Cementerio de Arlington: the american way of death

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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[tab:el viaje]

Los pueblos tienen formas de vivir y, también, de morir. Basta con darse una vuelta por sus cementerios. El de Arlington es muy revelador del alma americana, siempre orgullosa de su patriotismo y sus héroes. Los nombres de los 300.000 caídos, huérfanos de historias, aturden al visitante. Pero sus lápidas están pulcramente alineadas entre praderas de césped cortado al milímetro, a la sombra de árboles centenarios y con unas vistas nada despreciables. La muerte también puede ser confortable. Es el american way of death.

Arlington es de esos lugares que, antes de poner un pie en ellos, ya se te han colado cientos de veces en el salón de tu casa a través de la televisión. Viendo sus praderas de tumbas en formación, muchos descubrimos que había otra forma de enterrar a los muertos, más apacible y menos lúgubre, que los deprimentes nichos de nuestros camposantos y los suntuosos panteones empeñados en marcar distancias hasta en la muerte, que a todos nos iguala.

Había visto sus hileras de lápidas trazadas a cordel sobre la hierba fresca, la sencillez del evangelio, “en verdes praderas me haces reposar”, en una palabra. Por eso, en mi fugaz visita a Washington tenía más interés en acercarme a Arlington que en pasear junto al Capitolio.
En los últimos meses, Arlington, quizá el cementerio más famoso del mundo, ha saltado a la palestra por un motivo insospechado: la insólita chapuza de sus gestores para identificar correctamente a algunos de sus “huéspedes”. Resulta que una investigación del Senado estadounidense ha destapado que 6.000 cuerpos están incorrectamente identificados (hasta ahora se pensaba que sólo poco más de 200 eran anónimos). Los veteranos de guerra pusieron su grito en el cielo. Semejante afrenta a la memoria de los muertos en un país, ya se ha apuntado, orgulloso de sus caídos, se llevó por delante a la cúpula directiva del cementerio, encabezada por John Metzler, que llevaba en el cargo casi veinte años. El tal Metzler no había dado el salto a la era digital y los archivos seguían llevándose exclusivamente en papel. Intentar poner orden en un cementerio con siglo y medio de muertos a sus espaldas con cuadernos de cuadrículas era pedir demasiado.

Me siento como si me hubiesen dejado colarme unos minutos en los fotogramas de una de esas películas de guerra en las que los héroes siempre terminaban con un solemne funeral en Arlington

Caminar por los pulcros senderos que recorren el cementerio culebreando entre el mar de tumbas, dejando atrás lápidas con historias que nunca conoceremos, te diluye en esa inmensidad de vidas anónimas, como la mía, como la vuestra, que tarde o temprano seguirán el mismo camino del olvido. Una bofetada de fatalismo, vamos. Me siento como si me hubiesen dejado colarme unos minutos en los fotogramas de una de esas películas de guerra en las que los héroes siempre terminaban con un solemne funeral en Arlington. Me pregunto, a la vista de tanta tumba abigarrada, si queda suficiente terreno para acoger a más muertos. Sergio, nuestro guía, le augura unos pocos años más de vida (qué raro suena oír hablar de vida rodeados de tanta muerte).

Pese a que lleva 14 años viviendo en Estados Unidos, Sergio sigue añorando su querida tierra chilena. Y tanto soldado muerto le despierta el discurso antibelicista.
-No quiero que mis hijos vayan a morir a una guerra que ni nos va ni nos viene…- susurra como si temiese faltar al respeto a tanto héroe que, quizá, también se dejó la vida a miles de kilómetros de casa en una contienda que le importaba un comino.

Natural de la patagónica Punta Arenas, se le ilumina la cara cuando le cuento que el año pasado estuvimos en la Patagonia. Entonces le brota un acento chileno acallado hasta ese momento y su sonrisa restalla como si estuviese a los pies de las mismísimas Torres del Paine. Incluso recita a Neruda con nostalgia, unos versos rotundos que tiñen por unos segundos de vitalidad el camposanto.

Entre tantos miles de enterramientos, sólo unos pocos se salvan del anonimato de los hombres corrientes. John, Robert y Jacqueline Kennedy concitan todas las miradas. Qué fastidio no poder tener un poco de intimidad ni siquiera muerto. El hermano de los dos primeros, Ted, también está enterrado en el mismo lugar desde agosto de 2009. Pero dentro de su sencillez, sin duda las que más boato desprenden son las del matrimonio Kennedy, situadas a los pies de una colina de un verdor insultante, coronada por Arlington House, el memorial levantado en recuerdo del general confederado Robert E. Lee, a quien el Gobierno norteamericano tuvo que pagar 150.000 dólares, finalizada ya la guerra civil, para quedarse con los 624 acres del cementerio, el doble que Central Park. No había sitio suficiente para enterrar a tantos soldados.

