tipo duro me devuelve el pasaporte y yo le regalo una de mis sonrisas más hirientes. Esas sonrisillas que hacen desear a un policía de república datilera recibir la anhelada orden de descerrajar dos tiros a un maldito occidental.

P.D. Si quieres ver un video de este viaje pincha aquí http://www.exploramoto.com/index.php?news=2443

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Comentarios (6)

  • ana

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    Y pensar que los libios no tienen un guía que los proteja de esa prepotencia y la parte de atrás de una comisaría… No extraña nada lo que está pasando.

    Su artículo no tiene precio, Sr. Silvestre.

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  • Javier Brandoli

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    Es un lujo tenerte en VaP Miquel. Felicidades. Me divierto editándote y leyéndote. Da gusto abrir nuestra revista y ver este reportaje.
    Fdo: uno de los dos ideólogos de VaP convertido en lector.

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  • Miquel Silvestre

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    Gracias a ambos. El lujo es estar aquí. Pero Ana, por favor, no me trates de usted, se me hace raro.

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  • R

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    Enhorabuena una vez mas. Tus articulos nunca dejan indiferente, siempre aportan algo. Este tambien.

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  • ana

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    Tomo nota!

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  • Jose Luis de la Cera

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    Hola Miguel, me encantan tus viajes y especialmente como los narras. Una pregunta, ¿como se puede contratar ese guia?¿y pasar a egipto?, estoy empezando a preparar un viaje de tunez a egipto, te agradeceria la informacion que pudieras pasarmemuchas gracias, un abrazo y cuidado por esos mundos de dios.

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