Chimoio: vuelta a África

«hay un mercado en el que se venden los restos de los restos y a su alrededor una masa de gente que deambula vendiendo, mirando, andando, comprando, bebiendo o comiendo, que la calle es la gran casa de los africanos. Junto a la estación de autobuses, siempre lugar de encuentro de las ciudades, hay un mercado de casetas de madera bajo techo. Casi no entra la luz ni corre el aire. El olor es intenso a pescado seco»

Mozambique nos recibe nublado. La carretera enseña un África menos desarrollada que Zimbabue, aunque sus tiempos van opuestos. Mozambique fue hasta hace unos años uno de los países más pobres del planeta según la lista de la ONU y Zimbabue va camino de tener el dudoso honor de alcanzar podio en los próximos años. Explicado de una manera simplista, Mozambique parece más África que Zimbabue, si por África entendemos la vida rural de pequeñas plantaciones en las que la única luz la da el sol y la única agua cae del cielo.

Los pequeños poblados de paja y barro se desperdigan junto al asfalto. A 80 kilómetros de la frontera está el lugar en el que dormimos: Chimoio. En términos coloquiales que uso con mis amigos ésto sería lo que llamamos un “hoyo”. Poniéndole algún adjetivo es un “maravilloso hoyo” tras tanto parque natural y África de postales (lo digo sin la altanería del viajero avezado que tanto detesto, que la África de postales te engancha como una droga y se disfruta a bocados como un banquete de comida exquisita y abundante, pero echaba de menos sus ciudades).

En Chimoio nos alojamos en un hotel, El Madrinha, que en medio de aquel lugar es un cinco estrellas de lujo. No lo entiende así todo el mundo. Las habitaciones no están preparadas y su aspecto, comparado con algunos de los lugares en los que hemos dormido antes, les parece una casa de putas de carretera. Escucho conversaciones sorprendentes. “¿Por qué viene a África alguien que huye de África?”, pienso. El desorden es total, salen y entran colchones de las habitaciones y Bernardo se afana en intentar hacer las cuentas con la dueña. Nada que no sea normal fuera de algunos resorts de lujo en los que nos hemos alojado. Así es la vida aquí y así hay que entenderla. Tener en Chimoio una habitación con baño y ducha, cama limpia y hasta un ventilador es mucho más de lo que yo hubiera imaginado que encontraría si me lo señalan en el mapa. Lo es aunque en la ducha esté llena de hormigas. Hay que entender el lugar en el que estamos.

Tras el pequeño desbarajuste, Bernardo, Fernando y yo salimos a perdernos por el pueblo. La ciudad tiene una vía de tren que la parte en dos. Junto a ella hay un mercado en el que se venden los restos de los restos y a su alrededor una masa de gente que deambula vendiendo, mirando, andando, comprando, bebiendo o comiendo, que la calle es la gran casa de los africanos. Junto a la estación de autobuses, siempre lugar de encuentro de las ciudades, hay otro mercado de casetas de madera esta vez bajo techo. Casi no entra la luz ni corre el aire. El olor es intenso a pescado seco. Decenas de puestos venden kilos de un pescado cuyo hedor se te pega a la garganta. En otros puestos se venden herramientas, dvd, o jirones de ropa. Un microcosmos del África que comercia con el aire.

hay un mercado en el que se venden los restos de los restos y a su alrededor una masa de gente que deambula vendiendo, mirando, andando, comprando, bebiendo o comiendo, que la calle es la gran casa de los africanos

Salimos de nuevo a la calle, ya es de noche, y el gentío comienza a disolverse algo. Los tres tenemos una cierta curiosidad por el entorno, por la vida de una ciudad que parece inexplicable. Una más. Tan genial como insufrible. Hay tanto y tan poco que ver. Es una mezcla rara. No es Chiomio un sitio para hacer turismo, en el que las sensaciones se disparen por un entorno bello, histórico o cultural. Sin embargo, creo que es una parada oportuna, casi obligada, para todos los que venimos a este continente. Hay gente, mucha, que vendrá a África y no sabe a lo que huelen sus mercados, no se toma nunca una cerveza en un township o camina entre un arrabal de barro. La gran lección no es visual, es personal. Cuando se cruza el umbral descubres que no hay machetes esperándote, hay un simple mercado, pobre, pero un mercado.
De vuelta a hotel nos juntamos con Benson, Jenson y Lion, los tres zimbabuenses que nos acompañan en el viaje. Jugamos al billar por equipos hasta la cena que compartimos con ellos en un bar bastante aceptable que hay junto al Madrinha. Jenson intenta ligar con la joven camarera, bastante guapa, pero la conversación se hace imposible. Ella no habla inglés y él se siente algo intimidado por la presencia de cinco tipos que le miramos descojonados ante sus intentos algo torpes de entablar contacto. El novio de la chica se acerca a poner en orden las cosas y decidimos ir a dormir tras beber algunos tragos. En la habitación se escucha la alta música de un discopub cercano. A la mañana siguiente, nada más despertarnos muy temprano, se escucha ahora la voz ronca de los gallos resonando entre la reciente claridad. Desde mi ventana  contempló el andar de hileras de gente junto a la carretera, comienza el caos. Amanece en África.

Este viaje forma parte de la ruta de la agencia Kananga por Zimbabue: Ruta por Gran Zimbabue

Ruta Kananga:http://www.pasaporte3.com/africa/viajes/zimbabue-mozambique/zimbabue-mozambique.php


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