Me viene a la cabeza la contundente y lacónica frase del gran Ionesco. La historia de la Humanidad se puede escribir en un papel de fumar, decía: “Nacieron, sufrieron y murieron”

Frenta a sus lápidas arde una llama eterna como la que honra la tumba del soldado desconocido en París, un capricho de Jacky, la viuda de América. Una cadena de hierro impide acercarse más. A unos metros, están esculpidas un puñado de frases grandilocuentes de Lennon, Ghandi y otros prohombres que murieron imaginando un mundo mejor, incluido el propio Kennedy (la célebre “No penséis qué puede hacer América por vosotros, sino qué podéis hacer vosotros por América”, entre ellas). Las piedras de granito que rodean las lápidas también arrastran una carga simbólica: proceden de la residencia familiar de los Kennedy en Cape Cod, Massachusetts, y fueron seleccionadas una a una por los miembros del clan más famoso de la política estadounidense.

Me despido de Arlington paseando en solitario por uno de sus pulcros senderos, leyendo los nombres de algunos de los jóvenes soldados caídos, cada uno con sus historias de ilusiones y decepciones a cuestas, lamentablemente anónimas. Se fueron antes de empezar a vivir. Me viene a la cabeza la contundente y lacónica frase del gran Ionesco. La historia de la Humanidad se puede escribir en un papel de fumar, decía: “Nacieron, sufrieron y murieron”. Un epitafio más que certero para muchos de estos héroes a los que ya sólo les resta la confortable escenografía de esta muerte preñada de honores y respeto, el peculiar american way of death.

[tab:muy recomendable]
Si se quiere completar este recorrido por la memoria de los héroes de los Estados Unidos es interesante acercarse a ver la estatua que homenajea a los marines, representados por cinco soldados izando la bandera de las barras y estrellas en el monte Suribachi, en Iwo Jima, uno de los indudables iconos de la simbología patriótica de este país.

Además, el memorial en recuerdo de los caídos en la dolorosa guerra de Vietnam, junto al National Mall, sobrecoge con sus miles de víctimas grabadas en un interminable muro, la Pared del Vietnam, que perpetúa la admiración hacia unos compatriotas que se dejaron la vida en la derrota más dolorosa de la historia bélica de EE UU.
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Comentarios (6)

  • Noeli

    |

    Buenos días Ricardo,

    Me ha encantado tu post, escribes realmente bien.
    Sin haber estado nunca en Arlington, parece que he sentido la sensación de estar en él.
    Está claro que los americanos tienen otro concepto diferente al nuestro respecto a los enterramientos y descansos varios despues de la muerte…
    Un saludo

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  • ricardo

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    Gracias Noeli, el aliento de los lectores es nuestra principal recompensa en VaP. No dejes de visitarlo si te acercas a Washington, realmente merece la pena. Un saludo

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  • Noeli

    |

    De nada Ricardo, tengo enlazada vuestra página en mi blog, asi enseguida me entero de nuevas entradas.
    Estoy muy contenta con este descubrimiento…es el mejor viaje sin poder viajar 😉

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  • ricardo

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    Ese es el mejor elogio que se puede hacer a VaP, pero la intención de los que hacemos esto es incitaros a viajar, a ver el mundo con la curiosidad alerta, sea a una hora de casa o a un dia de vuelo. Nunca debemos renunciar a hacer las maletas. A veces es mas caro quedarse que irse (economica y emocionalmente)

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  • Noeli

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    No te preocupes Ricardo…que a viajar yo no renuncio nunca!! jajajajjaa
    Pero al menos cuando estás en casa, te ayuda a imaginar…o incluso, yo diria que leer estos artículos motiva/incita a marcharte!!
    Emocionalmente…siempre es más caro quedarse (para mi); economicamente…depende de como suelas vivir o como suelas viajar (según quien lo mire).
    Un saludo

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  • MereGlass

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    Antes eludía los cementerios como si tuvieran algo de siniestro, ahora los veo como lugares tranquilos donde el silencio es hermoso y se respira mucha paz, entonces te das cuenta de que «la vida es un ratico» como la canción… y no hay tiempo para mirar atrás. Personalmente me merecen bastante más respeto las tumbas de esos ingenuos soldados que dieron su vida por 4 ideales y 1 bandera que las de tanta celebridad. Saludos.

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