El viaje
“El primero de septiembre (de 1730) entre las nueve y las diez de la noche la tierra se abrió de pronto cerca de Timanfaya a dos leguas de Yaiza. En la primera noche una enorme montaña se elevó del seno de la tierra y del ápice se escapaban llamas que continuaron ardiendo durante 19 días”. Quien así habla es el cura de Yaiza, Andrés Lorenzo Curbelo, testigo directo de las violentas erupciones volcánicas que cambiaron la fisonomía del sur de Lanzarote durante nada menos que seis largos años.
Sobre las entrañas de esos gigantes dormidos me dispongo a realizar una caminata insólita, por senderos que se abren paso entre el mar de lava petrificada, un horizonte desolador que la mano del hombre, sorprendentemente, ha sido capaz de conservar prácticamente intacto. Es lo último que uno se espera cuando emprende unas vacaciones familiares de sol y playa, así que vengo de todo menos preparado para una excursión de este tipo. Por supuesto, ni rastro de unas botas de montaña. Me tengo que conformar con unas zapatillas, ni siquiera deportivas. Los calcetines también se quedaron en Madrid. Con esa pinta de dominguero imprudente a cuestas, me sumo al grupo guiado por Marcelo, de Canary Trekking, una empresa lanzaroteña pionera en ofrecer a los visitantes esta perspectiva distinta de la isla. Soy el único español, así que las explicaciones, inevitablemente, son en inglés.
La mayoría de los turistas que aterrizan en Lanzarote visitan el Parque Nacional de Timanfaya, con su impresionante ruta de 14 kilómetros por el corazón de las erupciones. ¿Cuál es la diferencia? El visitante no puede echar pie a tierra en ningún momento del recorrido y se tiene que contentar con disfrutar de las travesuras geológicas de los volcanes a través del cristal del autobús. Para cualquiera al que le guste caminar, el recorrido deja un cierto regusto amargo que sólo se puede quitar trasladándose al contiguo Parque Natural de los Volcanes, donde el grado de protección es menor y uno puede vivir la inolvidable experiencia de caminar hasta el cráter de algún volcán.
Nuestro objetivo es el volcán de Pico Partido, de poco más de 500 metros de altitud. La caminata, todo hay que decirlo, no es nada exigente y es apta para todos los públicos, siempre y cuando se tenga la precaución de mirar donde se pisa (una observación obvia que no lo es tanto cuando caminamos más pendientes del objetivo de la cámara que del sendero). Una torcedura puede estropear la mañana.
Frente a nosotros descuellan las siluetas de dos volcanes, Caldera Blanca (el más grande de la isla) y el de Timanfaya, que da nombre al parque colindante. De ambas cimas nos separa un horizonte de enormes piedras de lava, conocida como malpaíses. Es un océano siniestro, un paisaje petrificado por la ira de la Madre Tierra, que cada cierto tiempo saca su cólera a pasear para recordarnos nuestra insignificancia, para moderar nuestra insolente arrogancia. Parece como si miles de centauros rabiosos hubiesen escarbado el suelo en busca de comida. A juzgar por el colosal destrozo, no la encontraron.
Para empezar, Marcelo nos pone al tanto de una efeméride inquietante. Los caprichosos ciclos geológicos de los volcanes señalan que cada 40 años se registra algún tipo de actividad volcánica en las Canarias. “¿Cuándo fue la última vez?”, pregunta alguien inocentemente. “En 1971, en la isla de La Palma”, responde de carrerilla. No hace falta echar muchas cuentas. Han pasado 40 años.
Muy pronto, el sendero de ceniza volcánica me hace echar de menos mis botas montañeras. El guía nos ha advertido de que está totalmente prohibido llevarse cualquier tipo de piedra como souvenir, pero a los pocos minutos ya llevo tal cantidad de guijarros en los zapatos que bien podría ser detenido por delincuente geológico.
“Pocos días después un nuevo abismo se formó y un torrente de lava se precipitó sobre Timanfaya, sobre Rodeo y sobre una parte de Mancha Blanca. La lava se extendió sobre los lugares hacia el norte, al principio con tanta rapidez como el agua, pero bien pronto su velocidad se aminoró y corría más bien espeso como la miel”
El relato del cura de Yaiza es sobrecogedor, apocalíptico. Resulta imposible imaginar que antes de las erupciones esto fueran campos de cereales. Ahora, la vegetación es prácticamente inexistente. Apenas algunos líquenes y unos arbustos conocidos como “vinagreras” (que se reprodujeron exponencialmente tras una gran tormenta tropical en 2005). La fauna, imperceptible, también está presente: saltamontes, lagartijas, conejos, cuervos, perdices y halcones peregrinos se las han apañado para hacer de este territorio hostil su hogar.
Llevo tal cantidad de guijarros en los zapatos que bien podría ser detenido por delincuente geológico
Seguimos subiendo sorteando la escoria y los pedruscos de todos los tamaños lanzados en su día por el volcán, dispersos ahora por el terraplén como proyectiles abandonados en el campo de batalla. Caminamos entre canales de un metro de profundidad erosionados por las lenguas de lava descendiendo la montaña a veinte kilómetros por hora. En realidad, bajo nuestros pies se acumulan una enorme cantidad de burbujas de piedra que pueden desmoronarse en cualquier momento. Un buen motivo para no abandonar el sendero.
Tras una una hora y veinte minutos alcanzamos el cráter de Pico Partido, una gran olla de aspecto pacífico que resulta difícil imaginar expulsando sus entrañas con furia. Estamos rodeados de otros seis volcanes y las vistas son espectaculares. Se alcanza a ver la costa oeste de la isla y, en la lejanía, el tranquilo municipio de Tinajo, donde los vecinos levantaron la iglesia de San Roque en agradecimiento por haber salvado la vida tras las erupciones. Una turista francesa, un tanto acalorada, decide poner punto y final a la aventura. La recogeremos a la vuelta.
Media hora después nos encaramamos a un segundo cráter en la cresta inferior de Pico Partido, un collado también conocido como La Cazoleta. Tras bordearlo, regresamos por otro camino entre rocas cobrizas (fruto de la oxidación y el azufre), los característicos “hornitos” (chimeneas de piedra que en su día fueron salidas secundarias de la lava enfurecida) y lava cordada, que se asemeja a una sábana arrugada que hubiera sido petrificada.
En diciembre de 1731, los volcanes de la isla seguían haciendo de las suyas. “Los habitantes comenzaron a desesperar de no ver nunca cesar estos horribles desastres, abandonaron la isla con su cura para refugiarse en la Gran Canaria. La acción volcánica no cesó de producirse de la misma manera durante cinco años consecutivos, no terminando las erupciones hasta el 16 de abril de 1736”, escribió el párroco de Yaiza. Ese día, una tercera parte de la superficie de Lanzarote había quedado convertida en un erial. Aunque doce pequeñas poblaciones fueron destruidas y más de 200 hogares se vieron afectados, no hubo que lamentar víctimas mortales.
Más información sobre ésta y otras rutas en Lanzarote: www.canarytrekking.com
El camino
A Timanfaya y el Parque de los Volcanes se accede por la LZ-67 que une Yaiza y Tinajo. La entrada al Parque Nacional de Timanfaya cuesta ocho euros (precio de guiri, pues los isleños pagan muchísimo menos, algo incomprensible teniendo en cuenta que no creo que cuando visitan el resto de España se les cobre más que a los peninsulares por entrar en un museo), mientras que por recorrer el parque natural no hay que pagar nada.
A mesa puesta
El restaurante “El Caletón”, en el municipio costero de El Golfo, es una visita obligada en la isla para quien quiera disfrutar de una buena comida, a un precio razonable, y de los mejores atardeceres de Lanzarote. “El Caletón” está situado al final del paseo marítimo (literalmente, pues la carretera termina sólo unos metros más allá). El camarero te da a elegir entre una bandeja repleta de pescaso fresco. Nos decantamos por un bocinegro. Muy aconsejable calentar con unas lapas, unos gueldes (pescaíto frito) y las inevitables papas arrugás con mojo. Para alegrar la velada, un blanco seco malvasía.
Muy recomendable
-Si uno quiere subir un volcán por su cuenta, el más accesible es Montaña Roja, en Playa Blanca (el sur de la isla). El sendero sale muy cerca del hotel Rubicón Palace y en apenas media hora se hace cima. Las vistas desde el cráter merecen la pena, con Fuerteventura a un lado y la costa oeste de Lanzarote al otro. El sendero bordea todo el cráter, lo que permite ampliar aún más la panorámica.
-La carretera LZ-30 de Teguise a Yaiza vertebra la zona de La Geria, una ruta vinícola en la que se suceden las bodegas y los viñedos parapetados tras muretes de piedra volcánica, característicos de la isla. En Teguise, a la sombra del castillo de Santa Bárbara (sobrevolado por los aviones que despegan del cercano aeropuerto de Arrecife) todavía hay terrazas en la calle principal (reyes católicos) que te reconcilian con el euro, donde un tercio de la cerveza local, Tropical, se cobra a ¡1,5 euros! Ya digo, como si las manecillas del reloj se hubiesen detenido hace años.